Literatura

José Moreno Arenas: "Pertenezco a una generación que luchó por la libertad, sin apellidos ideológicos"

José Moreno Arenas.

José Moreno Arenas. / José Hidalgo

Con José Moreno Arenas una taza de café tiene adicciones nostálgicas de infancia, sorbos inciertos del presente y posos distópicos de un horizonte que se vislumbra poco halagüeño. Nuestro dramaturgo es tan optimista –cualidad intrínseca a la rebeldía– como pesimista –la inteligencia sabe interpretar la realidad–. Como sus personajes, contradictorio, pero solo en apariencia. En su teatro, que es muy estudiado, algunos analistas advierten aspectos que coinciden, en parte, con alguna de las etapas de Fernando Arrabal.

Supongo que algo tendrá que ver esta afinidad con la edición que prepara Libros del Innombrable, en la que usted comparte tres obras inéditas con otras tres de Fernando Arrabal, también inéditas.

En noviembre de 2022, Universidad de Granada y Ayuntamiento de Albolote organizaron el seminario Vanguardia, confusión y caos en Fernando Arrabal y José Moreno Arenas. La excelente relación con Arrabal y los diversos estudios realizados acerca de la dramaturgia de ambos han posibilitado ese ambicioso proyecto editorial.

¿Quién es José Moreno Arenas?

Soy el resultado de una experiencia vital, a la que se llega mediante dos procesos: uno, de educación, transcendente y que marca al otro, de madurez personal. Procuro reconocerme cuando me miro en el espejo. La clave está en el conocimiento de uno mismo. Esa es la cuestión.

Adolescencia, juventud… ¿cómo fue esa generación que protagonizó los últimos años de la dictadura?

Pertenezco a una generación que buscaba el crecimiento de la persona, la formación del espíritu a través del esfuerzo, del saber, de la cultura; una generación que luchó por la libertad (sin apellidos ideológicos); una generación de principios y valores, no subsidiada, y que se hizo a sí misma sobre los pilares de la educación (familia) y la responsabilidad (colegio).

¿De dónde le viene su afición al teatro?

Mi madre me inició en la lectura de textos teatrales y en las puestas en escena de un programa televisivo en blanco y negro que tanto nos aficionó al teatro: Estudio 1.

En ese primer proceso, el educativo, ¿qué influencia tuvo en la formación del futuro dramaturgo?

Estudié el bachillerato en Jaén, en el colegio Marista, cuya docencia apostaba por la cultura, por el teatro. Su biblioteca propició mis primeros encuentros con los trágicos y comediógrafos griegos; fue testigo de mis preferencias por quienes dieron prestancia al Siglo de Oro; me dio a probar el sabor único e inconfundible de la tabla ibérica del esperpento; fijó mi mirada en la Otra Generación del 27; me regaló la excelencia de los creadores realistas y el irrepetible ramillete de componentes del Nuevo Teatro Español; me abrió los ojos ante los imprescindibles del absurdo y el surrealismo; en fin, me acercó a la lectura del teatro y me ayudó a ser libre.

"El grito estudiantil de 'Prohibido prohibir' –nada que ver con la realidad democrática actual– me puso en el camino del compromiso como autor"

En una conferencia reciente reconoció usted sus primeros contactos con las tablas fueron en el colegio. ¿Cierto?

En el Salón de Actos. Allí se estrenaron mis primeras obras –de factura juvenil, claro–; y allí disfruté de representaciones de obras impensables en colegios y en otros centros –no ya religiosos; también públicos– de la época: Historias para ser contadas, de Osvaldo Dragún; La pancarta, de Jorge Díaz; Pic-Nic, de Fernando Arrabal… Era tal la afición al teatro que pedimos autorización para asistir, ¡a las diez de la noche!, al montaje de Farsas contemporáneas, de Antonio Martínez Ballesteros, programado en el Teatro Asuán (hoy, gracias al progreso urbanístico, desaparecido).

En esa conferencia que impartió en el Palacio de La Madraza de Granada confesó que durante el bachillerato mantenía charlas culturales con compañeros del colegio.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Buscábamos impregnar esos encuentros de una seriedad imposible; aunque nos esforzábamos, nuestra preparación era tan limitada que se imponían los gustos a las calidades. El teatro nos enseñó –como afirma un personaje de mi obra El encuentro– a dialogar, es decir, a hablar y a saber escuchar; nos permitió contrastar pareceres distintos y distantes; nos abrió las mentes al respeto de criterios encontrados. Fue una magnífica manera de ir haciéndose mayores, de salir al encuentro de una madurez… aún lejana.

¿Esto con dieciséis años? ¿Dónde quedaba el deporte?

Practicábamos deporte, pero apenas formaba parte de las tertulias. Debatíamos obras, autores, tendencias, mientras algunos, autorizados por los 'curas', se fumaban un cigarrillo. Entre caladas y humos, sentando cátedra, comentarios que despertaban reacciones de todo tipo, generalmente de rechazo, pues, de inmediato, llovían propuestas 'alternativas'. Aunque cada cual pretendía hacer valer su opinión, aprendimos a reflexionar; es más, a tener criterio propio, a rechazar la manipulación.

Supongo que el primer contacto con las vanguardias fuer en la Universidad de Granada, ¿no?

En el colegio. Por el 'potro de tortura' de nuestras críticas pasaron Pirandello y Seis personajes en busca de autor, Ionesco y La cantante calva, Beckett y Esperando a Godot… Rompí una lanza en favor de Lorca y Así que pasen cinco años (no me atreví con El público, pues –confieso– mi bisoñez no supo hincarle el diente). Tampoco se libró Fernando Arrabal y su teatro 'pánico', con Pic-Nic, Fando y Lis y El triciclo. Menos aún los componentes de la Otra Generación del 27 y de La Codorniz. Preferencia para la 'Nueva ola dramática española': Antonio Martínez Ballesteros y sus Farsas contemporáneas; Manuel Martínez Mediero y su 'obsesión política y sexual', en palabras de un censor; y José Ruibal y su arriesgado posicionamiento de escribir contra el público; comprometidos todos ellos con unos valores humanos de talante y calado democrático, como la libertad, la igualdad, la justicia, la solidaridad, etc.

¿Qué quedó para la etapa universitaria?

Ya en Granada, en cuya universidad cursaba estudios de Derecho (últimos años del franquismo), el grito estudiantil de "prohibido prohibir" –nada que ver con la realidad democrática actual– me puso en el camino del compromiso como autor. Son los orígenes de mi 'teatro indigesto'.

Teatro indigesto. En su poética teatral hay palabras que lo definen: inconformismo, provocación y desenmascaramiento. ¿Qué vigencia tienen en un teatro en tiempos de democracia?

Plena. Porque el inconformismo es una respuesta a las inquietudes del ser humano; es la reacción natural del individuo ante la injusticia desatada como consecuencia de una administración inaceptable de quienes detentan el poder, sea este constitucional o no, sea democrático o totalitario. La provocación es un puntapié en toda regla a la consciente inconsciencia del espectador; es un zarandeo del espíritu adormecido de quien va de butaca en butaca sin más preocupación que su propio bienestar. El desenmascaramiento es un ejercicio que devuelve al público la capacidad de análisis o autoanálisis; es la llave que abre la cerradura del reencuentro de cada individuo consigo mismo y con la sociedad. Una de las veces que me vi en Toledo con Antonio Martínez Ballesteros le dije que "también en el sistema democrático está presente la falta de libertad" y que "el teatro de denuncia en un sistema totalitario también tenía vigencia en una democracia; lógicamente, no en la denuncia del sistema, pero sí de las corruptelas del poder".

Por algunos estudiosos se le considera heredero de aquel teatro del compromiso de los años sesenta y setenta del pasado siglo. ¿Por qué?

El cambio que se vislumbraba en ese período era, por encima de todo, de valores, los mismos que nos habían sido inculcados en el colegio y que yo volqué en mi teatro indigesto. La llegada de la democracia comportaba unas exigencias, unos principios, que el 'no-grupo' llevaba impresos en su 'poética no escrita'. Los textos de esos dramaturgos que tan poderosamente llamaron la atención de Wellwarth respiraban esos anhelos del pueblo español; sus textos eran transmisores de esos valores.

Una de sus últimas obras, El reloj, recientemente estrenada, está dedicada a Jarry, Artaud, Lorca, Beckett, Adamov, Ionesco, Genet, Mihura, Jardiel Poncela, Arrabal, Díaz… con las palabras 'sobran las razones'. ¿Qué razones son esas?

El teatro ha de buscar la transgresión; es decir, la violación de la norma, entendiendo por tal la rebeldía ante el autoritarismo o la huida ante el gregarismo. Aparente contradicción, pues a veces en la transgresión está la defensa de los valores. Mi teatro indigesto participa de dicha transgresión, ya que los autores de la estética del absurdo y del surrealismo forman parte de mi lectura predilecta.

¿Es usted un intelectual rebelde?

Pienso que sí; y quien piensa es un pesimista irredento. Pero la rebeldía es optimista; y también soy rebelde.

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