Cuando se apaga la luz, parece como si todo se apagara porque la temperatura de nuestro cuerpo tiende a bajar, pero por dentro seguimos funcionando. Para comprender la razón o razones por las cuales el cuerpo se queda frío cuando nos dormimos, es esencial explorar las distintas fases del sueño y su estrecha relación con la temperatura ambiental. 

El sueño no es un proceso homogéneo, más bien, a lo largo del ciclo sueño-vigilia se pasa por diferentes etapas. Se trata de una estructura básica del sueño que se divide en dos categorías principales: el sueño REM (Rapid Eye Movement) y el sueño no REM. Cada una de ellas, a su vez, se subdivide en distintas fases, lo que crea un paisaje dinámico de actividad cerebral y corporal durante la noche.

Comencemos por explorar las fases del sueño no REM, las cuales abarcan aproximadamente el 75% del tiempo total de sueño. Durante la primera fase, conocida como sueño ligero, el cuerpo se prepara para sumergirse en un estado más profundo. Esta etapa inicial suele durar unos pocos minutos, actuando como puente hacia la siguiente fase. En la segunda, la temperatura corporal y la frecuencia cardíaca disminuyen gradualmente, preparando al cuerpo para entrar en un sueño más profundo.

Es en la tercera y cuarta fase del sueño no REM, también conocidas como sueño delta, donde se produce la reparación y el crecimiento celular. Durante estas etapas, el cuerpo experimenta un descanso profundo, se estimula la liberación de hormonas de crecimiento y se fortalece el sistema inmunológico, mediante la reparación del tejido muscular y la consolidación de la memoria y el aprendizaje.

Ahora bien, el sueño REM, constituyendo el restante 25% del tiempo de sueño, se caracteriza por una actividad cerebral intensa y movimientos oculares rápidos. En esta fase, es cuando se da más tiempo de sueño y a pesar de su duración relativamente corta, el sueño REM desempeña tiene un papel muy importante en el procesamiento emocional y en la consolidación de la memoria.

El impacto en los órganos

Cuando nos quedamos dormidos, los mecanismos corporales menos importantes se apagan. Esto quiere decir que la actividad muscular, la presión arterial y el ritmo cardíaco disminuyen, necesitamos menos oxígeno y nuestra respiración se ralentiza. Las venas y otros vasos sanguíneos se dilatan, lo que libera calor y también reduce la temperatura de la superficie de nuestro cuerpo durante la noche.

En este sentido y para mejorar el confort térmico durante el sueño, es recomendable ajustar la temperatura de la habitación de acuerdo con las preferencias individuales. Algunas personas prefieren un ambiente más fresco, mientras que otras se sienten más cómodas en un entorno más cálido. La elección de la ropa de cama y la de dormir también son claves para mantener una temperatura adecuada y disfrutar de un sueño reparador.

La termorregulación es muy importante para que cada etapa complete su ciclo. Si pasamos demasiado frío o demasiado calor, el sueño se ve interrumpido. Lo ideal es que la temperatura del ambiente sea de 21º. Si es inferior y pasas frío porque ya de por sí la temperatura baja, el cuerpo va a reaccionar acelerándose para entrar en calor de nuevo.

En este sentido, los vasos sanguíneos se contraen, la respiración se vuelve superficial haciendo presión sobre el sistema cardiovascular para que la temperatura vuela a regularse. En la fase REM, la respiración se vuelve irregular y puede haber episodios de apnea, un fenómeno donde la respiración se detiene temporalmente. Este proceso está vinculado a la regulación del sueño y a la función de alerta del cuerpo.

En cuanto al sistema inmunológico, su fortaleza está estrechamente relacionada con la calidad del sueño. Durante el sueño profundo, se liberan citoquinas, proteínas esenciales para la respuesta inmunológica, por lo que un sueño deficiente puede debilitar esta respuesta, aumentando la susceptibilidad a enfermedades e infecciones.