Antonio Muñoz Molina, escritor

Antonio Muñoz Molina: "Yo siempre he estado fascinado por lo nuevo"

Antonio Muñoz Molina en el Hotel Victoria de Granada.

Antonio Muñoz Molina en el Hotel Victoria de Granada. / Antonio L. Juárez/ Photographerssport (Granada)

Antonio Muñoz Molina no ha llegado a desvincularse nunca de Granada, la ciudad que lo acogió durante su juventud. Aunque afincado en Madrid, conserva familia y amigos en la tierra en la que este jueves presentó su última libro, No te veré morir, la historia de un hombre que regresa a España para reencontrarse con su primer amor casi 50 años después de dejarla atrás para marcharse a trabajar a Estados Unidos. Él, Gabriel Aristu, se va a una Norteamérica llena de promesas; ella Adriana Zuber, se queda en la España de 1967 y en un matrimonio infeliz. Un viaje de ida y vuelta que permite al escritor contar la historia del país desde los detalles cotidianos de la gente de a pie a la vez que profundiza en las razones y consecuencias de las decisiones. Un relato sobre el amor y el paso del tiempo, la lealtad y la memoria escrito con la certera prosa que es marca de la casa pero con el plus de una sorpresa en lo formal.   

-La primera parte de la novela es un ‘solo’ de Gabriel Aristu, un monólogo compuesto por una larga frase de más de 60 páginas. ¿Cómo surgió la idea?

-No surgió la idea surgió la cosa en sí. No pensaba en hacer un despliegue técnico ni una frase así de larga pero el tono con el que yo me encontré cuando empezaba a escribirla me fue llevando. Al principio iba a ciegas, como si lo viera crecer sin intervenir mucho. Comencé teniendo una idea muy vaga de lo que quería contar y cuando me puse a escribir empezó a salir todo, todos esos detalles de la vida del protagonista, de su padre, de la guerra... Iba surgiendo todo espontáneamente. El primer día que escribí así, cuando llegó el final de la tarde había estado ya escribiendo tres horas. Decidí dejarlo ahí y en vez de poner un punto puse una coma. Al día siguiente inicié otro capítulo después de la coma y pensé en separarlos por el tiempo: cada uno dura el trabajo de un día. 

-En algunos saltos de capítulo la coma ni siquiera es el final. 

-Sí, hay un espacio en blanco que permite respirar, como las pausas en la música. Creí que eso le daba naturalidad, por eso hay capítulos que son más cortos y otros más largos, porque hay días que escribía más y otros escribía menos.  

-¿Cómo se embrida una narración así? ¿Es muy difícil que no se pierda sentido?

-Si hubiese sido muy difícil lo habría dejado de hacer. No sabía si iba a resultar forzado. Iba probando pero no me interesaba amontonar frases y en vez de poner puntos poner comas. Quería hacer una sola frase y no muchas frases separadas por comas en vez de por puntos. Es decir, un solo organismo. Era un desafío. Estaba escribiendo en un cuaderno y dije: "Voy a ver si llego al final y cuando llegue me paro". Y así fue, cuando llegué a la última página terminó la primera parte. 

-¿Esa libertad al escribir es una seguridad que da la veteranía?

-No es seguridad porque tampoco estás arriesgando tanto. Lo más que puede pasar es que no salga, entonces empiezas de nuevo y ya está. Lo que hay es un deseo de ser lo más natural posible, que el proceso de escribir quede presente en el resultado. Cuando ves un cuadro de Rafael no ves las pinceladas sino la forma. En un cuadro de Velázquez sí, al igual que un cuadro impresionista. Ese era mi sueño, ser como un músico que se pone a improvisar durante un tiempo pero lo hace con una técnica interior. En ese sentido yo quería que la sintaxis fuera impecable, que se pudiera analizar como una sola frase pero al mismo la lectura respirase. Que todo fluyera con naturalidad. Aspiraba a que la persona que la leyese no se diese cuenta que era una sola frase.

-Hay algunos autores como Saramago que también han usado la coma. ¿Han sido una referencia?

-En casos como el de Saramago o Javier Marías en realidad lo que hacen es sustituir, poner comas en lugar de puntos. En mi caso quería hacer una sola frase. 

-¿Cuánto tiene Gabriel Aristu en Estados Unidos de su etapa en ese país como profesor universitario y al frente del Instituto Cervantes de Nueva York?

-Tiene un poco pero menos que el profesor Maíquez, que es un personaje de mi generación. Incluso a la universidad a la que él va, la de Virginia, es a la que fui yo.  Aristu está más inspirado en personas que conocí en Estados Unidos: ese español o europeo que llega allí y que adquiere una buena posición. Mientras unos siguen viviendo en el mundo de su país de origen y hacen vida allí con más emigrantes, otros se integran plenamente. Aristu está casado con una estadounidense, tiene hijos y nietos, una profesión y una carrera. Para haberse dedicado a los negocios tiene una cultura humanista fuerte y una afición grande por la música. A los personajes siempre se les presta algo -yo tengo afición por la música pero no sé tocar el violonchelo- pero son una mezcla de rasgos propios o de personas conocidas y de rasgos inventados. 

-¿Esa fascinación por lo moderno del joven Aristu sí fue la del Antonio Muñoz Molina que dejó su Úbeda natal para vivir en Granada y luego en Madrid? 

-Yo siempre he estado fascinado por lo nuevo. Ese sueño por salir de Úbeda, vivir en una ciudad nueva, eso es algo que siempre me ha emocionado mucho. Cuando uno llega a Estados Unidos cambia la escala de las cosas. Por ejemplo, la naturaleza estadounidense fue una de las grandes revelaciones porque es una naturaleza poderosa. En la novela hay un momento en el que el profesor llega a su apartamento y ve que un ciervo lo está mirando. Es puede resultar una experiencia estimulante pero también abrumadora o desoladora. 

-El profesor Máiquez además de la voz del segundo capítulo, un contrapunto a la visión que Aristu tiene de sí mismo, ¿sirve para hacer una crítica al mundo universitario: sus convencionalismos, su precariedad…?

-Para mí en principio iba a ser un contrapunto, un mediador, el que escucha las confidencias del otro. Quería que tuviese una función de cámara: en la primera parte has visto al personaje desde el interior de su conciencia y de pronto te desplazas y lo ves desde fuera como lo ve otro. Pero cuando me inventé el personaje empecé a darle experiencias mías literales. Por ejemplo, los malentendidos que surgen al principio cuando no dominas el idioma o perderte en espacios que no puedes comprender caminando. No hay sátira, si quiero hacer una crítica escribo un artículo. En una novela lo que intento es retratar ciertos mundos y eso lo haces mejor con los que has conocido. Yo el universitario lo he vivido aunque afortunadamente nunca he dependido de la universidad porque siempre he sido profesor visitante. Eso permite fijarse más porque estás dentro pero fuera y no dependes de la política universitaria. 

-¿Esos círculos de las reuniones de la alta sociedad americana en los que se mueve Aristu y el profesor Máiquez son los que conoció allí?

-Eso lo vi sobre todo el tiempo que estaba en el Instituto Cervantes porque mantienes ciertas relaciones sociales por obligación profesional. A veces me encuentro en una recepción como las que se describen en el libro pero verme con gente con la que no me relaciono normalmente me produce mucha curiosidad. Me gusta observar a gente muy distinta, por eso también hay un momento en la novela en el que el punto de vista es el de la chica que cuida a Adriana. Eso da otra perspectiva. Cada personaje, como en la vida, tiene una perspectiva. 

-¿Por qué no elegir el punto de vista de Adriana como contrapunto de Aristu?

-Porque Máiquez actúa también como catalizador. Ese personaje de pronto empezó a tomar rasgos de alguna persona que he conocido al que le había pasado lo mismo a él: una persona que no ha sabido curarse y sobreponerse a un divorcio terrible. Vive como secuestrado por un trauma. En su momento no lo pensé pero luego me he dado cuenta que en esta novela también son muy importantes las relaciones filiales, padre-hijo en el caso de Aristu y madre-hija en el de Adriana. Pero ella cuando habla dice cosas muy importantes y no me pareció necesario darle la voz en esa segunda parte. Esas cosas no las decides, lo importante es que ella fuera el contrapunto a la fantasía de él, es la que lo instala en la verdad y tiene una mirada que da miedo porque no se engaña. 

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