El microscopio y el padre de María

La digitalización de antiguos documentos aporta nuevos datos a la Historia de la Ciencia

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Lápida de Anton y Maria van Leeuwenhoek. / CA
Susana Rams
- Profesora del Dpto. de Didáctica de las Ciencias Experimentales de la Universidad de Granada.

21 de octubre 2025 - 03:59

¿Tiene usted un científico [a lo largo de todo el texto se entenderá que se utiliza la denominación genérica como inclusiva para ambos sexos] favorito? ¿Un pintor, un escritor, un compositor? ¿Un rey, tal vez? Si es así, y el "fenómeno fan" le ha hecho mella, entonces es probable que pueda contestar a muchísimas preguntas sobre la vida y obra de su personaje: ¿dónde y cuándo nació?, ¿cómo era su familia?, ¿qué estudió?, ¿quiénes fueron sus amigos, enemigos e influencias?, ¿dónde viajó?, ¿qué posición económica tuvo?, ¿cómo vestía?, ¿qué comía?, ¿qué enfermedades padeció?, ¿qué religión practicaba?, ¿cuáles fueron sus valores?, ¿qué le hacía feliz?... Pero en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera con una buena autobiografía podemos garantizarnos disponer de los datos necesarios para responder a estas cuestiones. Lo más normal es que las fuentes estén dispersas y la información sea fragmentaria. Así, nuestro conocimiento sobre las vidas ajenas es solo, en el mejor de los casos, una aproximación a la realidad con una gran carga interpretativa.

Cada año, cuando se acerca el 24 de octubre, me acuerdo de mi científico favorito. Y me tomo un trozo de tarta en su honor, por su cumpleaños. Llevo décadas leyendo todo lo que cae en mis manos sobre "el padre de la Microbiología", el holandés Anton van Leeuwenhoek (1632-1723). Un hombre que, sin saber inglés ni latín, envió desde Delft unas 300 cartas a la Royal Society de Londres en las que describía y comentaba sus pioneras observaciones microscópicas. Estas investigaciones llegaron a ser tan famosas (y controvertidas) que Leeuwenhoek incluso recibió en su propia casa numerosos visitantes, algunos muy ilustres. Pero este año, para mí, la celebración es diferente. Muy diferente. Este año él se ha convertido en "el padre de María". La Historia de la Ciencia es un ejercicio de construcción y reconstrucción. Cada vez es más frecuente que los proyectos de digitalización de fondos antiguos de bibliotecas ofrezcan jugosas novedades a los historiadores (y también a los fans como nosotros). Pero, la verdad, nunca pensé que en los registros de las notarías de los siglos XVII y XVIII de los Países Bajos hubiera algo que pudiera interesarme.

Gracias a la labor del profesor Douglas Anderson, como investigador invitado del Huygens Institute for Netherlands History de Ámsterdam, se han hecho públicos recientemente centenares de documentos de la época, conservados en diferentes archivos y relativos a la familia van Leeuwenhoek (lensonleeuwenhoek.net): correspondencia, escrituras de compraventa de propiedades, planos de la ciudad, testamentos, préstamos, ejecuciones de herencias, actas municipales, registros de nacimientos, defunciones, bautizos, bodas y divorcios… Pueden imaginar mi cara al descubrir la web. Creo que, para comprender el desarrollo del conocimiento humano, hay que enredarse en la telaraña vital de los hombres y mujeres que construyeron la Ciencia, más allá de sus logros concretos. Y en esto, las biografías ordinarias suelen olvidar o simplificar el papel de los familiares. Con la lectura de los documentos, poco a poco la figura de María (Maria van Leeuwenhoek, 1656-1745) va tomando forma como un silencioso apoyo de su padre durante toda su vida. Pero también como una mujer independiente, con capacidad de gestión económica del nada desdeñable patrimonio familiar. Y que decidió no casarse.

No quisiera ahora aburrirles con los detalles que he encontrado, pero sí les comparto una reflexión que me ha hecho sonreír y emocionarme: me atrevo a especular que si él fue el primer hombre en ver organismos microscópicos… ella fue la primera mujer. O mejor dicho, la primera niña. La casa de Delft, donde nació, fue su hogar toda la vida. Durante su infancia tenía una zona de tienda, donde su padre vendía tejidos autóctonos, como el lino, y otros procedentes del comercio colonial, como algodones y sedas. Las lupas cuentahílos, de unos 3 a 5 aumentos, eran un instrumento común de los pañeros del siglo XVII para el control de calidad de las telas. Creo que, como primera aproximación, es muy probable que María jugara con ellas en la tienda.

Con el tiempo, el laboratorio sustituyó a la tienda. El cargo de chambelán municipal que consiguió su padre le permitió disponer de prestigio en la ciudad, buenas relaciones y más tiempo libre. Poco a poco, su interés por las lentes le llevó a desarrollar un procedimiento propio, que siempre guardó en secreto, con el que una única lente simple podía llegar a superar los 200 aumentos. En mi opinión, no es descabellado pensar que, como persona curiosa que era, llegara un momento en que Leeuwenhoek quisiera compartir las observaciones con su círculo familiar. Tal vez la primera afortunada fuera su reciente esposa de aquel momento (1671), Cornelia Swalmius, madrastra de María. O tal vez, me gusta pensar, quiso también observar la reacción de su querida hija de 15 años ante las maravillas que estaba descubriendo.

¡Quién sabe! Sea como fuere, puede que por ahora solo la tumba familiar que comparten, en la Iglesia Vieja de Delft, tenga la respuesta.

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