Mahler Chamber Orchestra | Crítica

Interrumpido 'Sombrero'

  • La lluvia frustró ‘el broche de oro’, en el que pudimos escuchar la sofisticada ‘Alhambra’, de Peter Eötvös

La suite 'Pulcinella' abrió la velada.

La suite 'Pulcinella' abrió la velada. / Miguel Ángel Molina / Efe

No es la vez primera en la historia del Festival que la lluvia ha impedido o interrumpido algunas de sus sesiones, pero que recuerde pocas o ninguna el concierto de clausura en el que el director del certamen, y también el responsable de dirigir el concierto, Pablo Heras-Casado, había puesto tanta ilusión, para subrayar la idea central de esta edición, alrededor del centenario del estreno de El sombrero de tres picos, que tras su representación escénica, sobre el original, pero con música en conserva, íbamos a escucharla en vivo, en una versión enriquecida –a juzgar por los instrumentos que se subieron a la tarima, cuya tardanza en colocarlos hizo que sonaran algunas tímidas palmas de impaciencia, ante el temor del público a que volviese a aparecer la lluvia interrupta-, que pusieran ‘broche de oro’, como decía acertadamente Arantxa Asensio en su crónica, a una edición muy centrada en la obra fallesca.

La clausura estaba encomendada a la prestigiosa Mahler Chamber Orchestra, prodigio de equilibrio, entre su poderosa y ágil cuerda, con los apuntes necesario del viento, metales y madera, para subrayar, por ejemplo la suite de la Pulcinella, de Stravinsky, que Heras-Casado condujo con rigor en el cuidado rítmico y expresivo de esta obra que parte del neoclasicismo alterado del autor que abría puertas al imperio de la modernidad, con sus deformaciones y disonancias, en una conjunción de elementos diversos dentro de una orquesta reducida, pero donde tan importante es la calidad de todos ellos.

La noche estaba gafada. A los pocos minutos la lluvia interrumpió la interpretación

Había un elemento nuevo de interés, el estreno de Alhambra, concierto núm 3, para violín y orquesta, encargado por el Festival a uno de los compositores actuales más destacados, Peter Eötvös, con la notable violinista Isabel Faust. La noche estaba gafada. A los pocos minutos la lluvia interrumpió la interpretación. Hubo un descanso adelantado y la sesión continuó volviendo a ejecutarse el concierto completo. Sobre todas las explicaciones técnicas que hace el autor sobre los criptograma musicales, sobre la transferencias musicales de las letras A-L-H-A-M-B-R-A, lo que interesa al oyente es el resultado que, dentro de una atmósfera sensitiva y poco discordante, intentaba acercarse a los símbolos alhambreños, desde el recato del agua, al paisaje, las puestas de sol y otros signos que hay que imaginarse, dentro de una música que no es descriptiva, como no lo es La Puerta del vino, de Debussy, sino lejana inspiración. Pero si el autor lo dice hay que respetarlo. En cualquier caso es un concierto donde el violín es parte esencial y dominadora, a veces en silencioso pianísimo, con el que comienza, tras unos acordes vibrantes, y termina, para enlazar momentos en el que también requiere virtuosismo de la intérprete, en diálogo con la orquesta matizada en su bella cuerda. Isabelle Faust hizo alarde de técnica y preciosismo que gustó al público y aplaudió, tanto la interpretación como al autor, cosa no frecuente en una obra que se escucha por vez primera. Pero, además de los aciertos técnicos, no al alcance de todos, la partitura resulta agradable de escuchar.

Habíamos escuchado ya, desde la galería, la preciosa voz de Carmen Romero, abrochada por palmas acompasadas de los músicos

Y llegaba el ‘plato fuerte’ con el que Festival cerraba su edición y su homenaje a El sombrero de tres picos, en la versión que había preparado cuidadosamente Heras-Casado y que se había reservado al ‘broche de oro’ de una efeméride centenaria. Pero el loable intento quedó interrumpido por la inclemencia del tiempo. Habíamos escuchado ya, desde la galería, la preciosa voz de Carmen Romeu, abrochada por palmas acompasadas de los músicos, seguida de la respuesta orquestal, con la espléndida Mahler Chamber Orchestra que prometía una clausura vibrante. Pero la lluvia reapareció: la concertina de la orquesta se levantó y dijo que no se podía seguir así. La estampida de la formación, ante un desconcertado y apenado Pablo Heras-Casado, le siguió la del público, el crítico entre ellos que prefirió mojarse en su marcha hacia la Puerta de la Justicia, donde este año esperan los taxis, aunque ya los que he llamado ‘Déspotas de la Alhambra’ en una columna, permiten que puedan subir a Carlos V, una limitación errónea que no había ocurrido otros años, afortunadamente rectificada en parte. Pero, en fin, aunque sin la brillantez esperada, por la interrupción obligada por la meteorología, hemos clausurado la 68 edición que comento en otro lugar del periódico.

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