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El “déficit” de docentes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada pone en jaque la formación de los futuros médicos

  • La elevada edad media y la dificultad de incorporar profesionales en activo acrecientan el problema, reconoce la UGR

Facultad de Medicina de la UGR.

Facultad de Medicina de la UGR. / Archivo

A comienzos del mes de octubre, el Foro de la Profesión Médica publicó una nota de prensa, muy contundente, en la que se mostraba “totalmente contrario” a la apertura de nuevas facultades y a favor de la reducción de estudiantes matriculados en cada uno de los centros que ya forman a los futuros médicos. La nota recordaba que en Andalucía hay cinco facultades de Medicina, y que en lugar de apostar por dos nuevas –en Jaén y Almería– más conveniente resulta atender “a las solicitudes de mayores recursos humanos y materiales, que necesitan las facultades ya existentes, que son claramente insuficientes”.

La Universidad de Granada (UGR) parece que no escapa del diagnóstico lanzado por el Foro, en el que se engloba la Organización Médica Colegial de España. el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, la Conferencia de Decanos, la Confederación de Sindicatos Médicos, el Consejo Estatal de Estudiantes de Medicina y la Federación de Asociaciones Científico Médicas. El vicerrector de Personal Docente e Investigador (PDI) de la Universidad de Granada, Fernando Cornet Sánchez del Águila, apunta a los problemas que se dan en la UGR, pero que, asegura, son comunes a las facultades de Medicina. “Tenemos una gran dificultad en encontrar profesores asociados que puedan compatibilizar la labor asistencial con la docencia”.

El vicerrector apunta a que los propios hospitales “no están sobrados de médicos”, lo que hace que la incorporación de docentes sea “complicado”. “Existe un déficit generalizado en profesorado”, subraya el Foro de la Profesión Médica. Este motivo, alegan “hace inviable la creación de nuevas facultades de Medicina en el territorio nacional, cuando en muchas de las facultades ya existentes manifiestan públicamente el creciente problema con el profesorado clínico y la carencia de profesores acreditados que permitan el necesario revelo generacional”.

Cornet Sánchez del Águila se suma a esta reflexión.Esgrime que desde la Consejería de Salud y Familias se tomó la decisión de no aumentar el número de profesores asociados de Ciencias de la Salud. De hecho, el número de docentes bajo esta figura ha mermado de forma considerable en los últimos años. Según las sucesivas memorias académicas, si en el curso 2012/2013 eran 211 los asociados de Ciencias de la Salud, el pasado 2019/2020 quedaban 86. Ante la decisión de Salud –estas plazas necesitan la aprobación tanto de la Consejería como de la Universidad– la UGR ha sacado plazas de profesor contratado doctor vinculado. Para el vicerrector, esta modalidad de docente vinculado supone, además, más “estabilidad”, ya que los asociados se renovaban año a año y los vinculados tienen contrato laboral indefinido.

El problema se agudiza en el siguiente escalón. Son muy pocos los médicos que apuestan por acreditarse –paso que requiere que se formen como investigadores– y de ahí se saquen plazas de titular o catedrático. Para salvar esta dificultad se creó en 2018 el programa María Castellano, que pretendía facilitar el proceso de acreditación de aquellos facultativos que quisieran optar a una plaza de funcionario de la Universidad. Sin embargo, a día de hoy, según Cornet, “no se ha convocado ninguna plaza en Granada” dentro de este programa.

A este panorama se suma la edad media de los docentes que imparten clase en Medicina, superior, indica el vicerrector, a la media de profesores de la UGR, que está en 52 años. “La edad media es muy alta”, afirma. Esto supone que en unos años el problema actual, posiblemente, se agudice. Para abordar esta situación se creó una comisión en la Conferencia de Rectores (CRUE), grupo de trabajo que quedó paralizado por la crisis del Covid-19.

El problema del relevo tiene otra arista. El periodo de formación de los médicos es superior al del resto de graduados. La carrera son seis años, a los que hay que sumar uno o dos para preparar el MIR. Después toca realizar la residencia, con lo que los médicos no consiguen una estabilidad que les permita plantearse investigar –y luego acreditar– hasta la treintena.

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