El coche, ese enemigo

Estamos una sociedad hipócrita: los munícipes reniegan de los coches, pero reconocen su utilidad a hora de recaudar

Hubo un tiempo en que los automóviles eran considerados como los reyes del mambo. Cambiaron el paisaje del planeta. Se delineaban ciudades y se pavimentaban calles pensando en ellos. Recordemos que aquí en Granada tapamos un río para que pudieran circular por encima los coches. Y se diseñó la Gran Vía, que se llevó a decenas de edificios históricos, para estar acorde con el progreso y la modernidad que traían los automóviles. Y se suprimieron los tranvías porque ya había autobuses más ligeros y más efectivos. Ahora los coches son los malos de las películas, a pesar de que cada día los hacen más confortables e inteligentes: hasta la voz de una chica te da los buenos días y te pregunta qué tienes pensado hacer. En los últimos tiempos los que diseñan las ciudades hacen todo lo posible por expulsar a los coches del centro, por restringir la circulación porque por los tubos de escape salen gases que están destruyendo al planeta y por poner rayas azules por todos sitios para que cueste dinero aparcar. Hay que acabar con la costumbre de que el hombre utilice el coche. Por mi barrio hay una amplia avenida a la que le han dibujado rayas a lo largo de toda ella para convertirla en zona azul. También hay varias plazas de acceso limitado en las que algunos conductores aparcaban para eludir la zona de pago. Pues bien, la grúa se da de vez en cuando una vuelta por allí para llevarse los coches mal aparcados y emitir el mensaje de que es mejor aparcar en la zona azul. No hay tregua. Cada vez que hacen una calle nueva o remodelan una antigua, lo primero que hacen es suprimir sitios en los que poder aparcar. O abren párquines con precios abusivos para que te pienses coger el coche antes de salir. El coche ha fracasado en el momento que ha predominado la teoría de que no es conveniente desplazar una máquina de una tonelada de plástico, metal, telas y vidrio para llevar a una señora a su oficina o a un señor hasta el supermercado. Los famosos mil kilos para mover setenta. Además, es una máquina que contribuye a cargarse el medio ambiente. Pero como estamos en una sociedad hipócrita, los munícipes reniegan de los coches, pero reconocen su utilidad a hora de recaudar. Lo que quiero decir es que si un coche antes causaba admiración, ahora causa pena. Ahora un vecino te enseña su coche nuevo de no sé cuántos cilindros y no sé cuántos caballos y en vez de felicitarlo le das el pésame.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios