Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Resetear las instituciones

¿Cuántos eméritos hacen falta para que comencemos a pensar que la Monarquía es inadecuada?

Citar a Rousseau puede sonar algo vintage, tanto como que el marido de la secretaria de Estado, profesor de teología en una serie de TV, cite la teoría de la guerra justa de Santo Tomás para respaldar las guerras de los EEUU o que el ministro de Justicia británico, en la serie Roadkill, le diga a su niña, que está en la cárcel por ladrona, que el hombre no nace sino que se hace, afirmación existencialista que podrían subscribir Santo Tomás o Sartre. Fue Rousseau el que dijo que el hombre -y no excluyó expresamente a los Borbones- es bueno por naturaleza. Partidario de la teoría del buen salvaje, Rousseau afirmaba que el ser humano, en su estado natural, original y primitivo es bueno y cándido, pero que la sociedad, con sus males y sus vicios, lo pervierte, llevándolo al desorden físico y moral. Un hombre primitivo sería superior, moralmente hablando, a uno civilizado. Si le hacemos caso, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII, Juan Carlos I y Felipe VI, al nacer, como cualquiera de nosotros, eran buenos y cándidos, pero la sociedad los corrompe -nos corrompe-, llevándolos al desorden físico y moral. Aquellos que defienden que la institución monárquica es buena, pero que dentro de ella puede haber individuos indeseables, andarían a la greña con el filósofo francés. Para él, la monarquía, el sistema, la institución sería la que corrompería a personajes tan benéficos como los monarcas borbónicos. Antes que Rousseau, el filósofo Hobbes había sostenido que el hombre es malo por naturaleza y que hacen falta instituciones sólidas, como monarquías o democracias de hierro, para meterlo en cintura. Cuando un miembro de la Monarquía o de Bildu es cogido en un renuncio, sus partidarios recurren a Hobbes: son individuos particulares, corruptos o malvados, que han proliferado, pese a las beneméritas instituciones a las que pertenecen. ¿Rousseau o Hobbes? Estoy convencido de que cuando los instrumentos que podrían corregir el desvío de los miembros podridos de las instituciones o no existen o se desactivan, estas terminan siendo tan responsables como aquellos de los males del mundo. Se necesitaría, entonces, un reseteo. Tienen suerte, los muy pícaros, porque, tras la tercera ola que se adivina, quizá no se encuentren ni el software ni el hardware necesarios para volver a empezar.

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