Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La eutanasia de Dios

La madre es la única diosa que no suele faltar en los partos; que diosa no hay más que una

En el mundo viven cerca de 7.700 millones de personas, según las últimas estimaciones de Naciones Unidas. Parece que hay una instancia superior a parlamentos, iglesias, sectas y congregaciones que se cuida de que la producción de seres humanos no se estanque. También se cuida de que en primavera el campo por el que paseo se llene de flores, jaramagos y yerbas insolentes. Las interesadas evoluciones de los humanos para hacerse con la franquicia de la vida y de la muerte pueden, pues, resultar ridículas, baladíes. Detrás de esa preocupación debe de haber algo más que el respeto a la vida ajena. Hay datos suficientes para sospechar que ninguna de esas instancias de poder tienen reparo alguno cuando se trata de eliminar a los que no se les someten o a los que se les rebelan. Sin importarles que en esas razzias perezcan ancianos, enfermos terminales, niños, mujeres portadoras de nasciturus, discapacitados y sufrientes, en general. No les basta a esas franquicias del poder con hacerse con el control de las vidas ya cuajadas, hechas y derechas, necesitan estar presentes en los partos, para tomar nota de los que nacen y afiliarlos, o doblegarlos a lo largo de sus vidas, si no son dóciles o sumisos; y no perderse los decesos para cobrar, incluso, por el aire que los muertos ya no respiran, y para balancear, si fuera preciso, el número de los que salen con el de los que entran. También se meten en los vientres de las mujeres y husmean, entre lascivos y calculadores, simulando que les interesa la vida de los que van a nacer más que a la propia madre. Ya que los dioses creadores tienen ellos la mala costumbre de no personarse nunca y dejar en manos de los manigeros -hay quien los llama sacerdotes- la administración del cortijo y los beneficios del negocio, contentándose con la ofrenda de algún costillar de res chamuscado o con unas cuantas velas o con el humo de algunos incensarios. Al dios más cercano, al de los católicos, le doy una última oportunidad: que se persone como testigo de cargo en el juicio que se va a celebrar contra el blasfemo Willy Toledo. Si lo hace, no me importará que sus capataces sigan decidiendo quién debe nacer, quién debe morir, cómo debemos de vivir. Si no, propondré, con Nietzsche, que se le practique la eutanasia.

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