Crítica del Festival de Música y Danza de Granada

María Toledo y sus buenas intenciones

María Toledo.

María Toledo.

El Palacio de los Córdova abrió sus puertas la noche del jueves para recibir a la artista toledana María Toledo a los pies de la Alhambra, en un concierto del Festiva de Música y Danza que reunía, a priori, todas las condiciones para que ser un éxito. El público incondicional que asistió a escucharla vino con la predisposición de encontrarse a la gran artista que es y a disfrutar de un repertorio entre lo flamenco y lo aflamencado con guiños a la canción y a la copla.

María Toledo ha gestado su carrera profesional partiendo de las bases del cante para, junto a su inseparable piano, vender una propuesta novedosa, esto es, acompañarse a sí misma al piano a la par que canta. El piano flamenco viene de antiguo. Ya desde principios del siglo XX tenemos grabaciones de discos primitivos de pizarra que lo atestigua. La novedad, en este caso, no es el piano en lo flamenco, sino el piano en manos de la cantaora que asumió ambas disciplinas (cante y toque) de manera loable.

María tiene voz flamenca, a ratos rasgada, a ratos rozada, flamenca. Se acompañó de la guitarra magistral de Antonio Sánchez y de los palmeros Javier Peña y Juan Diego Valencia con un protagonismo reseñable. Quiso estar, en off y con su voz de eterno poeta José Luis Ortiz Nuevo piropeando sobre versos hablados las aptitudes de la cantaora a modo de prólogo sonoro.

El recital se fundamentó en cantes y toques de la mano, tanto de guitarra como de piano sobre la base del flamenco actual, desde una visión personal de la artista que, queriendo agradar desde el principio y encontrándose ‘la mar de a gusto en Granada’, se basó en las estructuras musicales del género sin más.

Sin embargo, y a pesar de tan buenas intenciones, a pesar de encontrarse tan bien rodeada, tan plena de facultades y tan predispuesta a triunfar, falló el repertorio. La cuestión de esta observación en el fallo no es ya por una mala elección de los temas, que no lo fue, lo fue la concordancia entre estos. No hubo una definición clara en el concepto musical de la propuesta. A caballo entre el flamenco, la copla y la canción, cada una de las interpretaciones se diluían entre los tres géneros sin dejar claro dónde ubicarse.

Las bulerías del comienzo nos llevaron a acordarnos del magnífico letrista José Alfredo Jiménez quien, con aquel histórico tema Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero, pero sigo siendo el rey triunfó en medio mundo. María, por bulerías quiso hacer una adaptación al compás de amalgama cuyo mayor logro fue reconocerse las letras y las melodías.

Por soleá se acordó de Enrique el Mellizo, de Juaniquí de Lebrija, de La Serneta y de Joaquín de la Paula. Posiblemente, el cante más flamenco de toda la noche si no tenemos en cuenta las modificaciones tonales melódicas que aportó la cantaora. Siguió por tangos, de Badajoz, de Graná, de la Niña de los Peines, de La Perla… y volvió a Graná para intentar meterse al público en el bolsillo. Lo difícil de cantar tangos en esta tierra es que hay tan buenos referentes y está tan dentro del aficionado este cante y sus artistas, que hay que tener valor para acordarse de Estrella Morente sin caer en el copismo y que el resultado no acabe de ser el pretendido.

Se alejó del flamenco con las composiciones Con el tiempo en tiempo de fandangos de Huelva y en una composición propia creada en su anhelo de ser madre. Ambas de buena calidad artística sin duda, pero que no llegaron al público. La más emocionada fue ella.

De lo más destacable del concierto, unas sevillanas con letras ajenas a este cante, montadas sobre coplas populares y acompañadas a la guitarra en tonos aguajirados. Volvió a recuperar letras del mejicano José Alfredo Jiménez en estas sevillanas con su creación ‘si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida’. De nuevo, a pesar de las buenas intenciones, la métrica de la copla no cuadraba en la de este cante por lo que el resultado final fue desigual.

Por contra, las alegrías que vinieron después fueron irregulares desde cualquier prisma. Una canción de introducción nos lleva a estilos del Mellizo y de El Butrón, que se pierden y restan flamenquería cuando entre medias aparecen canciones ajenas a las alegrías que no llegaron ni a ser estribillos. Lo más llamativo en este momento fue cuando el protagonismo lo tuvieron muy por encima de la protagonista, los palmeros. Acertados, en segundo plano, discretos, pero se llevaron los únicos aplausos. Algo debió fallar para que fuese así.

El final del espectáculo vendría por bulerías. María estaba venida arriba, disfrutándose a sí misma y disfrutando de sus compañeros. Rememoró a Carlos Cano con ‘María la portuguesa’ y pasó lo mismo que cuando se acordó de Estrella Morente. Se acordó también de Juana Cruz, de Lole y Manuel en el bis, todo con buenas intenciones pero con un resultado irregular y desigual en el que María, artista donde las haya, no consiguió atrapar ni convencer a un público heterogéneo en cuestiones flamencas.

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