La brecha de género en la excelencia científica

Tan solo el 15,5% de los investigadores más influyentes de la Universidad de Granada son mujeres

El microscopio y el padre de María

Imagen diseñada por la propia autora con IA. / A. B.
Alicia Benarroch
- Profesora de la Universidad de Granada

Granada, 04 de noviembre 2025 - 03:59

Hace unas semanas se dieron a conocer los galardonados con los premios Nobel en las diferentes disciplinas científicas: Medicina o Fisiología, Física y Química. En total, fueron nueve premiados, ocho hombres y una sola mujer. Si ampliamos la mirada histórica, el panorama no mejora demasiado. Desde 1901, la Academia Sueca ha distinguido a 659 personas en estas tres áreas, de las cuales únicamente 27 han sido mujeres, lo que representa un escaso 4%. De ellas, 14 obtuvieron el Nobel en Medicina, la más reciente en la edición de 2025; ocho en Química, cuatro de ellas en este siglo; y cinco en Física, tres también en este siglo. Pero no hace falta mirar tan alto en la escala de la excelencia científica para advertir estas desigualdades. Basta con observar un ejemplo más cercano: nuestra propia Universidad.

Solo el 15,5% de los investigadores de la UGR incluidos entre el 2% más influyente del mundo son mujeres, un dato que revela un techo de cristal aún resistente en la universidad. Cada año, el Ranking of the World Scientists: World’s Top 2% Scientists, elaborado por la Universidad de Stanford, identifica a los investigadores con mayor impacto internacional. La lista se construye a partir de datos de citas en la base Scopus, utilizando indicadores como el número total de citas, el índice H o el peso de las publicaciones en las que el investigador figura como autor principal o único. En otras palabras: mide cuánto influye la ciencia que se hace y quién la hace.

En la edición 2024, la Universidad de Granada ha alcanzado su mejor resultado histórico: 168 de sus científicos aparecen entre el 2% más influyente del mundo. Es, sin duda, un motivo legítimo de orgullo institucional. Pero detrás del éxito hay un dato que invita a la reflexión: solo 26 de esas 168 personas son mujeres, es decir, el 15,5%. Si observamos la evolución de los últimos años, el panorama es elocuente. En 2022, la UGR contaba con 22 mujeres entre 127 investigadores (17,3%); en 2023, 28 mujeres de un total de 157 (17,8%); y en 2024, 26 mujeres de 168 (15,5%). Aunque el número total de investigadores reconocidos ha crecido, la presencia femenina no solo no mejora, sino que retrocede ligeramente. La brecha se mantiene estable y refleja un problema estructural que el tiempo, por sí solo, no corrige.

El patrón se repite en toda la institución. Aunque las mujeres representan aproximadamente el 38% del profesorado docente e investigador de la UGR, su presencia se reduce drásticamente conforme se asciende en la jerarquía académica. En el curso 2024/2025, la Universidad contaba con 847 catedráticos, de los que 259 eran mujeres y 588 hombres. Es decir, solo tres de cada diez cátedras están ocupadas por mujeres. Un techo de cristal tan sólido como invisible.

El ranking de Stanford, al basarse en citas y autorías, amplifica ese desequilibrio. Las mujeres publican menos no por falta de capacidad, sino porque el sistema académico sigue penalizando las trayectorias discontinuas, la maternidad, la sobrecarga de tareas docentes y de gestión, o la menor visibilidad en redes internacionales de investigación. No es una cuestión de mérito individual, sino de estructuras que siguen favoreciendo un modelo de carrera pensado para otros tiempos, y para otros perfiles. La paradoja es evidente: las universidades españolas, y la UGR entre ellas, están llenas de talento femenino, pero los nombres que llegan a los listados de élite siguen siendo, en su mayoría, masculinos. El 15,5% de mujeres en el Top 2% no es una anécdota estadística, sino el reflejo de una desigualdad persistente en los mecanismos de reconocimiento, promoción y liderazgo científico.

La excelencia científica no debería medirse solo en citas o índices H, sino también en igualdad de oportunidades. Una universidad verdaderamente comprometida con la investigación de excelencia debe mirar más allá de los rankings y preguntarse qué está haciendo para que sus investigadoras puedan desarrollarse en condiciones equitativas: desde planes de mentoría y promoción, hasta políticas efectivas de conciliación y corresponsabilidad. Celebrar los logros de la UGR en el ranking de Stanford es justo. Pero sería aún más justo, y más transformador, que dentro de unos años, cuando volvamos a mirar esa lista, la proporción de mujeres haya dejado de ser un recordatorio incómodo de lo mucho que aún queda por hacer. Porque el talento no entiende de género. Lo que tiene género, todavía, son las oportunidades para demostrarlo.

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