Inmenso taller del ciudadano gamba

Mónica Francés

30 de mayo 2010 - 05:00

XII Festival internacional de teatro con títeres, objetos y visual. Compañía: Hotel Modern (Holanda). Idea original: Pauline Kalker. Construcción y manipulación: Arlène Hoornweg, Herman Helle y Pauline Kalker. Asistente escena: Ineke Kruizinga. Creación musical e interpretación en directo: Arthur Sauer. Dirección: Pauline Kalker. Lugar: Teatro Alhambra. Fecha: 28 de mayo de 2010.

Lo hermoso de Cuentos de gambas es la manera en la que convierte el escenario en un inmenso taller de miniaturas titiriteras cubriendo el espacio por completo con multitud de mesas abarrotadas de minúsculos objetos, tenuemente iluminadas por todo un bosque de pequeños flexos de mesa. El gran taller a la vista, que de primeras es un cuadro, se pone en acción cuando entran los intérpretes-manipuladores desplazándose entre el laberinto de pasillos formado por caballetes y tablones. Una pauta sonora inicial deja ver en un lateral la mesa-taller del músico que ejecuta sonidos, voces, atmósferas o música. Y silencio. Acción. Se rueda.

En Cuentos de gambas se rueda en directo la proyección del medio centenar de escenas que los intérpretes/manipuladores a un solo tiempo accionan, ruedan y ponen voz. Sobre todo ese taller convertido en mar de platós minúsculos dispersos sobre tablas se nos van mostrando, proyectadas y ampliadas en el ciclorama de fondo, historias mínimas, a veces, tan solo estampas, de lo humano pero protagonizadas con un cuerpo algo kafkiano: gambas.

Aunque en ocasiones la pieza transita la gravedad de realidades crudas; el tono general viene marcado por el juego y el humor, eje de coordenadas. La puesta en escena remite ya (viendo a los manipuladores encorvados sobre una escenografía minúscula o corriendo de una mesa a otra para enlazar escenas) al niño -o al familiar inventor loco- fascinado inventando con sus muñecos, criaturas o artefactos. Están también en la narración el buen humor implícito al juego junto al humor explícito, desde el que se desarrollan algunas escenas. Una gamba parturienta en cama de hospital; los trabajadores de una funeraria discutiendo si el cuadro de una gamba alada -que preside la sala del velatorio- pudiera ser o no un auténtico Goya; la cola de gambas portando antigüedades para consultar con el experto el valor de sus propiedades y a la que se suma un posible Goya; la retransmisión de un partido de billar entre gambas de alta competición; el presentador del tiempo salteando la previsión meteorológica con comentarios de Historia un tanto dudosa; los juegos de amor y facturas que se cartean madame y monsieur gambas amantes en la Francia rococó. Pero también: el champiñón de la bomba atómica presenciada desde la arena por gambas bañistas; el crimen en los suburbios; los depósitos de cadáveres; el reo en la silla eléctrica.

A esta ambiciosa miniatura le sobran 10 minutos de estampas que no aportan intensidad al collage general. Con materiales pobres construyen un artefacto fascinante que nos devuelve el preciado valor de la manufactura y el buen humor del sentido lúdico. Además, al terminar nos dejan visitar el cuadro, entrar a mirar de cerca el gran taller.

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