Tribuna

José maría Rueda Gómez

Miembro del Comité Federal del PSOE

Equivocarse o estarse quietos

Equivocarse o estarse quietos Equivocarse o estarse quietos

Equivocarse o estarse quietos / rosell

Me viene a la memoria, en este inicio de curso, el viejo chiste del reloj que hacía de ventilador en las dependencias celestiales. Se cuenta que San Pedro ejercía de recepcionista de todas aquellas personas que, tras superar el juicio final, iban al cielo, y esperaban en una enorme sala ser recibidas por el mismísimo Dios. No pasó desapercibido a un ciudadano español que aguardaba en dicha, que en la misma se encontraban dispuestos decenas de enormes relojes de pared, por lo cual preguntó a San Pedro el motivo de tal profusión. Este contestó que cada reloj representaba a uno de los países del universo, y que cada vez que el Gobierno de cada país "se equivocaba", la aguja del reloj se movía un segundo. Entusiasmado ante tal respuesta, el ciudadano español no dudó en pedir que se le indicara cual era el reloj que representaba a España, ante lo cual San Pedro respondió que "ese reloj está en la habitación donde reside Dios, pues le sirve de ventilador en los días calurosos".

Aún siendo intemporal y perfectamente aplicable a cualquier etapa de nuestra centenaria historia, valga el chiste para reflexionar de manera genérica sobre lo que considero un ciertamente burdo intento de fabricar una (¿mayoritaria?) opinión pública o publicada que acreditaría que el Gobierno de España sólo comete errores y equivocaciones en su gestión, fruto de su innata incapacidad, de su natural perversión y, por supuesto, de haber cometido el pecado original de gobernar sin haber ganado las elecciones, lo que, de por sí, cuestiona la legitimidad democrática y constitucional de dicho Gobierno.

Planteada así la cuestión, parecería que nos toca defender ciega y acríticamente la labor del Gobierno a quienes no compartimos ni dicha opinión, ni el intento de fabricación de la misma, no sólo por considerarla burda, como ya he señalado, sino por considerar plenamente legítimo el Gobierno, la forma y el fondo en la que accedió al poder e incluso el tratamiento de los asuntos polémicos y las soluciones ofrecidas a los mismos. Pero más allá de realizar esa defensa (en estas modestas reflexiones y en otras muchas), en modo alguno ciega ni acríticamente, en este momento considero de más utilidad al debate público plantear algunas disyuntivas políticas que pudieran servir al mejor encauzamiento de una situación que, a nadie se nos escapa, es compleja desde el punto de vista político, parlamentario, territorial y social, pero que era exactamente igual o peor de compleja antes del cambio de Gobierno.

La primera disyuntiva es hacer cosas o no hacer nada. Lo segundo tiene menos riesgos, incluso es comprensible, a la luz de los años anteriores, que exista una cierta añoranza de la nada, del dejar que los problemas se arreglen solos o se enquisten, mientras desde el Gobierno se mira para otro lado. Evidentemente, se equivoca quien hace. Quien no hace, no puede errar, o recurriendo al símil deportivo, "sólo quien tira el penalti lo puede fallar".

La segunda disyuntiva se refiere al enfoque de las soluciones, a la vista de la compleja y evidente situación parlamentaria del gobierno. Dar toda la razón a unos implica, en las actuales circunstancias, quitársela a otros totalmente. Se mantendría así un estéril frentismo perjudicial para los intereses generales, aunque lógicamente beneficioso para cada frente. Enfocar la situación aceptando que todos pueden tener algo de razón, y nadie la tiene totalmente, equivale a plantear una agenda política en la que nadie se sienta totalmente satisfecho, pero que, a su vez, no excluya de partida a nadie.

La tercera disyuntiva haría referencia a la imperiosa necesidad de crear debate, desperezar a una sociedad adormilada y hacer aflorar opiniones y sensaciones que conformen un modelo de sociedad que pueda ser reconocido, incluso pueda ser democráticamente enfrentado con otro. El riesgo puede ser despertar actitudes intolerantes, racistas, nostálgicas o sexistas, pero mejor saber que existen y en qué medida, para reaccionar y que sean vencidas (siempre democráticamente) por actitudes solidarias, humanitarias, reformistas e igualitarias. Es un reto colectivo como sociedad abierta del siglo XXI.

Como sociedad no nos debería molestar, al menos en exceso, que el Gobierno (legítimo e interino hasta nuevas elecciones como todos los gobiernos) muestre ambición de gobernar, y para ello asuma riesgos, incluso algún error de apreciación, y utilice todas las armas constitucionales a su alcance para lograr cambiar, corregir, mejorar y transformar. Sobre todo, no nos debería molestar en comparación a la esterilizante parálisis de dejar pasar el tiempo y generar impotencia y frustración sobre el futuro. Se podrá decir que quienes llevaron a La Moncloa al actual Gobierno son la mayor amenaza para que se agote la legislatura, y puede ser cierto. Tan cierto como los que aprobaron el presupuesto del anterior Gobierno y lo desalojaron de La Moncloa unos días después. Así es la vida y así es la democracia.

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