Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Empoderadas, no: endiosadas

Pánfilo tiene razón: el empoderamiento de la mujer es débil, su endiosamiento, imparable

Converso a menudo con Pánfilo, que casi siempre va conmigo. Y, aunque tenemos unas peleas como las del Senado, jamás nos hemos llamado ‘asesinos’. Sus últimas reflexiones sobre las mujeres –lo admito– no están nada mal. Me dice que son las únicas diosas que él conoce y que las ve capaces de acabar con los dioses de toda la vida y de toda la muerte. Todavía, añade, los consejos de administración, la dirección de las grandes empresas o los altos cargos de la judicatura se les resisten. Su empoderamiento, es débil, pero su endiosamiento, imparable. Están dándole la puntilla a los dioses machirulos, los que, hasta ahora, nos han enzarzado en guerras y controversias; sometido con genuflexiones y jaculatorias. Solo nos quedan las madres, dadoras de vida, fabricantes incansables de sapiens, esto sí, con el concurso de algún espermatozoide avispado, ducho, como el salmón, en nadar contracorriente. Invitados a nuestro nacimiento, a momentos señalados de nuestra vida y reclamados a la hora del trance ineludible, ellos, jamás se personan. En el autobús, en la cocina de Arguiñano, a la salida de una misa, de pilates o de un acto de cualquier religión, no se oye hablar ni de teología ni del alma, la palabra omnipresente es ‘madre’. El dios exterminador de las viejas religiones, al que sacrificamos poblaciones enteras, con niños, enfermos y ancianos, está perdiendo el partido, por ausente y por vengativo. El Estado sí permanece, aún, gracias a las diosas-madres, y pese a la jauría de políticos ocupados en acumular bienes, como hienas carroñeras que hozan en las pandemias y en las catástrofes. Y resiste, también, por los millones de funcionarios que realizan a diario las tareas de mantenimiento de ese aparato obsoleto, minado por túneles de corrupción y avaricia. Y no colapsa por los tenderos, y las costureras chinas, y los barrenderos y los electricistas y los maestros y los sanitarios y los taxistas y las pizzerías y los informáticos… Ellos ponen todas las mañanas las calles, dinamitadas el día anterior por los que tendrían que conservarlas. Al final, Pánfilo, cerrando el bucle, se pone taxonómico, y concluye que hay tres tipos de diosas: las que nos paren, las que nos aman y las que nos lloran cuando desaparecemos, si, y esta es condición ineludible, las hemos divertido. Y yo le he dado la razón.

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