NOVILLADA DE ABONO

Dos orejas y casi tres horas

El Mellli, que se convertirá en matador dentro de una semana, cortó la oreja del cuarto.

El Mellli, que se convertirá en matador dentro de una semana, cortó la oreja del cuarto. / José Ángel García

EL calor comienza a convertir el paseo a la plaza en una prueba de afición. Era la tercera novillada de abono; la última en jornada dominical; la penúltima en horario vespertino... en los corrales se había encerrado una novillada de Torrealba, hierro formado con una buena parte de la aristocrática vacada gaditana de Torrealta, propiedad de la familia Prado Eulate.

Pero los novillos no iban a acordarse demasiado de su pedigrí. Ni por presentación –la novillada fue demasiado desigual, con algún ejemplar que parecía un potro– ni mucho menos por juego aunque los esfuerzos de la terna, que no se dejó nada en el hotel, iban a lograr sacar provecho de los tres ejemplares que medio se dejaron dentro de un encierro en el que primó la mansedumbre por encima de todo. Sobraron avisos, pesó el metraje... el gran debe del espectáculo actual es su falta de ritmo.

El Melli, que en una semana se convertirá en matador de toros en su Sanlúcar natal, logró cuajar un mazo de verónicas estimables al primero de la tarde abrochando con media de rodillas. Fue un novillo tardo, manso y huidizo al que costó un mundo meter en el caballo y sembró el desconcierto en banderillas.El novillero sanluqueño inició su faena con un muletazo cambiado por la espalda pero el novillo, loco por marcharse, estuvo a punto de arrollarle. Fue una labor entregada, movida de terrenos, marcada por esa mansedumbre global a todo el envío que contó con el esfuerzo sincero de El Melli que se mostró centrado y responsabilizado aunque, eso sí, falto de tino con la espada.

El cuarto, saludado con una larga en el tercio, anunció mejor condición. A la postre iba a ser el más potable de toda la novillada. El Melli, decidido a no dejar pasar la oportunidad, comenzó su faena de rodillas antes de torear templado, firme y reunido en una labor bien trazada por ambos pitones hasta que se agotó el escaso fondo del animal, al que terminó de someter en las cercanías –llegó a intentar torearlo por manoletinas de rodillas– y mató de una estocada corta y caída que no le impidió cortar una oreja en Sevilla, una plaza que ya le había visto puntuar en las dos ocasiones anteriores en las que ha toreado. El contador se pone de nuevo a cero. Se le desea suerte.

Aarón Palacio estuvo a punto de ser atropellado por el segundo, un utrero altón, manso y bravucón en el caballo que pasó orientándose, sin emplearse ni humillar en la muleta del novillero aragonés que se mostró centrado, intentando torear al ejemplar de Torrealba mejor de lo que merecía su brusca condición. Se atracó de toro en la estocada y salió del embroque con la taleguilla rota y la espada haciendo guardia. Tuvo que volver a entrar a matar y tirar de descabello.

Aarón Palacios toreó así de bien en un quite que convirtió las tafalleras en cordobinas. Aarón Palacios toreó así de bien en un quite que convirtió las tafalleras en cordobinas.

Aarón Palacios toreó así de bien en un quite que convirtió las tafalleras en cordobinas. / José Ángel García

Pero Palacio no había dicho su última palabra e iba a saludar al quinto con dos faroles de rodillas, entregándose en los lances de recibo. Lo mejor llegaría en un templadísimo quite por tafalleras antes de brindar a El Tato y ponerse a torear de rodillas en el intenso inicio de una faena presidida por la firmeza y el buen corte del chaval que hizo siempre las cosas muy bien, obligando a un animal corto de cuello al que le costaba humillar. El novillero maño, definitivamente relajado, acabó cuajando excelentes muletazos por el lado derecho antes de que el bicho acortara sus viajes y se pusiera a la defensiva. Sobró el sobo final y lo echó abajo de una estocada muy trasera y desprendida que necesitó el refrendo del descabello. La oreja le viene de perlas.

Manuel Jesús Carrión, de La Algaba, también iba a encontrarse un tercero mansón y protestón que fue muy castigado en el caballo llegando a la muleta muy aplomado, acusando los fortísimos puyazos. Carrión apenas pudo pasar de las probaturas sin que el bicho llegara a desplazarse. Le quedaba el sexto, un utrero mansurrón que se movió a su aire en banderillas y huyó de todo en la muleta. Carrión, sobreponiéndose a su verdor profesional, lo toreó dispuesto y entregado, intentando hacer las cosas bien. Brilló más en los muletazos por el pitón izquierdo y estuvo cerca de cortar la oreja que cambió por una vuelta al ruedo.

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