Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El ADN de Granada
Paco Izquierdo la tenía como la más útil y mejor condicionada de Granada. El cronista Francisco de Paula Valladar como la más coqueta y fresca en verano. José Luis Delgado, como la más activa y animada. Y José G. Ladrón de Guevara, como un lugar propicio a la charlatanería, el trapicheo y el comercio. Estamos hablando de la Plaza de la Trinidad, otro de los espacios públicos insertos en el ADN de Granada por méritos propios y que, a pesar de sus transformaciones, no ha perdido su aire romántico y decimonónico. Sobre todo, cuando no están los estorninos.
Se le puso del nombre de Plaza de la Trinidad porque en el espacio que ocupa estaba a primeros del siglo XVI el convento de los Trinitarios Calzados. A esta orden le quitaron el convento cuando vino la desamortización y el edificio fue destinado a las oficinas de la Delegación Municipal de Hacienda. Pero el local se caía a pedazos y en vez de arreglarlo las autoridades municipales que gobernaban la ciudad en 1889 decidieron echarlo abajo. "El convento de los Trinitarios se mantuvo en pie hasta 1889 en que se procedió a su demolición derivada de la nefasta restauración llevada a cabo y los intereses del Ayuntamiento por crear los ejes de Mesones y Alhóndiga, naciendo en su lugar la plaza que se convierte en solución de espacio urbano a finales del siglo XIX", se dice en la revista Arquipa.
En 1897 se le encarga al ingeniero gaditano Luis Morell y Terry, casado con una granadina, que diseñe la plaza y él lo hace introduciendo en la ciudad de la Alhambra el llamado ‘jardín a la inglesa’, muy de moda en esos años en Madrid. Un espacio muy verde y arbolado con paseos diagonales y en el centro una fuente de mármol central y dos tazas en alto. La misma que había en el convento de los Trinitarios. Con Gallego Burín como alcalde la plaza sufre una remodelación, se ponen quioscos en las cuatro esquinas y se plantan más árboles y arbustos, convirtiéndola en la plaza con más sombras de Granada, un lugar propicio para la echar la siesta en alguno de sus bancos en los días en los que los termómetros no tenían piedad con los ciudadanos. Dice Ladrón de Guevara en su libro sobre las plazas de Granada que, por Navidad, la Trinidad se convertía "en un enorme gallinero en donde pollos, pavos, conejos y palominos esperan, mojados por la tristeza de su próximo fin, la llegada del cliente que los llevará a la cacerola". Y en verano, sigue diciendo Guevara, "se levantaban unos tingladillos de palos y cañizos donde se apilaban melones y sandías". Paco Izquierdo afina más sobre los trapicheos que se hacían en los años cincuenta y sesenta en aquella plaza: "Allí eran frecuentes los charlatanes que vendían duros a cuatro pesetas; los cortes de traje, hasta cinco, a mil pesetas; pavos de los montes, por una miseria; y saladillas a tres chicas".
María José Martínez Justicia dice, en un estudio que ha hecho sobre esta plaza, que tiene “como elemento fuertemente destacado la gran masa de árboles, que convierte el conjunto, en primavera y verano, en lugar agradable para el descanso, la espera y el paseo”.
Al ser una plaza a la que iban y venían los coches piratas, los recoveros y buscavidas de los pueblos cercanos, allí había varias pensiones como la de San José y la Espada. También estaba –y está– la pensión Zurita. Hoy el acogedor hotel Seda Club (cinco estrellas) y los apartamentos turísticos de lujo en el edificio vecino de La Verdad sustituyen a las viejas pensiones. Y uno de los quioscos, el de Manolo, será convertido por el citado hotel en centro de operaciones para una terraza.
El cronista José Luis Delgado se acuerda de muchos negocios que había por allí más cercanos a la época actual, como la Ferretería Leyva, Electrodomésticos Suárez, la librería Don Quijote –en cuyo sótano se podían adquirir libros censurados– o las tabernas Los Pirineos y el Reca, “donde después de tres coinvidás solo faltaba pedir el postre”, dice Delgado. Y, cómo no, el quiosco de Enriqueta, en el que se formaban todos los días largas colas para comprar el pan artesano que ella vendía.
Al ser remodelada a comienzos de los años sesenta del siglo pasado, se le cambio de nombre. En todos los escritos oficiales se llamaría Plaza de Melchor Almagro, en homenaje al abogado que fue asesor de Castelar. Pero la gente seguía llamándola Plaza de la Trinidad, nombre que recuperó poco después.
En la Plaza de la Trinidad hay naranjos amargos, plátanos de sombra, cipreses un abeto blando y un sauce llorón, entre otros. Pues bien, estos árboles fueron elegidos durante la pasada década y parte de esta por miles de estorninos que todas las tardes (dese mayo a octubre) iban a pernoctar allí. El resultado: un monumental enfado de los vecinos que no podían aguantar el enorme ruido que las aves producían ni la suciedad provocada por sus excrementos. El Ayuntamiento intentó acabar con lo que se había convertido en una plaga, como la poda de árboles, la introducción de halcones, unos altavoces especiales con sonidos disuasorios y unos petardazos intermitentes que producía una máquina puesta allí ex profeso para asustar a los pájaros. Pero los estorninos habían elegido la Plaza de la Trinidad como fonda y no estaban dispuestos a irse de allí tan fácilmente. En estos dos últimos años han venido menos. Ahora uno puede echarse allí una siesta en verano, pero se expone a despertarse cubierto de cagadas de los estorninos que se resisten a abandonar Granada.
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