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Cultura

El desencanto es no tener luz en los ojos

"¿El Desencanto? Sí, yo no tenía luz en los ojos". Lo cuenta Leopoldo María Panero sin dientes muchos años después, muchos años después de El desencanto. Para no tener luz en los ojos, el personaje de Leopoldo Panero haciendo de Leopoldo Panero convierte El desencanto en una película luminosa. O, al menos, en una película que nos iluminó.

Jaime Chávarri puso su cámara en el escenario demolido de una familia, los restos que quedan de la muerte del poeta del Régimen -también llamado Leopoldo, poeta insigne de la Falange, poeta laureado de Astorga- en 1962. Pero es 1976. Han pasado catorce años. Y los hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi, hablan con su madre, la viuda, Felicidad Blanc. Leopoldo María es el hallazgo. Ya ha tenido los primeros brotes de su esquizofrenia, pero su palabra arrastrada es el ancla con lo humano. Su enfermedad desprende en esa lejana película una lámina de ironía que le transforma en la figura paterna, el sustituto, de ese elenco del que, hasta ayer, él era el único superviviente.

Es cierto que luego le llegó la celebridad como freak, representante de toda una casta de mentes que guardan en su caos el único secreto de este mundo inexplicable. De ese caos surge su poesía cargada de imágenes espantosas. Él tiene que observarlas para que no lo hagamos nosotros y contar su viaje. En El desencanto también él ve lo que los demás no ven.

Chávarri ha reconocido cientos de veces que sin Leopoldo María esa película mítica que, para muchos, explica la muerte del dictador y algo de nuestra Transición bipolar, no sería nada. Ni hubiera merecido la pena hacerse. "Era el más listo, toda su cultura psiquiátrica era fascinante", ha dicho Chávarri.

Me ha sorprendido, al conocer la noticia de la muerte de Leopoldo María Panero, que algunos jóvenes compañeros que me rodeaban no conocieran El desencanto. Por supuesto, Panero fue mucho más. Pero hay que empezar por algún lado. No para entender a Panero, sino para entendernos, para iluminarnos.

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