Los restaurantes

Estas modernidades que van acabando con la humanización de los servicios públicos nos engullen

Estaba yo felizmente sentada en un restaurante junto con unos buenos amigos, cuando, ¡zas!, el camarero soltó la bomba: "Pronto los restaurantes se convertirán en bufés. No habrá camareros que atiendan las mesas de manera ni individualizada, ni personalizada". De inmediato, ante semejante spoiler, dudé de esa posibilidad hasta que la sabiduría del barman pudo convencerme. Hemos visto cómo numerosos servicios similares en los que los clientes buscamos un bocado han ido convirtiéndose en rincones motorizados para el autoservicio. Véase muchas cafeterías, por ejemplo, que había en lugares de trabajo, empresas con numerosos empleados, hospitales, etc…. en las que tomabas desde el desayuno, hasta la comida e incluso, la cena, han ido sustituyéndose por máquinas que te pueden abastecer de casi todo. Ahora nos vemos frente a frente a unas máquinas que tras engullir una de tus monedas y presionando una clave numérica sueltan el producto preseleccionado. Agua, sandwiches, dulces, salados, café, refrescos, bolsitas de frutos secos… Lo necesario para ser un tentempié que revitalice tus fuerzas durante la jornada de trabajo o el paso de un lugar a cualquier otro. En los aeropuertos, estaciones de tren y de autobuses, aún hay magnificas cafeterías y algún restaurante donde poder ejercer el seductor juego de la relación entre camarero y cliente. Las barras son confesionarios sin celosía. La imposición de estas modernidades que van acabando con la humanización de los servicios públicos nos engullen. Ya es una premonición la fracasada atención al cliente a través del teléfono cuya tomadura de pelo vierte en la desesperación. Máquinas, máquinas, máquinas, máquinas… Me dijo, Manolo, a quien me he encontrado a lo largo de los años en diferentes restaurantes, que el sigue por gusto y vocación. Y es cierto. Puede elegir restaurante y sueldo porque los empresarios se pelean por tenerle debido a su excelente forma de atender. No es que los desempleados no quieran trabajar en los campos, sino que ni si quiera desean hacerlo en la hostelería. Si el Gobierno les paga una ayuda, que entre pitos y flautas asciende a los 800 euros al mes, para qué van a querer echar una jornada diaria por mil doscientos. Prefieren acomodarse en su desidiosa vida. No hay camareros, y asegura Manolo, los restaurantes serán habitaciones de autoservicio. Las ayudas matan el emprendimiento, entierran nuestra cultura en una maquina que devora nuestros valores y placeres.

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