Casi un regreso de lujo (Toll en la fotografía, Blanchard a la música) a los tiempos de Raíces y Kunta Kinte, sin duda propiciado en la cartelera española por la celebración del 8-M y la reciente nominación al Oscar de su protagonista, Cynthia Erivo, Harriet reverdece la heroica antiesclavista para tiempos de supremacismo blanco de la mano del biopic de una de sus principales y pioneras figuras históricas, a saber, esa Harriet Tubman (1820-1913), nacida Araminta Ross, que lideró con tesón, rabia y valentía numerosos rescates de esclavos de las granjas del Sur a través de la red clandestina Underground Railroad para luego formar parte de la Union Army en la Guerra Civil Norteamericana (1861-1865).
La película de Kasi Lemmons (Eve’s bayou, Black Nativity) levanta bien alto y aprieta bien fuerte el puño afroamericano para rememorar su figura, más concretamente los episodios de su huida de la granja de Dorchester a Philadelphia y sus primeras misiones libertadoras de vuelta a Maryland, bajo las formas hipertróficas y melodramáticas del telefilme de gran presupuesto, a saber, con altas dosis de drama y maniqueísmo para convertir a los esclavistas blancos en auténticos demonios salvajes ávidos de sangre y a los negros explotados y vejados en almas de Dios sin más fisuras que su legítimo derecho a la defensa propia.
Así las cosas, entre estampas de humillación, frustración, acción y rescate, Harriet transcurre por el previsible sendero de los momentos estelares de la Historia conocida y el retrato heroico y ejemplar (cabe recordar que Tubman también se involucraría en la lucha por el sufragio femenino) de una de esas mujeres únicas que dan nombre a museos, fundaciones y becas. Nada en esta desaforada y algo rancia película podría cuestionarlo.