¿A qué huelen las papeletas de las elecciones?

Cada vez hay menos personas honradas que se meten en la política y más de aquellas que están para trincar

En mi infancia tuve un maestro muy cruel. Nos tenía en silencio toda la mañana: corríamos el riesgo de probar su palmeta si le desobedecíamos. “No quiero oír ni una mosca”, decía. Y no se oía. Un niño llamado Ramón tenía la costumbre de morderse las uñas, un hábito que al maestro no le gustaba. Un día, para que Ramón dejara de morderse las uñas, le metió las manos en el retrete cuando estaba lleno de mierda. Manolo, el más grande y gordo de la clase, acababa de hacer sus necesidades y no había echado un cubo de agua, que es lo que se hacía porque todavía no se habían inventado las cisternas. Después de que Ramón hubiera tenido las manos llenas de la caca de Manolo, el maestro le impidió que se lavara durante varias horas para impedir que su alumno pudiera llevarse las manos a la boca. Así eran los castigos ejemplarizantes de algunos maestros de antaño. El otro día me encontré a Ramón en mi pueblo y estuvimos recordando aquella crueldad. “¿Sabes?, aún hoy, después de sesenta años, me acerco las manos a la nariz y sigo oliendo aquella mierda”. Eso me dijo.

Recuerdo el primer día en que fui a votar. Lo hice con mucha ilusión y me acerqué la papeleta a la nariz: olía a esperanza. Venían tiempos en los que se podía confiar en el futuro, entre otras cosas porque aquellos primeros políticos trabajaban para conseguir el bienestar de todos. Luego vinieron los corruptos y los mafiosos de la política. Los arribistas. Los comegambas de los sindicatos. Los mentirosos. Los que lanzan promesas irrealizables. La papeleta que olí cuando fui a votar tras conocerse los primeros casos de corrupción ya no olía a esperanza, olía a otra cosa. Luego vinieron los grandes escándalos: el PER, el caso Gürtel, el Bárcenas, los Pujol… Poco a poco me fui convenciendo de que hay cada vez menos personas honradas que se meten en la política y más de aquellas que están para trincar, como me dijo aquel alcalde de los Montes Orientales. Me convencí de que cuanto más políticos existan, mayor es la indefensión del ciudadano. Poco a poco me he convertido en un escéptico de la política y ahora cada vez que voy a votar tengo la sensación de que las papeletas huelen a las manos de mi amigo Ramón. Como le pasa a él, es un olor que ya no me puedo quitar de encima.

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