Una segunda vida para el café
Podemos revalorizar un residuo cotidiano, los posos del café, gracias a la acción de un hongo
El siniestro bucle del fuego
Hay una leyenda que narra como un pastor de cabras de Etiopía descubrió las propiedades del café al observar que sus animales se comportaban de forma especialmente nerviosa tras mordisquear las bayas rojas de una planta, el cafeto. Un arbusto de la familia de las Rubiáceas que la taxonomía botánica denomina como Coffea arabica. Se estima que en Etiopia y Yemen esa planta se ha cultivado desde hace más de 1500 años, aunque su consumo a nivel mundial está ligado al Imperio otomano, y de Estambul a Venecia acabó creando imperios coloniales para Francia y Holanda, expandiendo su cultivo a otras zonas de África, Asia, islas del Caribe y América del Sur. En esta expansión fue básico el hecho social de su consumo en un nuevo lugar que se creaba allá donde llegaba el café: la cafetería. Al llegar a Europa, el primer caffé (con dos efes del italiano) se crea en Venecia a principios del siglo XVII, pero donde alcanza un gran éxito es en las ‘coffehouse’ del Reino Unido, hacia 1650. Es una bebida cara solo al alcance de las clases adineradas, la cafeína estimula pero no embrutece como el alcohol que servían en las tabernas populares por entonces.
En la actualidad, el café es una de las bebidas más consumidas del mundo. Según datos de Statista, cada año se producen más de 10 millones de toneladas de café. Lo que mucha gente no sabe es que el 60% termina convirtiéndose en residuo, los llamados posos de café. Son esos restos que se quedan en la cafetera o en el filtro, y aunque algunas personas los reutilizan en casa, la mayoría acaba en la basura. Este residuo, a pesar de ser tan común, tiene un potencial enorme que no se está aprovechando. Durante mi Trabajo de Fin de Grado en Biotecnología, trabajé en el grupo de investigación del Departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Granada, especializado en la revalorización de residuos. Desde el principio, el proyecto me atrapó, porque abordaba un problema tan cotidiano como interesante: ¿qué hacemos con los restos de café que generamos a diario?
Cuando me plantearon trabajar con los posos de café, me pareció una idea fascinante. Estos residuos están llenos de compuestos interesantes: grasas, azúcares complejos, antioxidantes, etc. Pero su uso también tiene algunos desafíos. Gran parte de su composición está formada por lignina, celulosa y hemicelulosa, que son estructuras bastante complejas y difíciles de descomponer. Además, contienen compuestos fenólicos, que pueden ser tóxicos en cantidades elevadas para muchos microorganismos. Por eso, mi objetivo principal fue encontrar una manera de aprovechar los posos de café como fuente de carbono para generar compuestos útiles, ya sea directamente o como parte de un proceso más complejo.
Tras investigar, decidí trabajar con el hongo llamado Trametes versicolor. Este hongo es increíble porque tiene la capacidad de descomponer la lignina y otros compuestos complejos como hemicelulosa y celulosa. Además, produce enzimas como lacasas y peroxidasas, que tienen aplicaciones interesantes en industrias como la farmacéutica, la limpieza de aguas o incluso la fabricación de plásticos biodegradables. El primer paso fue conseguir que el hongo creciera utilizando los posos de café como fuente de carbono mayoritaria. Para ello preparé un medio de cultivo sencillo y lo inoculé con el hongo. El hongo no solo creció, sino que también liberó una gran cantidad de azúcares reductores y melanoidinas durante el proceso. Estos compuestos son realmente interesantes. Los azúcares reductores, por ejemplo, son como el “carburante” perfecto para otros microorganismos. Son fáciles de metabolizar y pueden ser utilizados en procesos de cocultivo, donde varios microorganismos trabajan juntos para producir sustancias útiles. Por otro lado, las melanoidinas tienen propiedades antioxidantes que las hacen muy valiosas para la industria alimentaria y cosmética. Podrían usarse como conservantes naturales o incluso como ingredientes funcionales en productos diseñados para proteger nuestras células del daño oxidativo.
A partir de estos resultados, el siguiente paso será desarrollar un sistema de cocultivo. La idea es que el Trametes versicolor sea el encargado de descomponer los posos y liberar estos compuestos, y que otros microorganismos puedan utilizarlos para sintetizar productos de mayor valor añadido. Un ejemplo claro serían los biosurfactantes, que se utilizan en detergentes ecológicos, productos de limpieza sostenibles o incluso en la remediación de suelos contaminados.
Trabajar en este proyecto no solo fue un reto técnico, sino también una experiencia muy gratificante a nivel personal. Me permitió reflexionar sobre lo importante que es cambiar nuestra manera de ver los residuos. Los posos de café, que a simple vista parecen un desecho más, tienen un potencial enorme. Si somos capaces de aprovecharlos, no solo reducimos la cantidad de basura que generamos, sino que también podemos fabricar productos que beneficien a la industria y al medio ambiente.
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