Los días del ‘Vayamos a pollas’

Tratas de reconfortarte pensando en que puede pasar como en 1997 en que Granada se llevó más de 34.000 millones de pesetas

Todos los años juras que no vas a comprar más lotería de Navidad. Has comprado muchos décimos y no te ha tocado ni una mísera pedrea. Así que te prometes a ti mismo que el año próximo no pasará igual. Y para reforzar tu propósito te acuerdas de aquello que decía tu abuela: “No hay mejor lotería que el trabajo y la economía”. Y te viene a la memoria la metáfora de aquel economista que comparó las probabilidades que tienes de que te toque la lotería con que aciertes a coger con los ojos tapados una oveja negra incrustada en un rebaño de cien mil ovejas blancas. Es casi imposible. Así que te haces el propósito de no jugar más a la lotería. Dos o tres décimos como mucho.

Pero llega el próximo año. Te has contenido sin comprar hasta noviembre o así. Has ido todos los días a la panadería en donde has visto una ristra de décimos colgados y el letrero de “¿Y si toca aquí?” y has aguantado. Hasta que un día caes. “Voy a llevarme un décimo, vayamos a pollas”, te dices mientras sacas la cartera y acoquinas los veinte euros más la correspondiente servidumbre, porque eso sí, ahora todo el mundo te vende la lotería con gabela. Luego vas a la taberna que frecuentas e igual: “Voy a comprar un décimo, vayamos a pollas”. Pero es que tu vecino está vendiendo lotería para la Cofradía del Santo Reproche, pongamos por caso, y piensas: “Ya que me la ha ofrecido voy a comprar un décimo, vayamos a pollas”. Y en la carnicería, en la frutería, en la pescadería… No hay sitio al que vayas y no compres lotería con ese latiguillo en la cabeza: ‘Vayamos a pollas’. Por eso estos son los días del ‘Vayamos a pollas’. Y tratas de reconfortarte cada vez que adquieres un décimo pensando en que puede pasar como en 1997 en que Granada se llevó más de 34.000 millones de pesetas. Y ya no te sirve lo que te decía tu abuela o el economista de la oveja negra. Otra vez surge la esperanza de que te puede tocar. Y casi te ves en la televisión saltando de alegría y descorchando una botella de champan porque tú has sido uno de los afortunados. Hasta que llega el sorteo y después de comprobar que de nuevo no te ha tocado ni un reintegro, cambias el ‘vayamos a pollas’ por otra expresión: ‘¡¡Pollas en vinagre!!’.

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