Las ironías de la vida

Y es que la vida cuando dice de atacarte lo hace con ironía e incongruencias

El otro día estuve con Felipe El Ranas. Ustedes no saben quién es Felipe El Ranas, pero están a punto de enterarse. Felipe El Ranas era el que más alejaba con la meada en aquellas competiciones de la aldea en donde yo pasaba los veranos cuando era niño. Ninguno podíamos igualarlo. Se sacaba el pito, lo ponía todo tieso en dirección al cielo y echaba un chorro que podía llegar a los ocho o nueve metros. Un fenómeno. En la padilla de la aldea también estaba Miguel El Chumbo, que tenía el récord en el lanzamiento de escupitajos. Echaba lentamente la cabeza hacia atrás y luego, como impulsada por un muelle, la movía rápidamente hacia adelante antes de que de su garganta saliera un gargajo a toda velocidad que podía alejarse tres o cuatro metros. Sí, ya sé que estoy un poco soez esta mañana hablando de guarrerías, pero si siguen leyendo la columna, les aseguro que intentaré no defraudarles. Comprenderán que en los tiempos de los que hablo no teníamos televisión y menos estos cacharros electrónicos que devoran el tiempo de los niños de ahora, por eso teníamos que inventar esos concursos. Y eso por no hablar de quién era el que soltaba los pedos más fuertes. En esa modalidad el campeón era Pepe el de la Vaquería. Un día se tiró un cuesco cuando estaba ordeñado una vaca y el padre le preguntó: ¿Quién ha sido la vaca o tú? “He sío yo, papa”, contestó Pepe. “Ya decía yo que ese era mucho peo pa la vaca”, dijo el padre.

El caso es que encontré a Felipe en una taberna de mi pueblo. Estuve indeciso si hablarle o no. Al final lo hice. Teníamos ambos una cerveza en la mano cuando llegaron las confidencias. Me dijo que había pasado por un cáncer de próstata del que se estaba recuperando. No sé por qué, pero de pronto me escuché diciéndole.

–¿Cáncer de próstata? ¡Pero si eras el que más alejabas meando!

–Pues ahora me meo en los zapatos –me dijo en tono de resignación.

Le pregunté por Miguel El Chumbo y me dijo que lo último que sabía de él era que hacía poco lo habían operado de unos pólipos cancerosos que le habían salido en la garganta, de aquella por donde salían sus famosos salivazos. Estuve en un tris de preguntarle por Pepe el de la Vaquería, pero no le pregunté. No me atreví. Y es que la vida cuando dice de atacarte lo hace con ironía e incongruencias.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios