Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Colgados del poder

Las sustancias más letales no son la falopa o el alcohol. El poder, ese veneno, mata más que la heroína

El poder es droga dura, nada inocua. Los grados de felicidad que produce tienen que ser superiores a los del opio o el fentanilo. Al que lo alcanza, le suele costar dejarlo. Se descontrola y se revuelve como gato panza arriba cuando alguien intenta controlar el uso que hace de él. Cuando deja de inyectárselo en vena, sufre ataques de ira o de alienación que lo convierten en un ser asocial y –no raramente– perjudicial para él y para los demás. El estado de ánimo del que lo conquista lo sintetizó genialmente Julio César con su frase: “Llegué, vi y vencí”. Pero fue un predecesor de Putin, el mongol Gengis Kan, el que nos ha dejado una explicación plausible de para qué y porqué se busca el poder: “La mayor alegría que un hombre puede conocer es conquistar a sus enemigos y llevarlos ante él. Cabalgar sus caballos y apoderarse de sus bienes. Ver húmedas de lágrimas las caras de sus seres queridos y estrechar entre los brazos a sus esposas e hijas”. Los que están infectados por esta droga de veneno, insultan a sus adversarios acusándolos de consumir falopa y/o alcohol. Sustancias, en mi opinión, menos perjudiciales que el tóxico que los consume a ellos. Si los poderosos, pese a ir hasta el culo de coca, marihuana, ginebra, absenta o bolillas de alcanfor, fuesen gobernantes benéficos, justos y compasivos, poco podríamos reprocharles. En un interesante y discutido libro escrito por Steven Pinker, titulado Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y de sus implicaciones, escrito en 2011 –antes de la pandemia y de lo de Ucrania e Israel–, sostiene este profesor de Harvard que la sociedad es actualmente menos violenta que en siglos pasados. Y, al tiempo, aporta en defensa de su tesis, documentos y estadísticas muy convincentes de lo mortífero que viene siendo el poder para la humanidad. Los griegos intuyeron que el poder necesitaba de controles e inventaron la democracia. Muchos países presumen hoy de respetar las reglas del juego y de que la violencia del Estado democrático es la única legítima. Pero sus gobernantes siguen matando sin control y enzarzándose, sin preguntarnos, en peligrosísimas guerras. Lo malo de los poderosos no es que se fumen un canuto, lo malo es que sigan agarrados al poder como lapas y que, por no soltarlo, nos pongan en riesgo de seguir zurrándonos.

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