Literatura

El poeta es un observador

  • La editorial Cátedra publica una monumental antología poética, El azar nunca deja cabos sueltos, que repasa los sesenta años de ejercicio literario de Jenaro Talens

El poeta es un observador

El poeta es un observador / Archivo (Granada)

Lo primero que leí de Jenaro Talens fue su ensayo El ojo tachado (Lectura de Un chien andalou de Luis Buñuel), cuya primera edición se remonta a un lejanísimo 1986. Sólo después supe que Talens era poeta. Mi extrema juventud seguramente explique mi extrema ignorancia, si bien no debiera descartarse que aquel desconocimiento mío fuera consecuencia del ninguneo que la aristocracia académica y diversas camarillas críticas habían emprendido contra su obra; una obra que, de tan caudalosa, les ha sido imposible contener. En los compases iniciales de El azar nunca deja cabos sueltos (Cátedra), José Francisco Ruiz Casanova pone los puntos que faltaban a ciertas íes: “Hay, en la Historia de la Literatura de esta lengua y de este país, tres clases de poetas: aquellos que alimentaron un magisterio durante toda su vida, como forma de pervivencia o de presencia, aquellos cuyo magisterio fue convertirse en leyenda -que es una forma muy rentable de supervivencia en un país dado a la adulación de los muertos-, y aquellos poetas cuya obra nunca tuvo vocación de magisterio, o no tuvo posibilidad de ejercerlo, o simplemente ya se encargaron sus contemporáneos de que tal circunstancia no se diera, dejándolo fuera de programas de estudios, de antologías, de sellos editoriales o de los circuitos comerciales y de intercambio que representa, con desprejuicio total, la crítica literaria”. A Talens habrían querido meterlo en este tercer grupo, obviamente.

El azar nunca deja cabos sueltos. Antología (1960-2020) ofrece una muestra no pequeña de un ejercicio de seis décadas; un material ingente que el antólogo dispone de manera que se vea tanto la vastedad de la producción como su coherencia interna; el poeta que será ya estaba en aquellos poemarios publicados en Granada con solo dieciocho años; el poeta que hoy es se cimienta en aquellos primerísimos textos. Sesenta años pueden dar mucho de sí. La amplitud de su producción no se explica únicamente por la sorprendente precocidad de Talens, sino por una dedicación constante, que se ha mantenido firme, inamovible, a lo largo de este tiempo. (La pasión ha de ser motor, no necesariamente musa).

Portada de 'El azar nunca deja cabos sueltos' Portada de 'El azar nunca deja cabos sueltos'

Portada de 'El azar nunca deja cabos sueltos' / (Granada)

Esta antología empieza con unas composiciones de juventud de una madurez contundente, y recorre un largo camino hasta llegar a nuestro presente. El libro incluye un poemario inédito: Memorial de una pandemia; un inesperado colofón a este recorrido: “Una mirada neutra observa con desgana / cómo se apaga el día en el crepúsculo”, leemos en los últimos versos del último poema de esta última obra, que retrata implacablemente el marasmo existencial al que nos ha condenado el confinamiento, la clausura, el aislamiento forzoso.

Los temas recurrentes -esas aldabas que las musas golpean con insistencia- son vastos; el antólogo enumera los de más largo recorrido: “La infancia, la muerte, el alba, el amor, la soledad, el viaje, la autoimagen, el silencio, el placer, el otro, el tiempo y, en definitiva, la identidad”. A mí me ha intrigado la omnipresencia de la luz en la poesía de Jenaro Talens, sobre todo en las composiciones de su primera época; el recurso a los efectos y las sugerencias del claroscuro es constante. En el poema Ruinas del monasterio, Talens parecería estar dándonos la oportuna clave de lectura cuando sentencia: “La luz es vida”; una idea mínima, pero feliz. En consecuencia, el ser humano deviene “una antorcha solitaria” en un poema posterior (Final del laberinto) y la soledad se muestra como “un mero espejo / con una luz” (Es difícil transformar). En algunos casos, desempeña una función puramente pictórica: “Callan las luces en el horizonte” (Imitación de Tu Fu), pero, en otros, no es física, sino interior: “La luz implica compasión” (Error por todo aprendizaje). El uso frecuente del alba respondería asimismo a esta tematización de la luz.

En el poema en prosa Extraterritoriales, en cambio, llaman la atención otras líneas: “La gente camina a mi alrededor. Parece que nada extraño sucediese. Tomo nota, pero evito sacar de ello alguna conclusión”. La poesía de Talens responde a este postulado: el poeta toma nota de lo que sucede (le sucede) sin pretender sacar conclusiones. El poeta es un observador, lo que entroncarúa con esas otras líneas del prólogo de Cenizas de pasado (1989): “Nunca he hablado de mí, pero siempre lo hice desde el único lugar del que me es imposible sustraerme, esto es, desde mí”. Para Jenaro Talens, el yo -aquel «fantasma gramatical» que dijera Sigmund Freud- es un accidente que debemos aceptar con entereza, sin entusiasmo.

 

 

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