Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Granada tomada

Tomada Granada por forasteros, nos haremos fuertes en las Alpujarras, como los moriscos

Boabdil entregó Granada el 2 de enero de 1492. El 31 de marzo de ese mismo año se produce la expulsión de los judíos. 10 años después, son expulsados de Castilla todos los musulmanes adultos. El sábado pasado me sentí, como moros y judíos, antaño, expulsado de mi ciudad: que los forasteros la habían tomado. Esa tarde intenté pasear por la Carrera del Darro, pero el gentío impenetrable me impedía llegar al Paseo de los Tristes. Terminé refugiándome en el monasterio cisterciense de San Bernardo. No sin esfuerzo: para acogerme a sagrado, hube de agazaparme detrás de un coche de gama alta, de ventanillas oscurecidas, que impedían ver qué gerifalte transportaba, por una calle donde está prohibida la circulación de particulares y por la que solo pasan vehículos de servicio público, taxis, autobuses y motocarros de la limpieza. Fui antes por Los Italianos, pero la doble cola de clientes que rodeaba la manzana me hizo desistir de tomarme un topolino. El poema Cancioneta de León Felipe carece hoy de sentido: “El burgués tiene la mesa, la iglesia tiene la misa, el proletario la masa y el fascismo la camisa”, porque es el turismo el que mueve las masas; a las misas, acude casi tan poco público como a un recital de poesía; el fascismo se ha reencarnado en caballistas de garlocha y chaleco acolchado, que invocan nostálgicos a la Guardia Civil y los burgueses, sin perder un ápice de poder, han cedido algún negocio a contratistas y políticos sin escrúpulos que, como el escarabajo pelotero, se nutren de excrementos y se enriquecen, sin compasión, gracias al sufrimiento de sus prójimos. Los que tomaron por primera vez Granada, se apresuraron a cimentar su poder edificando iglesias, audiencias, monasterios y palacios. Las masas que han tomado la ciudad, expulsando a sus habitantes naturales, han sembrado Granada de starbucks, restaurantes japoneses, catedrales de la nueva cocina, atendidas por chefs caramelizados. Me escondí en el monasterio durante unas horas. Cuando salí, el gentío seguía ahí. Logré sentarme en un restaurante japonés, donde camareros cordialísimos me sirvieron un humus misterioso y unas patatas bravas emborrizadas. 24 euros. Como los moriscos, pensé, tendremos que subirnos a los montes para disfrutar de un plato alpujarreño, antes de ser expulsados definitivamente de nuestros lares.

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