Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La dictadura del triaje

Vuelve a llevarse recurrir al Diccionario de Autoridades para apoyar comportamientos discutibles

La Academia debe de estar de fiesta: de nuevo se la cita como referente. Mañueco dice que es “evidente” que el franquismo fue una dictadura porque “lo dice la RAE”. Cierto, desde 2014 (40 años después de la muerte del dictador), la Academia define el franquismo como “dictadura impuesta por el General Franco a partir de la guerra civil de 1936 y mantenida hasta su muerte, en 1975”. Este político del PP se la ha cogido (la dictadura) con los algodones de la RAE. Si lo dice la Real Academia –la que fija, limpia y da esplendor al castellano– nosotros no se lo vamos a discutir. Con miedo se viene citando el Diccionario de Autoridades, que es como se le llamó al principio al lexicón académico, porque en sus definiciones se veía un sesgo machista, clasista, ultramontano o patriarcal, tan ominoso como el que transcendía de ciertas canciones de Sabina o de coplas de Miguel de Molina. Con la restauración del diccionario como referente, uno puede acogerse, sin aprensión, a su definición de triaje: “Clasificación de los pacientes según el tipo y gravedad de su dolencia o lesión, para establecer el orden y el lugar en que deben ser atendidos”. Es decir, que los recursos sanitarios van a ir primero para el personal proactivo y luego para los viejos. Un gran éxito de la sanidad española de los últimos años ha sido llenar las calles y los barrios de viejos, a los que se ha atendido, cuidado, reinicializado y reseteado, más allá de toda esperanza de productividad o de provecho. Y así, tenemos a tantos viejos en circulación que se nos comen los cada vez más limitados recursos destinados a la sanidad pública. Hasta la pandemia, el triaje ha sido utilizado con extremo cuidado y respeto. El COVID ha acelerado la privatización de lo público, impulsada por el triunfo de fuerzas políticas empeñadas en cobrarnos hasta el aire que respiramos. Y más pronto que tarde, las familias, ni siquiera mandarán a sus abuelos a residencias, en las que tampoco estarían a salvo. Como en la película La Balada de Narayama (1983), a partir de una edad, seremos conducidos a la cima de un monte helado o a las ardientes arenas del desierto, para que, sin comida, ni agua ni medicinas ni hospitales, nos extingamos sin estridencias; alejados de los lugares habitados para que no lleguen a ellos nuestros postrimeros lamentos y lacerías.

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