Eduardo / Fernández- Agüera / Ww.eduardofernandez.eu

Los votos delegados en la minoría

CUANDO llegué a la meta, tras intentar sin éxito disfrutar del paisaje porque la vista se me nublaba, pensaba qué narices nos impulsa a darnos estas palizas; qué queremos demostrarnos. Creo que es un irrefrenable impulso por conocer nuestros límites, por comprobar si somos capaces de tal o cual desafío; y cuanto más duro, mejor. A veces este impulso se convierte en una obsesión que origina situaciones de risa. En la pasada edición de la Yukon Arctic Ultra, una carrera de 300 millas en Canadá, en pleno invierno ártico, un neozelandés, Jerome, abandonó tras 200 millas en 5 días a 35 grados bajo cero. Fue en el asentamiento de Carmack, adonde llegó completamente desecho y dolorido. Yo llegué unos minutos después de que él tomara la decisión; lo encontré sentado ante a un ordenador. Le pregunté qué hacía y me contestó que buscaba en Internet información del Maratón de Nueva York. Pero es que nos gusta correr y se acabó. Por esto aguantas. Salí de Granada a buen ritmo. Me pegué a un grupo de cinco que me llevaron casi sin darme cuenta hasta el kilómetro 24. Vi que no podía seguirles mucho más y decidí hacer mi carrera. Diez kilómetros después aparecieron los calambres en las piernas. Andaba y corría y cuando ya no podía más procuraba estirar; pero si estiraba el gemelo se me contraía el cuádriceps y viceversa. Así anduve hasta la cima, cinco horas y media después de la salida. Y todo, ¿para qué? Imagino que por el gusto de conocer nuestros límites, o tal vez por gusto a secas.

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