Hermandad del Rosario

El edicto de Poncio Pilatos, con voz de mujer

  • La pregonera de la Semana Santa de Granada, Emilia Cayuela, redacta el pergamino que llevará el romano del misterio de las Tres Caídas

El edicto de Poncio Pilatos, con voz de mujer

El edicto de Poncio Pilatos, con voz de mujer / José Velasco / PHOTOGRAPHERSSPORTS (Granada)

Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas, titular de la Hermandad del Rosario, ya está condenado a muerte. El romano que preside el paso de misterio ya cuenta con el pergamino en el que va escrita la sentencia de Poncio Pilatos. Conforme a la tradición, ha sido el pregonero de la Semana Santa de Granada quien se ha encargado de escribir el edicto del prefecto romano y que, en esta ocasión, cuenta con una voz femenina: la de la locutora Emilia Cayuela.

La pregonera ha protagonizado este acto a los pies del paso de misterio, donde ha leído y entregado el edicto al hermano mayor de la cofradía, Fernando Coronel. La lectura ha transcurrido de forma emotiva, tras dos años en los que, a pesar de haber continuado con la tradición, el Señor de las Tres Caídas no ha podido salir a las calles de Granada. El prioste, al concluir, ha enrollado el edicto y lo ha colocado en la mano del romano que se sitúa en el frente del paso, siendo así el último detalle que faltaba en el paso antes de la estación de penitencia de esta tarde. 

Asimismo, el acto ha contado con una importante representación institucional, con la presencia del vicepresidente de la Junta de Andalucía, Juan Marín; la consejera de Fomento, Marifran Carazo; el delegado de Cultura y Patrimonio, Antonio Granados, además del presidente de la Federación de Cofradías, Jesús Muros o distintos miembros de la junta de gobierno.

La pregonera Emilia Cayuela durante la lectura del edicto La pregonera Emilia Cayuela durante la lectura del edicto

La pregonera Emilia Cayuela durante la lectura del edicto / José Velasco / PHOTOGRAPHERSSPORTS (Granada)

El edicto de Pilatos, con voz de mujer

Aquí me tienes, Señor, otra vez, dispuesta a condenarte.

Una vez más mi débil humanidad habrá de ser rescatada por ti. No espero tu parte el más mínimo reproche, peus tú me hiciste así, tan egoísta y tan frágil. Dicen que fue tu gran creación, y no sé - al compararme con cualquier otra de las tuyas - de quién fue tamaña descripción. Si fue tuya, no la entiendo...

Pero no es nada extraño que esta vez tampoco te comprenda, pues tus formas exceden de mi pobre inteligencia, y solo acierto a comprender que tú amor por mí no tiene parangón. Te veo sufrir y - qué quieres que te diga - no me importa; mis deseos priman sobre tu santa voluntad y soy cruel y solo busco mi propia satisfacción.

Me da igual mis otros yo, que sufran, pasen hambre, e incluso que lleguen a matarse. Mejor para mí, a más me toca... Y si acaso algún día lograra levantarme con el corazón abierto, más comprensivo, siempre entenderé que soy más débil y siempre estaré dispuesta a la justificación fácil o, en todo caso, a compartir culpas.

Entenderé, incluso, que hoy no eleves tu mirada al cielo, implorando piedad, y que ni siquiera las legiones de tambores y cornetas que te acompañen sean capaces de borrar el sonido de las bombas que caen a diario en Ucrania y tantos otros sitios que me resultan lejanos. Llorarás por mí, de nuevo, al ver que mi insensibilidad por los demás no se corresponde con el amor que me prestas a diario...

Al verte caído bajo el peso de la cruz, bajo mi peso - ya que yo soy tu cruz - sé que en algún rincón de mi estaría dispuesto a seguirte, a ayudarte - cual cirineo - a llevarlo, pero será solo un instante, porque sé también que al final tú eres el fuerte y te levantarás otra vez, y mirarás al calvario y aceptarás la muerte a cambio de mi vida.

Ese es el contrato que redactaste al principio de los tiempos, el del amor por el amor, el de darte todo a cambio de la nada, y -por eso- volverán los clavos a taladrar tus manos y tus pies, y la llega del costado volverá a abrirse y esa de la espalda que tanto te lastima volverá a sangrar... y todo por mí... sólo por mí.

Más de dos mil años renovándome el amor, y acaso ni tan siquiera sepa decirte: ¡gracias!

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