La melancolía moderna | Crítica

El cerebro negro

  • En un breve pero sustancioso libro, Roger Bartra reflexiona sobre las distintas expresiones de melancolía o, como la llamaba Victor Hugo, la felicidad de estar triste

'Morning Sun', de Edward Hopper.

'Morning Sun', de Edward Hopper. / D. S.

Resulta llamativo que Roger Bartra (escritor y antropólogo mexicano de origen catalán), no cite a Robert Burton, el gran anatomista de la melancolía del siglo XVII, en este libro que precisamente está dedicado al humor sombrío, a la luz saturnina del alma. Todo melancólico de escuela debe conocer los 99 nombres distintos que Robert Burton asoció a la bilis negra.

Anteriormente Bartra, entre otros títulos, se había acercado ya a la enfermedad de los humores y su reflejo en el Siglo de Oro español (Cultura y melancolía). Asimismo, con El duelo de los ángeles, dedicó también un ensayo acerca del influjo de la melancolía en las vidas de Kant, Max Weber y Walter Benjamin. Ahora, a vueltas con la acedia, ha publicado La melancolía moderna, un breve pero sustancioso libro sobre la felicidad de estar triste, que era como llamaba Victor Hugo a la melancolía.

El arte, el pensamiento y la literatura siempre han abordado la melancolía. Como alegoría suprema, el ángel melancólico de Durero suele presentársele al hombre que se ve sumido en un éter de arena. No obstante, hay quien se identifica más con su Varón doliente, el otro grabado que muestra a Cristo escarnecido, en patética soledad, mientras aguarda sentado al martirio de la cruz sobre el tenebroso pedregal del Gólgota.

Alude Bartra a la clásica pose asociada al ser melancólico. Cabeza inclinada, apoyada en una mano. Cuerpo sentado o un tanto vencido. Ojos cerrados, que denotan que el doliente se halla de viaje por la cita de Píndaro: "Sombras de un sueño es el hombre". Vemos esta actitud de indolencia solemne en las dos versiones que Artemisia Gentileschi hizo de su María Magdalena melancólica (una de ellas, la más recatada, presente en la Sala del Tesoro de la catedral de Sevilla). El Capricho número 43 de Goya muestra también otra figura icónica. He aquí el hombre postrado, entenebrecido, rodeado por lúgubres animales nocturnos.

'María Magdalena melancólica', de Artemisia Gentileschi (1621-1622), cuadro de la Sala del Tesoro de la Catedral de Sevilla. 'María Magdalena melancólica', de Artemisia Gentileschi (1621-1622), cuadro de la Sala del Tesoro de la Catedral de Sevilla.

'María Magdalena melancólica', de Artemisia Gentileschi (1621-1622), cuadro de la Sala del Tesoro de la Catedral de Sevilla. / D. S.

En la plástica más reciente la soledad urbana, la arquitectura del desabrigo, ha tenido su reflejo a través de De Chirico y sus ciudades metafísicas (De Chirico dijo que había plasmado en sus cuadros todo lo que sobre el sinsentido de la vida había aprendido en Nietzsche y Schopenhauer). Por su parte, el Elogio de la melancolía (1948) de Paul Delvoux ha suscitado varias lecturas. La dama que aparece en primer término, postrada y un punto lánguida, sugiere para muchos una tristeza postcoital, que sume a la mujer en un estado como de horizonte sin ganancia ni promisión.

De entre las telas melancólicas, asociadas a la soledad en las urbes colmeneras, no podía faltar por supuesto Edward Hopper, el retratista del espacio vacío y del ensimismamiento. Sus cuadros reflejan la propia melancolía del artista, que fue un hombre tímido, pero que a menudo conseguía salvar su retracción con tres impulsos indomables que lo llevaban a crear con un pronto vívido. Los tres impulsos eran, por supuesto, la pintura propiamente; pero también le motivaba conducir su auto por carreteras de asfaltos ilimitados y, sobre todo, el sexo. Hopper fue del gusto de tomar con lasciva virulencia la popa de su mujer Jo, también pintora, algo un tanto impensable en quien ofrecía cierta imagen de retraído y pudibundo.

Roger Bartra dedica otros capítulos a Kierkegaard, cuya cabeza fue uno de los grandes reservorios de la melancolía moderna. Explica cómo las depresiones de Abraham Lincoln forjaron su figura como mito político (Lincoln solía leer y releer el poema El cuervo de Poe, el gran pajarraco de la literatura melancólica). Otro titán político, Winston Churchill, no tuvo reparos en hablar con sinceridad de su "perro negro", que no era otro que el animal oscuro y bilioso que lo abatía en sus episodios de ánimo crepuscular.

Uno de los grabados de la serie 'Le Carzeri d’Invenzioni' de Giovanni Battista Piranesi (1720-1778). Uno de los grabados de la serie 'Le Carzeri d’Invenzioni' de Giovanni Battista Piranesi (1720-1778).

Uno de los grabados de la serie 'Le Carzeri d’Invenzioni' de Giovanni Battista Piranesi (1720-1778). / D. S.

Especial interés tiene el análisis que hace Bartra sobre cómo se ha reflejado la bilis negra. Pero no tanto como paisaje exterior, sometido a la ondulación de un entorno nervioso (ocasos, abismos, árboles semejantes a esqueleturas). Tampoco como retrato del doliente. ¿Cómo es la textura, la corporeidad del cerebro negro?, se pregunta.

Acude para ello a los opresivos grabados de aire carcelario de Piranesi, reunidos en Le Carzieri d’Invenzioni. Para el citado Victor Hugo reflejaban la arquitectura de todo cerebro negro. Aldous Huxley dirá que estos grabados son la más fiel representación metafísica de los estados melancólicos del hombre. Son las negras estancias del ánimo, reflejadas en oscuras atarazanas, escalinatas, troneras, mazmorras, hemiciclos sombríos de los que cuelgan cuerdas, telones y extraños engranajes.

Todo pulula por aquí, por los dieciséis ámbitos umbrosos que dibujó Piranesi. La acedia del hombre renacentista, el weltschwerz de los románticos, el spleen de Baudelauire. Incluso intuimos a los seres melancólicos ya corroídos a los que Dante sumerge en el negro fango del tercer círculo del infierno.

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