Director de Cervezas Alhambra entre 1992 y 2007

Antonio Perera, el hombre del milagro verde

  • Damm y Cruzcampo le ordenaron cerrar la empresa pero consiguió reflotarla y, ya con otros dueños, que registrara un increíble crecimiento

Antonio Perera, el hombre del milagro verde

Antonio Perera, el hombre del milagro verde / A. C.

Allí, en el patio del hotel Santa Paula, de buena gana hubiéramos pedido una Alhambra Especial o una ‘milno’ porque el sitio es de los que se prestan a una buena charla tomando un aperitivo con un amigo.

El problema es que nuestra cita es a las nueve de la mañana y lo que pinta es un café –que es lo que pido yo– o un té con limón –que es lo que pide la persona con la que he quedado–.

Hace el frío propio de una mañana de este diciembre que se niega a estar encuadrado en el apartado de crudo invierno.

Aun así a la persona con la que he quedado no le importa que la charla se desarrolle al aire libre en las mesas de los soportales del claustro. Ya llegará el día en que no se pueda.

En su etapa de profesor de Derecho Financiero. En su etapa de profesor de Derecho Financiero.

En su etapa de profesor de Derecho Financiero. / A. C.

La persona con la que he quedado tiene nombre de escritor o futbolista y aspecto de hombre satisfecho con la vida que tiene tiempo hasta para empaparse con las noticias de los periódicos que lleva bajo el brazo. Es rotundo de cabeza, las gafas son de carey marrón, peina no demasiadas canas y su barba, eso sí, adquiere importancia en estas fechas en las que nos meten hasta la saciedad al hombre del gorro rojo que viaja en un trineo tirado por renos.

Mi entrevistado viste con corrección pero sin mimo, con una bufanda verde que le aporta un punto de elegancia y un pañuelo de lunares que le sale por encima del bolsillo superior de la chaqueta y que le insufla un cierto aire de dandi. Es muy amable, con esa amabilidad neutra que infunden los jubilados con un pasado que contar. Y su voz, con cierto deje malagueño, es potente y segura, de la que utilizan los que han estado acostumbrados a mandar.

Nada más sentarnos me cuenta que cuando llegó a Granada procedente de Barcelona, coincidió con el Día de la Cruz y dice que tardó más de dos horas en atravesar la ciudad y llegar al hotel en donde se alojó, el Brasilia. 

Anacleto Perera, padre de Antonio. Anacleto Perera, padre de Antonio.

Anacleto Perera, padre de Antonio. / A. C.

Yo no sabía ni siquiera lo que era de Día de la Cruz y cuando vi tanto bullicio en las calles, lo primero que pensé es que me había equivocado al cambiar Barcelona por Granada porque creía que era una ciudad más tranquila. Luego ya me dijeron que Granada no era así todos los días, jajajaja”.

La persona con la que he quedado se llama Antonio Perera y fue director de Cervezas Alhambra en esos años en los que voló sobre la empresa el fantasma del cierre y que después llegó a ser de las más codiciadas en el mercado cervecero tras haber encontrado esa joya de la corona que es la Alhambra reserva 1925, una de las cervezas con sabor artesanal más demandadas del mercado español.

A Perera le ordenaron cerrar la fábrica cervezas Alhambra pero reflotó la marca y consiguió un milagro envasado en botella verde. Su mandato arrancó en 1992 y se prolongó hasta finales de 2007.

Durante algún tiempo simultaneó su puesto de director en la empresa cervecera con la enseñanza, pues fue profesor de Derecho Financiero en la Facultad de Derecho y de Economía Financiera en la de Empresariales.

Presidió después el Consejo Social granadino y colaboró con Cajagranada antes de su integración en BMN. Ahora se dedica a viajar, leer y escuchar música clásica. Dice que no le ha afectado que los teléfonos ya no pregunten por él porque se había preparado para esta etapa de su vida.

Estudiante con beca

Antonio Perera nació en 1948 en Málaga, ciudad en la que permaneció hasta los 23 años. Me cuenta que su padre, Anacleto Perera, era guardia civil y que con su constancia incansable tuvo un papel determinante en su aprendizaje y, por ende, en su desarrollo intelectual y profesional.

Antonio fue un buen estudiante. La prueba está en que recibió una de aquellas becas que entregaba el Patronato de Igualdad de Oportunidades (PIO) que iban dirigidas a familias con recursos limitados y con hijos que sobresalían en los estudios.

–Hice el bachiller en el Instituto Nuestra Señora de la Victoria, en el mismo en el que había estudiado Severo Ochoa. El mismo profesor que le dio clase de Física a nuestro premio nobel me dio a mí también, aunque cuarenta años después–.

Empezó la carrera de Ciencias Económicas en Málaga y entremedias se presentó a unas oposiciones para ser funcionario, que aprobó sin demasiados problemas. Al terminar los estudios universitarios se casó y se fue a dar clases de profesor a Barcelona. En la ciudad condal, donde tuvo dos hijos, estuvo aproximadamente diez años.

Alhambra fue vendida por 55 millones de pesetas, Mahou la compró por 34.000

–Estábamos bien en Barcelona, yo era de los que me impliqué en la reivindicación de aquella tierra. Asistí a la primera diada e incluso estuve aclamando a Josep Tarradellas en el regreso de su exilio. Pero luego, con Pujol, empecé a darme cuenta de que estaban colonizando el sistema educativo y ya no me gustó tanto estar allí. De alguna manera vaticiné lo que ahora está pasando. Bueno, el caso es que una mañana vi un anuncio en La Vanguardia en la que necesitaban director financiero para la fábrica Alhambra de Granada. Vi la ocasión para trabajar en otro sitio. Fui al proceso de selección y salí elegido. Tenía muchas ganas de trabajar en el sector empresarial. Pedí una excedencia en la Universidad, pero al final ya no volví.

Antonio Perera, en su infancia. Antonio Perera, en su infancia.

Antonio Perera, en su infancia. / A. C.

Antonio Perera goza de una memoria bien engrasada. Tiene un discurso impecable y parece estar ya de vuelta de muchas cosas que en un pasado no muy lejano le habrían hecho daño o minado la moral.

–La empresa estaba en la ruina y muy mal gestionada. Pero es que ni siquiera la querían sus dueños, que por entonces eran Damm y Cruzcampo. Además, estaba totalmente ‘desgranadizada’. Entonces yo me volqué por recuperar sus señas de identidad e integrarla en la ciudad. Me acuerdo que convoqué a los directores de los medios de comunicación granadinos en el parador y les dije lo que quería hacer. Y hasta el día de la Cruz monté una en el patio de la fábrica. Pero mis ideas iban por un sitio y las de los propietarios iban por otro. Al final lo que querían era cerrarla. Me lo dijeron abiertamente cuando pasé de director financiero a director general. Sin embargo, yo estaba convencido de que la empresa era viable.

En la Cabalgata de Reyes

Antonio rememora aquella etapa de crisis como muy amarga. Dice que se le pusieron en contra los trabajadores, la prensa, la propia Junta de Andalucía… Fue uno de los hombres más odiados de Granada. Lo tildaban de hombre de paja enviado a cerrar la fábrica. Fueron momentos muy duros en su carrera profesional.

–Recuerdo que en el año 1994 fui rey Melchor en la cabalgata de los Reyes Magos de Granada. Bueno pues unos días antes había me habían comunicado que la empresa iba a echar el cierre. Imagínate tú con que ánimos les echaba yo caramelos a los niños sabiendo que dentro de pocos días la empresa no existiría y todos los trabajadores se iban a quedar en la calle. Los dueños de la fábrica me llamaron para decirme que querían un cierre ordenado. ¡¿Cierre ordenado?!, les solté. Yo estaba seguro que no iba a ser así porque Alhambra era la marca de cerveza de Granada y sabía que los granadinos se iban a volcar con ella. Hubo una gran manifestación por el centro de Granada convocada por el comité de empresa y los sindicatos. Yo no fui pero envié a mi secretaria y a mis hijos y les dije que grabaran lo que pasaba. Lo hicieron y vieron como había gente muy cabreada que incluso se metía y gritaba contra los bares que tenían Cruzcampo. Les llevé la grabación a los dueños de la fábrica y les pregunté: “¿es esto lo que queréis? Aquello les hizo reflexionar y me dijeron que no la iban a cerrar, pero que la iban a vender.

Fue uno de los artífices de la 1925, considerada la ‘joya de la corona’ del grupo Mahou

Fue entonces cuando apareció un inversor privado dispuesto a hacerse con la fábrica. Antonio pudo respirar. Me dice que él y su equipo trabajaron duro y al final consiguieron que ese inversor se interesara por la cerveza que se hacía en Granada. Y luego vino ese milagro envasado en botella verde del que hablaba antes: la aparición en el mercado de la 1925.

–Teníamos una fábrica que se limitaba a elaborar una cerveza corriente, normal. Necesitábamos algo nuevo, algo que nos distinguiera. En mi despacho había alguna botella de las que utilizaba Alhambra antiguamente. Me pareció genial. Una botella verde sin etiquetas. Tuvimos algunos problemas porque al estar sin etiqueta no se podían poner todos esos requisitos que son necesarios en un producto. Pero al final conseguimos que se aprobara la iniciativa y que una empresa fabricante de vidrios confiara en nosotros para hacernos el pedido. Ya teníamos el envase. Ahora faltaba lo de dentro. En eso tuvo mucho que ver Miguel Hernáiz Bermúdez de Castro. Él fue el químico que logró el contenido. Estaba muy buena. Luego el director de marketing Miguel Ángel Ropero se ocupó de ponerla en el mercado. Fue un éxito. La lanzamos con una tirada muy pequeña y con materias primas muy seleccionadas. El anuncio era: ‘Usted pone la etiqueta, nosotros la auténtica cerveza’. La sorpresa fue que la 1925 se agotó en una semana. Entonces publicamos en el periódico otro anuncio que decía ‘Se acabó, ustedes disculpen’. Los competidores creyeron que eso era una estrategia publicitaria para crear mono, pero la verdad es que nos habíamos quedado sin cerveza. Cada día nos escribían desde toda España preguntando dónde comprarla. Tengo un montón de anécdotas que contar. Un día recibimos una carta de los almacenes Harrods interesándose por la 1925. Otro día en un viaje privado por Alaska, una chica que hablaba español, al decirle que éramos de Granada nos contestó: ‘¡Oh! Granada, buenas tapas y 1925’. Lo que quiero decir es que la empresa estaba ya en la rampa y que esta cerveza fue la garantía de continuidad a largo plazo.

Un soporte sentimental

A Antonio le sale esa pizca de orgullo cuando habla de ese producto estrella de la marca granadina. Me cuenta que Damm y Cruzcampo vendieron la empresa por 55 millones de pesetas en 1995 y doce años después la compró Mahou por 34.000 millones, unos 200 millones de euros.

–Yo no creo que haya habido operación igual en el mercado cervecero. Y fíjate lo que son las cosas, las mismas empresas que nos habían vendido pujaron después para adquirirla de nuevo. ¡Los que la vendieron por 55 millones de pesetas quisieron comprarla doce años después por 34.000 millones! Fueron torpes. Nos menospreciaron y ningunearon. Y cuando se dieron cuenta de su error, ya era demasiado tarde. Después de aquello muchas marcas intentaron copiar el producto, pero la 1925 estaba ya muy posicionada en el mercado. Luego vendrían otros éxitos, como la cerveza sin alcohol, que anunciaron con un árbol, la serpiente, Adán y Eva y el lema ‘sin pecado original’.

–Se levantó una polvareda impresionante por ese lema. Pero en eso también fuimos pioneros porque en vez de quitarle el alcohol a la cerveza, la fabricábamos ya sin él. La gente que no bebía alcohol iba a los bares y pedía una ‘sin pecado’. Antonio lo mira todo ahora desde la atalaya de lo vivido. Me cuenta que está haciendo limpieza en su despacho y está encontrado viejos documentos de aquella época y que siente algo extraño al comprobar las cosas que les decía en sus cartas a los que querían cerrar la fábrica, una fábrica incómoda, con poco futuro como tal y con poca actividad porque casi toda la cerveza del grupo se fabrica en otras instalaciones, pero que nadie se atreverá a cerrar porque se ha convertido en el soporte sentimental de una marca puramente granadina. También Antonio parece decidido haberse hecho ya puramente granadino. Aquí le nació su hija más pequeña, aquí ha aprendido lo que es la malafollá y aquí ha decidido pasar el resto de su vida. Me dice que es un melómano empedernido y que todos los días pasa un buen rato leyendo. Ahora está con dos libros a la vez: ‘Miedo’, de Bob Woodward, y un libro autobiográfico de Miguel Ángel Aguilar. Antes de despedirnos y dar por terminada la charla, le pregunto:

–Una curiosidad Antonio, lo de poner ‘1925’ a la cerveza sabemos que es porque la fábrica de Alhambra se fundó en ese año, pero… ¿no os pasasteis con lo de ‘reserva’?

–Jajajaja. Sí. Está claro que el concepto de reserva es para los vinos, pero nosotros queríamos darle ese concepto artesanal, de cómo se hacía antes. Es un recurso retórico más que nada. Un recurso que ha funcionado

-¿Cuántas ‘verdes’ te bebes al día?

-Bueno, esa cerveza no es para beber muchas seguidas, jajaja. Yo la tengo en casa pero la bebo poco. ¿Sabes? Yo ya no sé si los que vienen a mi casa vienen a verme a mí o a que les ponga una 1925.

-Mañana voy a verte, Antonio.

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