la tribuna

Francisco González García

Ángel Ganivet, actual 147 años después

TAN dados como estamos a fechas conmemorativas y efemérides, aunque sean disminuidas y raquíticas, quisiera dedicar estas líneas a la memoria de un granadino ilustre, Ángel Ganivet y García, al que bien se podría ir preparando un digno homenaje en el 2015 (al cumplirse los 150 años de su nacimiento). Mi memoria de niño retiene el día en que, por primera vez, vi su tumba en nuestro cementerio; me impresionó su sencillez y las palabras de mi padre al explicarme su muerte. También quedan muy lejos los días en que leí algunos de sus artículos de Granada, la bella, lectura que no realicé en el colegio pues no es Ganivet un autor del curriculum escolar, ni antes y ni qué decir ahora.

Cierto es que su pensamiento ligado al pesimismo de Unamuno y precursor del espíritu del 98 podría no ser muy bien recibido en estos momentos. Para desgracias ya tenemos bastantes. Sin embargo su preocupación por los males de la nación, su deseo de alcanzar una conformación adecuada para España, la necesidad de construir un proyecto vertebrador para el país, todo ello expresado en obras como Idearium Español y España filosófica contemporánea, son ideas muy actuales. Cierto es que sus preocupaciones emanan a fines del XIX en una situación difícil para España, al igual que ahora, pero los paralelismos deben acotarse y compararse con prudencia y mesura. Buena tarea para los expertos.

Mi homenaje, a los 147 años de su nacimiento en un 13 de diciembre, se embarca en recordarles un texto poco conocido de nuestro ilustre ensayista. Se trata de un relato corto, publicado tras su muerte, titulado Las ruinas de Granada (ensueño). Apenas ocupa diez páginas, se recoge en sus obras completas editadas en 1961-62; aunque yo lo encontré, con sorpresa, en una antología de Ciencia Ficción española editada por Quaderns Crema en 1995. El relato se sitúa dentro de los ejemplos de anticipaciones tecnológicas y sociales, con elementos de distopías/ucronías. El autor de la selección califica al relato como una de las piezas más encantadoras y mejor escritas de la ciencia ficción española del siglo XIX.

Ganivet, como en un ensueño, desplaza a un sabio y un poeta (el mismo autor) en un aeróstato que toman en una estación de aeróstatos y desde el norte de Europa, vía París, llegan a las ruinas de Granada. Están en el siglo XLIX (sí el 49), pues hace treinta siglos que un volcán surgido de repente destruyó Granada "desde las faldas de la Sierra Nevada hasta el mar". Al descender en altura, el poeta identifica lo que podrían ser los ríos de la ciudad, algunos puentes que los cruzarían, las columnas de una catedral, algunos aljibes y unos restos rojizos que podrían ser la Alhambra.

Descienden a tierra y el poeta pasea entre restos inertes, imagina la belleza de la ciudad y entona una poesía, dedicada a la Alhambra, que se recoge directamente desde su pensamiento gracias a un aparato de la tecnología de ese avanzado siglo llamado 'ideófono'" (una especie de lector de ideas, con cierto paralelismo a los teléfonos que ya en 1880 empezaban a usarse). Mientras el poeta declama o piensa su poesía, el sabio encuentra, con un grito de Eureka, unos restos que resultan ser las momias petrificadas de cuatro ciudadanos. El sabio las estudia, clasifica los huesos de sus cabezas y columnas vertebrales y emite unas conclusiones acerca del carácter de los individuos encontrados. En este punto, casi al final del relato, Ganivet parece seguir la corriente de la medicina y la antropología de finales del siglo XIX que creía poder deducir características psicológicas de los individuos midiendo sus cabezas y huesos.

Mas la conclusión del sabio fue "que si aquellos varios tipos representaban la constitución general de los hombres que en aquella ciudad habían habitado, no había medio de que allí se hiciera nada bueno ni útil, y que acaso la erupción volcánica fue providencial.… El poeta lo escuchó todo en silencio y se puso pensativo, miro tristemente el ideófono y el instrumento cantó lentamente…".

Y el relato finaliza con una triste poesía titulada La canción de la Piedra. Podría ser que la tristeza del poeta llegara de las desoladas ruinas o del pronóstico realizado por el sabio sobre los hombres de aquella ciudad. Genial Ganivet, me pregunto si ahora también estaría triste, más allá de la crisis, al ver las ruinas de Granada.

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