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Tribuna de opinión | Medio ambiente
La tala de árboles en la ciudad de Granada no se detiene. Desde el 2019 más de 500 árboles maduros y, en su mayoría sanos, han desaparecido. Algunos tan singulares como el Pino del Hospital Real, conjunto declarado Bien de Interés Cultural o el Pino centenario de la Cuesta del Pino. Ambos murieron, simplemente, porque estorbaban a alguien. Otros muchos han caído porque no encajaban en las obras de remodelación de calles o avenidas, como en la Carretera de Málaga o en el eje Arabial-Palencia. Estos últimos días las talas se han realizado en la plaza Escultor López Burgos y en la Chana, en la calle Pampaneira. Y por la misma razón: no pegan en el nuevo diseño de la zona. Y todo esto con el beneplácito de las autoridades y técnicos municipales que tendrían que velar por ellos.
No vale decir que estos árboles serán reemplazados por otros muchos, como machaconamente repiten desde el Ayuntamiento. Un árbol recién plantado tardará en alcanzar el porte de los árboles muertos treinta o cuarenta años, si es que alguna vez lo alcanza. Y, mientras tanto, la tercera ciudad más contaminada de España está perdiendo una enorme masa verde que, además de producir oxígeno, absorbe toneladas de dióxido de carbono y otros gases contaminantes, retira del ambiente las partículas en suspensión, las peligrosas PM10 y, en verano, rebaja varios grados la temperatura del área donde se encuentra, debido a la sombra que proyecta y al vapor de agua que transpira. Así mismo, los árboles disminuyen la contaminación acústica, dan cobijo y protección a las aves y hasta revalorizan las viviendas que se encuentran en sus cercanías, ya que su presencia nos aporta bienestar físico y mental y todos queremos vivir cerca de una zona verde.
Por tanto, desde cualquier punto de vista, los árboles son muy beneficiosos y no hay que matarlos, hay que plantar muchísimos más. Según la Organización Mundial de la Salud, para que una ciudad sea saludable necesita al menos un árbol por cada tres habitantes y entre 10 y 15 m2 de zona verde por persona. Desgraciadamente, Granada está muy lejos de esas cifras y necesitaría más de 30.000 árboles y muchas hectáreas de zonas verdes para ser más habitable y saludable.
Pero la bondad del arbolado parece desconocida para los arquitectos, urbanistas y gobernantes de esta ciudad y su área metropolitana. Talan sin miramientos árboles ya maduros y en la remodelación de las calles del centro o en el diseño de nuevas urbanizaciones no incluyen los árboles.
Permítanme algunos ejemplos de actuaciones en el siglo XXI. La calle San Antón fue remodelada hace unos años. Se ampliaron sus aceras, se colocaron cientos de hitos y no se plantó ni un solo árbol, a pesar de que la anchura de la calle admite la presencia de estos en ambas aceras. Tampoco hay árboles en las calles Puentezuelas y Alhóndiga, recientemente remodeladas y peatonales. En todo el barrio de la Magdalena no hay una brizna de verdor en sus calles, sean estrechas o anchas. Hay un proyecto para poner un dosel verde en algunas de estas vías, pero mientras eso llega, deberían plantar árboles. Es más barato y sencillo y no es incompatible.
En las nuevas urbanizaciones de Lancha de Genil y en otras muchas de la ciudad y su área metropolitana, llama la atención la total ausencia de arbolado en las calles y la inexistencia de las preceptivas zonas verdes. En los últimos 30 y 40 años hemos trasformado los fértiles terrenos de la vega, cubiertos por choperas, en hormigón y asfalto. Y esto tiene unas consecuencias nefastas: Granada es la ciudad andaluza donde más ha subido la temperatura en los últimos 30 años debido al Cambio Climático y también al efecto “isla de calor” favorecido por la falta de vegetación.
Pero, ¿por qué se talan los árboles? ¿Por qué no se respetan los árboles maduros en una ciudad con tanta necesidad de ellos? ¿Por qué si es imprescindible quitarlos, no se sacan adecuadamente para trasportarlos y plantarlos con éxito en otras zonas? En mi opinión, todo es cuestión de dinero y, también, de falta de sensibilidad y total desconocimiento del valor de un árbol. Muchos piensan que en una obra de remodelación de una calle es más rápido y barato talar con una motosierra todos los árboles y así levantar sin problemas calles y aceras, que conservarlos y trabajar con cuidado para no dañar sus vulnerables troncos o trasplantarlos en otro lugar. Pero se equivocan. Además de todos los beneficios enumerados antes, los árboles nos ahorran dinero en calefacción, aire acondicionado y visitas al médico. Por tanto, es mucho más barato mantenerlos vivos y saludables que matarlos y sustituirlos por otros que tardarán muchos años en alcanzar un buen tamaño.
Igual que existen leyes que impiden el derribo de inmuebles singulares o antiguos, debería existir una normativa municipal que impidiera la tala de ejemplares arbóreos de una cierta edad y porte. Al fin y al cabo, los árboles forman parte de nuestro paisaje urbano, son tan nuestros como los edificios antiguos de la ciudad y tienen el mismo derecho a ser protegidos. Si existiera esta normativa, quizás la tala ilegal (se cortaron sin los permisos pertinentes) de los dos pinos mencionados arriba no se habría producido y, además, estos hechos no habrían quedado totalmente impunes.
Granada no se puede permitir perder más árboles. Por nuestra salud, por nuestro bienestar y el de las siguientes generaciones debemos parar la tala arbitraria de árboles en la ciudad y plantar miles de nuevos árboles en sus calles.
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