Dejà vu | Crítica

El nido de la sensibilidad de Mayte Martín

EMayte Martín, en el Palacio de Carlos V.

EMayte Martín, en el Palacio de Carlos V. / Fermín Rodríguez

No han sido pocos los intérpretes a los que la perversa estructura de la constelación, como orden único admitido para la música, ha dejado en los márgenes después de intentar comerse el mundo. En absoluto es el caso de Mayte Martín, quien ha imprimido un aire renovado a esa constelación sacudiendo los cánones con la luz de su voz de plata. Y como la plata y el oro son metales que se funden en las entrañas de la colina que sostiene por siglos el conjunto monumental de la Alhambra (la Sabika), esa cercanía de elementos vibró de efervescencia en la noche ofrecida por Mayte Martín.

Una voz a veces trémula, a veces tranquila, sosegada, dulcemente rota en quejíos y altos imposibles, desde su sentir ético, estético, cosmológico, nos advierte que la cantaora viene inspirada nada más abrir su exquisito paladar a capella en los sustanciosos campanilleros que homenajean a la Niña de la Puebla. Ya desde ese preciso instante, bajo las estrellas y una luna ausente, vislumbramos la tónica de toda la velada, con unas guitarras coordinadas hasta lo sublime en trémolos, punteos, picaos, ligados, cierres, precisiones rítmicas varias y demás excelsas interpretaciones, sonando literalmente a gloria, porque hubo buena ingeniería de sonido, y realizando interesantes juegos de silencios y tensiones, muy reconocibles en el estilo de la cantaora.

La percusión tuvo un destacado papel y no precisamente por excederse en estridencias, sino por el sumo gusto creando música y ambientes exquisitos. Así, con una introducción de Marta Cardona al violín en la que se intuye la petenera, Mayte aborda este estilo cuidando la música hasta el extremo, con aires mexicanos y una segunda letra clásica, bien cosida de principio a fin. Surgen los primeros oles de la noche que no cesarían en la Vidalita, donde recuerda a su 'maestro' Valderrama en un juego riquísimo en fraseos melódicos, ya sola en el escenario con la guitarra de José Tomás.

La cantaora, muy entregada. La cantaora, muy entregada.

La cantaora, muy entregada. / Fermín Rodríguez

La seguiriya paró los relojes a las once. Porque eran las once en punto, lorquianamente, en todos los relojes, y ni las estrellas ya traídas a colación, ni el juego de columnas aritméticamente perfectas que hacían de telón de fondo, ni la luz anaranjada, ni el contraste de órdenes del Palacio de Carlos Quinto, compusieron una estructura más bella que esos pájaros salidos a volar desde el nido de la sensibilidad que tiene Mayte Martín en su garganta. Cantó con gusto exacerbado, inspiración, querencias, honor, pundonor y prestancia. Primero en los aires cortos de Jerez, meciéndose, doliéndose, sintiéndose, acordándose… luego alargó el cante buscando el estilo de Paco la Luz, pero endulzándolo con una arrolladora personalidad más arrebatada todavía, para enjoyar esta obra de arte con un remate de los Puertos sobre la letra de Manuel Machado.

Parece todo el espectáculo una sola historia de amor, con su planteamiento, su nudo y su desenlace, aunque la propia artista advierta que ahora se le ha 'olvidado' el romanticismo. Pero cantó al amor y no solo invitó al goce del espíritu a través de su música, sino también a la reflexión, culmen de todo proceso artístico/expositivo: sentir y pensar.

Continúa Mayte Martín como antóloga de sí misma con La Tana, una breve y deliciosa pieza en clave de tangos. Siempre ha dotado de arquitectura orgánica y precisa sus trabajos y la ordenación de Deja vu se nos antoja cronológica cuando continúa con el poema de Rafael de León, musicado por el maestro Solano en 1965, Ten cuidado, que solo en los primeros acordes despertó aplausos de los incondicionales. El resultado no es un simple acopio de músicas y temas pertenecientes a su discografía, porque la voluntad de construcción asiste a este conjunto de composiciones hasta otorgarles un sentido autónomo. Así las cosas, aquí el cante acusa un vigor expresivo especial porque no sólo se tiene el alma en celo por el desengaño, sino que a la vez sufre el dolor del enamorado.

Con todos los músicos en escena interpreta Zafiro y luna, donde firma música y letra, y posteriormente Navega sola en clave de alegrías. Inténtalo encontrar, a ritmo de bulerías, es una hermosa composición creada por José Luis Montón y nuestra anfitriona, que precedió a un sentido homenaje a Manuel Pareja Obregón, con algunas de las sevillanas más destacadas del artista fallecido en 1995. Atahalpa Yupanki y la Milonga del solitario llevaron al clímax del lirismo de la noche y pusieron al público en pie mientras saludaban los músicos.

Mayte Martín regresa a escena jaleada por el respetable para enfrentarse al tema número doce y continuar con la tensión y la armonía de los órdenes estilísticos, porque doce son los leones del patio que les da nombre y que se agazapaban sobre sus fuentes pocos metros más abajo, doce son las horas del día y de la noche, doce son los meses del año y doce son las torres septentrionales que protegen la Alhambra. Así, el tema doce de la noche no podía ser otro que S.O.S., uno de sus buques insignia. Con la emoción y el entusiasmo a flor de piel, la cantaora no quiso marcharse sin recordar a Enrique Morente y a Federico García Lorca, a través de la música del uno y el poema del otro en El lenguaje de las flores, por tangos.

Noche para el recuerdo en la que Mayte Martín cortó dos orejas y rabo, luciendo un repertorio de la más alta calidad y flanqueada por un cuadro de intérpretes de lujo y excepción.

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