El nadador de Paestum | Crítica

Vida no eterna

  • El arqueólogo alemán Tonio Hölscher reinterpreta la enigmática pintura del nadador de Paestum en un hermoso ensayo que analiza aspectos fundamentales de la cosmovisión griega

Tumba del nadador, Paestum, hacia 480 a.C.

Tumba del nadador, Paestum, hacia 480 a.C.

Dejando al margen los testimonios aportados por la abundante cerámica y en menor medida por algunos mosaicos o tablas de arcilla, la pintura de la antigua Grecia apenas se ha conservado. Podemos hacernos una idea de su contenido por las representaciones en los soportes citados o las menciones de los historiadores antiguos, que consignan los nombres de pintores concretos cuyas obras se han perdido. Entre las pocas evidencias directas, muchas veces reproducida, figura la serie de frescos que decora una tumba desenterrada en el siglo pasado donde a las habituales escenas de un simposio o banquete, familiares por su reflejo en las decoraciones de vasijas y también en la literatura, se suma otra, la que aparece en el techo, que sorprende por su delicadeza y aparente incongruencia. La imagen muestra a un bronceado efebo que se arroja al agua, en elegante salto de cabeza, desde una plataforma que podría ser torre o trampolín, y desde su hallazgo ha sido objeto de distintas interpretaciones que tratan de conciliar la vivísima plasticidad de la escena con el contexto funerario en el que se inscribe.

Descubierta en 1968, la tumba del 'tuffatore' aportó un testimonio único

Descubierta por Mario Napoli en 1968, la tumba del tuffatore o nadador de Paestum, nombre latino de la ciudad griega de Posidonia, en las inmediaciones de Nápoles, aportó un testimonio único de la pintura de los inicios del arte clásico, hacia el 480 antes de la Era. Sorprendían no los colores intactos de los frescos, preservados por el impecable acabado de las losas, ni el trasfondo homoerótico de las escenas donde varias parejas de hombres, adultos y muchachos imberbes, comparten sus respectivos divanes, conforme a usos ajustados al patrón de las relaciones entre el erastés y el erómenos y perfectamente aceptados en un amplio sentido que no se limitaba a la iniciación sexual. El elemento imprevisto era y sigue siendo el que aporta la pintura no festiva, o sea la del "sublime nadador", como lo calificó Claude Lanzmann, que al contrario que las anteriores retrata a un solo joven y lo hace no en un entorno de celebración sino en plena naturaleza, en una composición hipnótica y admirablemente sobria donde dos árboles inclinados y otras formas vegetales enmarcan el conjunto.

En el grácil movimiento, apresado por el artista, no habría metáfora ninguna

A elucidar el posible significado del salto ha dedicado el arqueólogo alemán Tonio Hölscher un hermoso ensayo que se aparta de las interpretaciones más extendidas, con énfasis en el componente simbólico, para proponer una lectura más sencilla y literal. En el grácil movimiento, apresado para siempre por el artista, no habría metáfora ninguna. El nadador no representaría el tránsito de la vida a la muerte o la vida eterna, como sostuvo el mismo Napoli y se ha reiterado después, aludiendo a un ultramundo que se opondría a las muy terrenales escenas que lo acompañan en la serie. Es cierto, concede Hölscher, que se trata de una explicación compatible con las doctrinas mistéricas de filiación órfica o pitagórica, muy presentes en el sur de Italia y documentadas, sin ir más lejos, en una oda coetánea de Píndaro, pero a la vez se halla impregnada de un sentido de la escatología que remite más bien al cristianismo. Frente a esta línea especulativa, el ensayista defiende que la imagen, plena de vitalismo, refleja exactamente lo que vemos, o sea una "zambullida real en el mar", producto en última instancia de una concepción cultural de la juventud que concedía a los adolescentes un amplio margen de libertad y se plasmaba en ideales que transmiten "entusiasmo por el desarrollo del cuerpo, del espíritu, de la alegría de vivir y del amor por el riesgo".

Hölscher recuerda que lo bello, para los griegos, era inseparable de lo bueno

El misterio del tuffatore actúa en realidad como punto de partida para una reivindicación de esos valores, desglosada en breves capítulos que nacen de la erudición –al final se recogen las numerosas fuentes– pero están volcados en una prosa amena y perfectamente accesible. Deshaciendo tópicos muy difundidos, Hölscher arroja luz sobre las estrechas relaciones de los griegos con el mar, también en tanto que nadadores, y sobre el ámbito de la naturaleza por oposición a la vida urbana, pero el núcleo de su recorrido recae en los ritos de paso a la edad adulta, las formas del erotismo y el culto a la belleza atlética, tan presente también en Píndaro. Hay en su discurso un propósito expreso de recuperación de la Grecia de contornos luminosos, con razón matizada por autores como Burckhardt, Nietzsche o Burkert, que con tanto acierto analizaron su reverso oscuro, y en este sentido el autor apela a la vieja autoridad de Goethe. También recuerda que lo bello, para los griegos, era inseparable de lo bueno, más allá de la apariencia física. Y que todos estos ideales, tan inspiradores, estaban reservados en la práctica a las clases superiores, a las que sin duda pertenecía el difunto enterrado en Posidonia.

Templos de la antigua Posidonia. Templos de la antigua Posidonia.

Templos de la antigua Posidonia.

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