Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Insignificancias

El servicio militar obligatorio nos convertía al volver al pueblo en narradores de insignificancias. En cuentistas.

Hubo un tiempo lejano, pero no, necesariamente, más feliz, en el que las Humanidades gozaban de un gran prestigio en los estudios universitarios. El nombre completo, en desuso, de la institución que conocemos hoy por las siglas UGR -¿onomatopeya de 'gorgorismo'?- era Universidad Literaria de Granada. Para ingresar en la Universidad, a los de Letras se nos exigía saber traducir sin diccionario autores latinos y griegos, descifrar el Polifemo de Góngora y hablar en un francés fluido durante 10 minutos con un miembro del tribunal. Biología y Geología eran asignaturas de rango inferior al Latín clásico. Gracias a las dos guerras mundiales, la cirugía y la traumatología dieron un salto extraordinario. Y las catástrofes naturales y pandemias, tienen como efecto colateral positivo, el salto al estrellato de biólogos y geólogos -virólogos y vulcanólogos- que hasta hace poco eran las cenicientas de los de Ciencias. A ver si me pongo ya a escribir mis memorias, antes de que se cubran mis recuerdos de cenizas, y dejo de contarles mi vida, amables lectores, a ustedes que no han hecho nada para merecer tal castigo. Pero es que de vez en cuando repasa uno fotos antiguas y, como al soldado que volvía a su pueblo tras la mili obligatoria, te da por contar tus hechos hazañosos, verídicos o inventados. Me he topado con una en la que aparezco con mis compañeros de Preuniversitario del curso 1960-61, en Instituto Virgen del Carmen de Jaén. En la foto, llevo puesto un saquito que me hizo mi madre. Con unas gafas negras que, junto con un anillo de oropel, compré por un duro a un chamarilero en la Plaza de Santa María. La camiseta parece del Decathlon, pero me la habían comprado en una mercería de la Calle Maestra, junto al Cine Darimelia. De esta foto me admiran: la buena armonía de chicos y chicas (ajenos a la secreta guerra de los sexos), que no aparezca ni una sola chica sentada en primera fila, que yo fuera el único que luciera esas gafas a lo The Blues Brothers y que, con el sex-appeal que derrocho en la foto, y pese a saberme de memoria las canciones de Brassens, ligara tan poco. Todavía me pregunto en mi interior el porqué. Y sobre todo por qué luzco un bronceado de playa, si todavía no conocía el mar. Misterios para los que, pese a estudiar Humanidades, todavía no he encontrado respuesta.

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