Tiempos de hijos, tiempos de perros

Julio Camba abogaba por premiar a los que tuvieran solo la descendencia que pudieran educar y criar correctamente

Hace unos días estuve en una conferencia en la que el ginecólogo José Antonio Castilla hablaba del NO-DO y del Consultorio de Elena Francis. El conferenciante habló de la obsesión del Régimen franquista por favorecer las coyundas –dentro del matrimonio, por supuesto– que terminaban en una boca más que alimentar. En las imágenes del NO-DO se veía a Franco felicitar a los Olano, que habían tenido 25 hijos, tres de los cuales habían muerto siendo bebés. La señora Olano había estado toda su vida fértil embarazada. El hombre, todo orgulloso, decía que había rechazado cualquier método anticonceptivo y que los niños habían venido al mundo porque Dios lo había querido. Julio Camba cuenta en una de sus columnas que en los primeros años del Franquismo daban cien pesetas a las familias numerosas, que eran de ocho hijos para arriba. Y mil pesetas a los que tenían 18 hijos o más. Camba se atrevió a escribir en una de sus columnas que “para estos matrimonios tendría yo castigos ejemplares, y el premio, en cambio, se los otorgaría a aquellos otros que, en vez de muchos hijos, me presentasen únicamente los pocos que hubiesen podido criar y educar en debida forma”. El conferenciante dijo que hasta había competiciones para ver la familia que tenía más hijos y premios a la natalidad. En Granada lo ganó en 1954 Manuel García Sánchez, modesto obrero de campo, y su mujer Carmen Alabarce, que habían tenido 14 hijos hasta ese año. El Régimen le dio las 15.000 pesetas correspondientes del premio el Día del Padre, no de la Madre, que al fin y al cabo su único mérito había sido estar siempre preñada. En la conferencia se habló del método Galli Mallini, que era el de la rana. Se le inyectaba a un sapo la orina de la mujer y si a las tres horas el batracio eyaculaba, se confirmaba el embarazo. No había otra forma de saberlo. Y en el Consultorio de Elena Francis, se oía la voz grabada de la susodicha aconsejando a las mujeres que no pusieran impedimento alguno a los ardores de sus maridos, que se abrieran de piernas con sumisión y que si se quedaban preñada es porque Dios había querido. ¡Había que traer hijos al mundo! En fin, una interesante conferencia. Al salir vi a una mujer de unos cuarenta años que llevaba a tres perros de paseo. Seguro que esa mujer tendrá menos hijos que perros, pensé. No le pregunté.

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