Lecrín huele a azahar
La granada del siglo XXI
El municipio engloba seis núcleos de población donde los cítricos han dejado ya de ser el motor de la economía
Las naranjas y los limones se han encargado siempre de colorear los árboles en el municipio de Lecrín, situado a medio camino entre la capital y la costa, en un valle con el que comparte nombre. Una vecina, Asunción Martín, resume uno de los momentos más bonitos del paisaje, su preferido: "Cuando es primavera, todos los naranjos están en flor y el aire huele a azahar".
En total, Lecrín aglomera seis núcleos de población. El Ayuntamiento está ubicado en Talará, pero el municipio también abarca Mondújar, Chite, Murchas, Béznar y Acequias. Son pueblos pequeños, y de hecho, en todo el municipio no hay más de 2.300 personas. "La paz y la tranquilidad que hay aquí no te la encuentras en cualquier sitio", sostiene Asunción, que también enumera otros encantos, como el patrimonio que se conserva: no sólo las iglesias, sino también los antiguos molinos y vestigios de otras épocas que han llegado a nuestros días en forma ya de ruinas, como los restos de dos castillos y de unas termas romanas. "Hay una gran calidad de vida", prosigue Asunción. "Estás rodeado de naturaleza, oyes los pájaros...".
No es la única que piensa eso y la prueba está en la cantidad de extranjeros, sobre todo ingleses, que se han comprado una casa allí. Encontraron en Lecrín un pequeño paraíso por descubrir y fueron comprando viviendas abandonadas para rehabilitarlas, especialmente en la parte baja de Chite, donde el pueblo conserva ese sabor antiguo de calles estrechas y casitas blancas. "Ahora te piden muchísimo dinero por una casa allí" , comenta Asunción.
A los naranjos y limoneros, además de la belleza del paisaje, Lecrín les debía su riqueza. Durante mucho tiempo, los frutales, junto con los almendros y olivos, tiraban de la economía de esta zona, que ahora ve languidecer el cultivo. "Antes de lo que se solía vivir principalmente era de la agricultura. Ahora la mayoría se va fuera a trabajar y quedan los mayores", explica la hermana de Asunción, Dolores. "Ya no lo pagan bien". "El campo ahora está muerto", sentencia otro vecino, Francisco Vallejo: "La gente se ha ido metiendo a la construcción o a lo que encarta". "Antes había almacenes que compraban las naranjas y las vendían fuera. Ya sólo queda prácticamente la cooperativa", coincide Lourdes Martín.
Lourdes trabaja en la atención a los visitantes del Molino de Mondújar, uno de los que se conservan en el municipio y que se están intentando poner en valor para rescatar la cultura y el pasado de la zona y al mismo tiempo, alentar el turismo, un objetivo para el cual también se instalaron paneles informativos en distintos puntos explicando el significado y el valor de cada lugar, recuerda la concejal María de los Ángeles Comino.
El molino ahora mismo está en obras de rehabilitación. En él se puede ver paso a paso cómo se producía el aceite y además, hay un espacio de exposiciones donde se muestran utensilios antiguos, como almireces, tinajas o jarras. Lourdes explica con paciencia todo el proceso de elaboración del aceite y para qué sirve cada parte del molino. "Yo creo que cada vez está viniendo más gente de turismo. Paran a comer o camino de la playa", apunta. Ella se encuentra cómoda en la paz de este sitio, lejos del bullicio de la ciudad.
Los jóvenes también disfrutan de la vida en Lecrín. Sandra Delgado, desde luego, lo tiene claro: "Yo me vendré a vivir aquí a vivir cuando me compre un piso. La gente es más simpática, más agradable". Lleva unos cinco meses trabajando en uno de los bares del municipio y, aunque no vive allí, ya desde antes iba a Lecrín para salir de fiesta y cuenta que le encanta el ambiente que hay. Mientras espera a que aparezca algún cliente, pasa el rato en la terraza charlando con sus amigos. En una bolsa tiene guardada la ropa para cambiarse y salir por la noche. Su amiga Lorena Sánchez le da la razón. "A mí me encanta el pueblo. En verano abre la piscina y va todo el mundo. Y también te puedes ir al campo de merienda con tus amigas... Donde se ponga esto que se quite la ciudad", defiende, aunque la falta de salidas ha llevado a muchos a buscar otros horizontes.
Alberto Maroto y su familia ya sólo vienen por vacaciones, pero él aún recuerda cuando había un riachuelo donde hoy el agua lo cubre todo en el embalse de Béznar. Allí el paisaje ha cambiado por completo e incluso se dibujan en el horizonte unos molinos nuevos que nada tienen que ver con los de antaño: los de energía eólica.
Camino del embalse Alberto saluda a su amigo Mateo. "¿Qué haces?". Mateo saluda entre los naranjos con la azada en la mano. "Está enterrando las naranjas que sobran", explica Alberto, "Prefiere enterrarlas que llevarlas a vender. Para lo que le dan..." Las frutas descansan en el suelo en muchas fincas como la de Mateo, desperdiciadas. Esperan a que un día, las cosas vuelvan a su sitio y se reconozca de nuevo su verdadero valor.
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