Pasado con presente incluido

Enrique Morón, el huérfano vestido de negro

  • Es catedrático de Lengua y Literatura y tiene publicados más de treinta libros de poesía

  • También es autor de varias obras de teatro y de un libro de memorias

  • Dedica su escritura a la soledad y a los desfavorecidos por la vida

Enrique Morón, el huérfano vestido de negro

Enrique Morón, el huérfano vestido de negro

Se le ve feliz al poeta Enrique Morón en el habitáculo en el que pasa la mayor parte del día. En aquel pequeño despacho le transcurre el tiempo entre lecturas y enhebrando los versos que siempre le acompañan. Un sitio en el que, al igual que las hormigas, se recluye al calor del brasero, esperando que vuelva la armonía en cálices de estío. El poeta está sentado de lado y me con ojos de color marrón de Alpujarra llenos de bondad, con un brazo apoyado en el sillón y el otro puesto sobre una carpeta de gomilla. En esa pose puede pasar por un Winston Churchill cualquiera, pero sin puro, que espera satisfecho noticias favorables sobre cualquier asunto relacionado con el devenir del país.

A Morón le gusta la soledad, pero no como condena sino como refugio. Encima de la mesa del despacho del poeta no hay ningún ordenador ni hay vestigio de alguna nueva tecnología. Dice que a él le gusta guardar sus cosas en carpetas de cartón y escribir a máquina o a mano. Podría decir de Enrique Morón que ha sido catedrático de Lengua y Literatura, que tiene publicados treinta y tantos libros de poesía y que es miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada, pero nadie mejor que él para resumir en un precioso poema de su libro ‘Elegías’ lo que ha sido su vida.

Recuerda el poeta que escribía, a hurtadillas, sus primeros poemas sobre los libros de bachillerato que tanto le aburrían. Siempre con un oído puesto en la manivela de la puerta por si entraba su madre y el otro oído llevando el ritmo de los versos. Él era un muchacho adolescente y no buen estudiante, pues solo le interesaba la literatura y recitar, pongo por caso: "Volverán las oscuras golondrinas”. ¡En aquel tiempo que en que estrenó sus pantalones largos y empezaba a sufrir los desengaños del amor! Su madre les decía a las vecinas que su hijo escribía versos y los guardaba lo mismo que un tesoro. Cuando murió su madre, él tan joven, quemó aquellos cantares una tarde en la cocina de su casa. Posteriores lecturas le infundieron contención y autocrítica. Sus versos maduraron al mismo tiempo que su vida. Más sigue recordando, cuando está triste, aquella adolescencia de frustrados amores imposibles.

Con uno de sus libros. Con uno de sus libros.

Con uno de sus libros.

-Tengo una anécdota de aquel tiempo que te puede interesar. Tenía yo 14 años y era ya un zagalón. Por entonces casi todos los niños llevábamos pantalones cortos y no te los quitaban hasta que eras ya mayor. Un día venía yo de los Escolapios y al pasar por la estación de autobuses, que estaba donde está hoy el Mercadona del Edificio Sánchez, un mozo de cuerda se me quedó mirando y con voz un tanto aguardentosa me dijo: 'Niño, dile a tu madre que te ponga ya pantalones largos que se te va a salir la polla por un pernil'. Ahí fue donde comprendí que se me había acabado la infancia.

En la casa de Enrique Morón

El poeta se mueve por su pequeño despacho con parsimonia y delicadeza. Cuando su memoria se atasca o quiere saber algo de su vida de la que no se acuerda, saca las carpetas en las que tiene sus manuscritos o rebusca por los anaqueles de su librería el libro en el que hay algún dato sobre su vida que puede interesarme. Mientras busca me dice que allí tiene la décima parte de sus libros, ya que el grueso de su biblioteca lo tiene en Cádiar, pueblo en el que nació hace 72 años y en el que tiene casa y calle. No pocas veces Enrique Morón, cuando está en Cádiar, ha tenido que aclarar algún que otro malentendido que tiene que ver con vivir en la calle que lleva su nombre. Y es que éste debe ser de los pocos casos a los que un Ayuntamiento ha puesto el nombre de una calle a una persona que no la ha palmado. Allí, a Cádiar, fui yo un día hace algunos años a dar una conferencia y presentar un libro sobre La Alpujarra con las crónicas periodísticas que había escrito sobre la comarca. De aquella estancia, recuerdo la amabilidad con que Enrique y su mujer me acogieron en su casa, donde tuve comida y cama y donde me presentaron a todas sus amistades. Desde entonces me precio de tener buenos amigos en Cádiar.

Con Rafael Guillén, Mariano Cruz y Cayetano Anibal. Con Rafael Guillén, Mariano Cruz y Cayetano Anibal.

Con Rafael Guillén, Mariano Cruz y Cayetano Anibal.

Aunque nuestro encuentro de hoy no se produce en esa vieja ciudad donde su frente destila surcos y su piel no puede ser esquiva, según dice en uno de sus poemas, sino en el piso que tiene en Granada cerca de la Avenida de Barcelona. Allí lo que destila la tarde son confidencia de buenos amigos.

-Mi infancia más tierna la pasé en Cádiar al amparo de mi madre, porque mi padre, abogado, trabajaba en Madrid, en el Instituto de Estudios Políticos y a la orden de Fernando María Castiella. Cuando llevaba un tiempo en la capital de España mi padre enfermó de cáncer y se tuvo que venir a Granada, donde estuvo ingresado en el hospital casi nueve meses. Uno de los recuerdos infantiles que tengo es ver a mi tío Antonio ir a la estación en busca de los lotes de penicilina que le enviaba Castiella desde Madrid. Murió cuando yo tenía cinco años y el recuerdo que tengo es que estuve un tiempo yendo a la escuela vestido de negro. La primera comunión también la hice vestido de negro. Era la costumbre que había en aquellos años.

Enrique Morón compartió infancia con su hermana y a los once años fue enviado a Granada como alumno interno a los Escolapios. Ahí estuvo hasta que toda la familia se mudó al barrio de la Magdalena en Granada. Pero a los cuatro años de estar en la capital se quedó también si madre.

De niño, vestido de negro De niño, vestido de negro

De niño, vestido de negro

-Mi padre murió con 47 años y mi madre con 50. Mi tío Antonio murió a los 58 años y mi hermana, que se hizo monja, murió a los 55. Así que yo soy de toda esa rama familiar el único que vive. Cuando murió mi madre yo tenía 18 años y se me vino el mundo encima. Ahora estoy seguro de que me salvó la literatura. Me pasaba todo el día leyendo. A Machado, a García Lorca, a Miguel Hernández, a Vicente Aleixandre, al que conocí en persona…

A los 25 años volvió al domicilio familiar de Cádiar, a donde se recluyó a escribir y leer poesía. Hasta que no cumplió los treinta años no entraría en la Universidad. Se matriculó en Filología Románica. Me cuenta que, si bien no fue un buen estudiante en el bachiller, en la carrera sí tuvo buenas notas. Al año siguiente de terminar la carrera se casaría con María Avelina.

-Era la hija de un guardia civil que estaba destinado a la Alpujarra. Es curioso pero Machado y Miguel Hernández, dos poetas a los que siempre he admirado, también se casaron con hijas de guardias civiles. Por cierto, en el viaje de novios hicimos un recorrido por Castilla y cuando íbamos a Soria, que yo estaba deseando conocer por haber estado allí Machado, tuvimos que regresar a Granada.

Antes de sacar las oposiciones Enrique Morón estuvo dando clases en el instituto de Órgiva y cuando las aprobó le dieron la plaza en Vizcaya.

-Por entonces sacabas las oposiciones y te podían mandar a cualquier sitio de España. Ya teníamos dos hijos y nos tuvimos que marchar a Basauri, un pueblo con muchos etarras. Estamos hablando de cuando ETA empezaba a perpetrar sus atentados. A pesar de todo yo no vi nada raro ni nunca presencié una agresión terrorista. Fíjate lo que son las cosas que al regresar a Granada al poco tiempo hubo un atentado cerca de donde yo vivo, aquí en el Jardín de la Reina, cuando murió el peluquero de la base aérea de Armilla. Lo que no había visto en el País Vasco lo vi aquí. Pero ya digo, en Basauri era muy respetado y querido por los alumnos, que les hacía gracia mi acento andaluz.

Al año de estar en Basauri se crean en España las comunidades autónomas y Enrique Morón pudo acceder a una plaza en Andalucía. Es entonces cuando la familia se traslada a Andújar, aunque el destino en que pasaría después más tiempo sería Órgiva, en cuyo instituto estuvo 15 años. Terminó su vida laboral y sus clases de Lengua y Literatura en el Instituto Alhambra, donde se jubiló al cumplir la edad reglamentaria.

Su poesía

Enrique Morón me cuenta que dos de los escritores granadinos que más le ayudaron en sus primeros pasos como poeta fueron Antonio Carvajal y Carlos Villarreal, sobre todo éste último, que le dio muchos consejos a la hora de afrontar la escritura de un poema. Y me cuenta que una de sus primeras alegrías que tuvo en su inicio fue cuando le publicó una editorial barcelonesa su libro Paisajes del amor y el desvelo, un libro que se distribuyó a nivel nacional. Con sus buenos amigos Fernando Villena, Antonio Enrique, Juan José León y José Lupiáñez formó el grupo Ánade de Poesía, que tanta dignidad ha aportado al escenario poético granadino.

Con Lupiáñez, León, Antonio Enrique y Villena. Con Lupiáñez, León, Antonio Enrique y Villena.

Con Lupiáñez, León, Antonio Enrique y Villena.

-El nombre vino de una colección de libros de poesía que se llamaba así. Juan J. León murió, pero los demás somos muy amigos que nos reunimos cada año en mi casa de Cádiar para compartir amistad, vino y literatura. El grupo no estaba cerrado y después se unieron algunos compañeros más. Nos juntamos también los miércoles en una tertulia en la que se habla de todo lo que nos gusta.

La poesía de Enrique Morón es el mejor instrumento contra la desolación humana, ha dejado escrito su amigo Gregorio Morales. Preocupado por la aparente fragilidad del tiempo, lo conjura al asumir el dolor, y reconquista de esta manera la alegría y la juventud. Su obra responde a una consistente alianza entre su espacio natal y el tiempo vivido, es la suya una poesía que explica una vida a través de la escritura. Una poesía que en el fondo expresa esa soledad que sintió cuando de niño se quedó sin padre y a los 18 años sin madre. Una poesía en la que le da voz a los que la vida es una cuesta arriba y en la que deja muy poco espacio para los triunfadores, que ya bastante tienen con haber triunfado y que no son carne de poesía. Dice Enrique en un precioso poema que la soledad es hermosa cuando la buscas, pero inmensamente triste si el destino la impone a la intemperie del silencio.

Pero no solo de poesía se ha alimentado el espíritu creativo de Enrique Morón. Tiene al menos seis obras teatrales y ha publicado un libro de memorias que se llama El bronce de los días. La literatura, en fin, le salva del tedio de la vida.

En su casa, junto al lado de uno de sus poemas. En su casa, junto al lado de uno de sus poemas.

En su casa, junto al lado de uno de sus poemas.

Como en uno de sus poemas, la tarde pasa y nosotros miramos los vencejos que se van lentamente hacia tierras más cálidas. Y la tarde se convierte en noche y nosotros decidimos bajar al bar y terminar el encuentro con una cerveza. Me dice Enrique que por bares no va a ser porque en menos de 50 metros a la redonda hay ocho. Entramos en el Chencho, que pone de tapa buñuelos de bacalao. Y allí, en la barra, con dos cervezas por delante, hablamos de lo nuestro como dos parroquianos más. Hablamos de la querencia que tiene él por su pueblo, donde es una persona admirada y donde fue uno de los fundadores de la famosa Fuente del Vino que allí se levanta. Y hablamos de los hijos. Él me habla con admiración de los suyos, que se llaman César Antonio y María del Mar. Me cuenta que su hijo ha seguido sus pasos y sus aficiones porque también es dramaturgo, poeta y profesor de Literatura en la Universidad de Granada. Y que su hija vive en Madrid y le ha dado un nieto que dentro de poco cumplirá cuatro años. Y hablamos de amigos comunes porque estamos convencidos de que la buena amistad es una de las razones por las que vale la pena estar en esta vida. Y estamos tan a gusto que no queremos que pase el tiempo.

-¿Le decimos al camarero que llene?

-Pues que llene.

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