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Oro fundido a su luz reluce más

De Rocío Molina (bailaora). Cante: Rosario 'La Tremendita'. Guitarra: Paco Cruz y Manuel Valencia. Cuerpo de baile: Eduardo Guerrero, David Coria y Adrián Santana. Percusión: Sergio Martínez. Teatro Isabel la Católica: Lleno.

Oro fundido al sol de esta malagueña reluce mucho más. Hubo tres vértices brillantes sobre los que recayó el peso y la justificación artística de la obra: el tenue hilo argumental, que invita a reflexionar sobre el paso del tiempo, el baile de Rocío Molina en la Guajira y el que facturara con El Polo. El Oro relució en la figura de este portento de baile flamenco femenino, joven rupturista, que se ríe de los complejos, que posee un almario bien amueblado en ese intelecto fresco y creativo, pleno de fantasía musical y dancística.

Rocío vuelve a combinar inteligencia, sentido flamenco, capacidad coreográfica y un gusto especial por la sobriedad y la puesta en escena de sus músicos, que realizarán apariciones aleatorias por sendos lados de la cámara negra. En clave flamenca, la dulce voz levemente quebrada, gustosa, de Rosario La Tremendita, se nos presenta por Malagueñas de Chacón y La Trini, un abandolao, aires de Milonga, Tangos antiguos de Triana "ponme la mano aquí Catalina mía, ponme la mano aquí" (Chavela Vargas y su Macorina siempre se nos antoja a estos tangos, ¿no les ocurre a ustedes?), El Polo y Fandangos de Huelva. En off escucharemos varias piezas, entre ellas un instrumental de María de la O, un Tango argentino, una canción de estribillos repetitivos "Oh, oh, oh, ¿dónde vas María?", y cuatro profundísimos cantes por Martinetes, dos de la Piriñaca, de aguardentoso estilo jerezano, y dos de Jacinto Almadén, éste último, con amplitud de fecha entre las dos grabaciones.

Sobre toda esta música Rocío Molina vierte su esencia de bailaora y coreógrafa. Realiza juegos rítmicos vertiginosos, combinaciones de pasos sugerentes y corporales de su ya personal estilo, donde emplea caderas, hombro, abanico, mantón, baila un monólogo sin más música ni más ritmo que los que marca la voz, hace gala de la limpieza del sonido de sus pies… Y con todo justifica por qué ocupa uno de los puestos más altos del baile femenino en la actualidad.

La guitarra amiga de Paco Cruz, alma musical de gran parte de la obra de Rocío, y el toque fresco de Manuel Valencia, más la percusión respetuosa y certera de Sergio Martínez, se combinan con un cuerpo de baile de tres bailaores a los que Rocío sacaría todo el brillo en coreografías a tres y a dos, donde lucieron su versatilidad y buenas formas: gracia, picaresca, erotismo y flamencura, por los cuatro costados.

Para Rocío Molina es todo el oro viejo y todo el tiempo que desciende sobre ella en el punto y final de la obra. El tiempo es suyo, y el punto que marca con este trabajo que viene rodando desde 2008, es un punto y seguido en su fructífera trayectoria.

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