La tragedia de Gavá vista desde Benalúa

Réquiem por los nietos de la tierra

  • Benalúa quedó casi despoblada hace cuatro décadas. Muchos se fueron a Cataluña a buscarse la vida. Ahora llora como propia una tragedia a más de 800 kilómetros.

Entre Benalúa, en la provincia de Granada, y Gavà, en la de Barcelona, hay 822 kilómetros que tardarían en recorrerse casi nueve horas. Pero está claro que las noticias viajan más rápido que cualquier coche, autobús o tren, aunque sea en línea de alta velocidad. Y si lo que circulan son malas nuevas, entonces ya es que vuelan.

Hacia Benalúa, desde Gavà, no dejan de volar noticias terribles últimamente. En la localidad catalana, y por culpa de un incendio, han perdido la vida en los últimos días seis hijos de un pequeño pueblo donde aún hay gente que vive en cuevas y desde el que se divisan unas vistas preciosas de la cara norte de Sierra Nevada, sobre todo ahora que hace honor a su nombre.

Aunque sería más apropiado decir que eran nietos de esa tierra. Cinco de los seis que han muerto, todos parientes entre sí, eran lo que podría denominarse catalanes de segunda generación: hijos de catalanes que a su vez eran hijos de los que llegaron allí hace más de cuarenta años, movidos por la necesidad.

En Benalúa hay un bar que se llama Campo de fútbol, aunque lo cierto es que no se vislumbra por allí cerca ninguno. Lo que sí está a un paso es la casa de Juan. Toda la vida le han llamado El Moro y es el abuelo de casi todos los fallecidos. Está sentado en la puerta, en una silla de madera, con la mirada perdida. Tiene casi 80 años pero, como dice uno de los tertulianos habituales del bar, parece que en los últimos días se le hayan echado encima diez más de golpe.

Con el tiempo se aprende a distinguir y se sabe cuándo preguntar es molestar. Por eso el periodista se abstiene. ¿Preguntar qué? ¿Qué se siente? Pues qué se va a sentir: que una mano fría como un témpano le ha abierto un boquete en el estómago y le ha sacado las entrañas del tirón. A Juan es mejor dejarlo ahí sentado, con su tristeza inconsolable, recibiendo a algunos familiares que entran en la casa haciendo el menor ruido posible, cuidando además de su mujer, que no puede moverse.

Sus hijos se fueron hace décadas a Cataluña a buscarse la vida, pero seguían viniendo cada vez que podían. Llegaban para las fiestas patronales, el 16 de julio, que ya procuraban hacer coincidir con el inicio de sus vacaciones para poder seguir en el pueblo un mes. Y regresaban otra vez con la Navidad, como decía aquel anuncio del turrón.

La de Juan es la más triste, pero no es la única historia de separaciones forzosas y reencuentros emocionados en Benalúa. Son muchísimos los que tienen familia fuera, empezando por el propio alcalde, Juan Hidalgo.“Tres hermanos de mi padres vivían fuera, y tres de mi madre también. Venían autobuses cargados de primos para las fiestas”, recuerda el regidor, para quien éstos son seguramente los peores momentos de sus trece años en el cargo. Se le ve abatido; parece que a él también le han caído varios años encima.

También se le fueron los hijos a Ana María, que ahora tiene 81 años y también es vecina de Juan El Moro. “Uno se fue a Mataró, otro a Madrid y otro a Marruecos; sólo uno se quedó aquí, porque encontró trabajo en la Azucarera, como mi marido, que se murió hace ocho años. Los demás tuvieron que irse; qué remedio, había que hacerlo”, relata, con ese deje de estoicismo que acompaña a las personas que a la fuerza han aprendido que, en la vida, las cosas hay que tomárselas como vienen.

José Caballero Bonilla es otro de los tertulianos del Campo de fútbol. Tiene 78 años y una cara surcada de arrugas, pero de cabeza anda fenómeno, y parece que de lo demás también. Aún no son las doce de la mañana y se está ventilando un tubo de cerveza. José, para todos El Tejero porque hacía tejas, llegó de Diezma en el año 1955 y por suerte no tuvo que irse. De hecho, en su oficio le fueron las cosas tan bien que hasta pudo permitirse el lujo de tener empleados. Menos mal, porque de lo contrario se habría quedado solo.

“Uff, se fueron muchísimos. Casi todos a Cataluña, no sé por qué”, rememora, y con una sentencia digna de Séneca desvincula lo uno, el accidente, de lo otro, la inmigración: “Les pasó esto fuera como les pudo pasar aquí. Les tocaron los números...”, dice. Es como en las cartas: en la última mano, siempre son malas.

La razón del éxodo es tan clara que ni merece mucha explicación: allí había muchas más oportunidades. En Benalúa funcionaban dos fábricas, una de ellas la de azúcar, pero aparte de eso y de artesanos como El Tejero, poco más existía. Y había que comer. La sangría, allí y en el resto de la comarca de Guadix, fue bestial. “De una población de 120.000 habitantes en los años cincuenta pasamos a 45.000”, detalla el alcalde.

El bar es lo más parecido que hay en Benalúa a un centro de información. Santiago tiene en la barra un ordenador portátil –y detrás de éste, un cuadrante para que los parroquianos hagan su porra para el Barça-Madrid, lo que demuestra que la tecnología no está reñida con la tradición– que está continuamente conectado a la edición digital de un periódico nacional. De vez en cuando la actualiza y así sabe si hay más novedades. Esa suerte de vaso comunicante cibernético le informa al instante de lo que ocurre, que casi siempre es malo. Santiago se está acostumbrando a transmitir malas noticias y también a servir en vasos de plástico la tila que le piden desde casa de Juan El Moro. Es para su mujer, la que no puede moverse por culpa de una operación en los pies, pero la que posiblemente tampoco podría hacerlo en ningún caso, porque en el invierno de su vida ya no tendrá la satisfacción de ver, el día del Carmen, a los nietos que llegaban siempre. Que para ella era un poco revivir el habitual retorno de los hijos que se le fueron casi medio siglo atrás a Cataluña. La suya ha sido una vida de regresos. Hasta ahora.

La rúbrica la pone José Molina, director del instituto de Secundaria, donde estudian algunos familiares de los fallecidos. “Muchos de los que se fueron quieren a su pueblo más que los que se quedaron, porque dejaron aquí raíces muy profundas. Raíces que a veces son también son muy dolorosas”. No hace falta añadir más.

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