Tribuna

La emoción telúrica de 'Sepultada plenitud'

Fernando de Villena y José Antonio Santano durante la presentación en la librería Picasso.

Fernando de Villena y José Antonio Santano durante la presentación en la librería Picasso. / R. G. (Granada)

Recuerdo vivamente la honda emoción que experimenté hace muchísimos años cuando, sobre una cima, en las sierras de Ubrique, en la más completa soledad y silencio, me encontré con las ruinas de la ciudad iberorromana de Ocurris. Termas, lápidas y columnas esparcidas acá y allá y semicubiertas por la vegetación testimoniaban la existencia allí en siglos pretéritos de una población llena de vida y movimiento.

Una impresión semejante a aquella es la que, imagino, disfrutó el poeta José Antonio Santano (1957) cuando se halló frente a las ruinas de la antigua Ituci, situadas a 22 kilómetros del hermoso pueblo de Baena.

El tema de las ruinas en general y el de la antigua civilización romana han gozado de dos momentos señeros en la poesía española: uno primero durante el Barroco sevillano, que nos dejó, entre otras notables obras, esa extraordinaria canción a Itálica de Rodrigo Caro, y otro en la actualidad. Fuera de nuestra nación también cobró importancia desde fines de la Ilustración hasta el Romanticismo. Ciñéndonos a los tiempos presentes, diré que el tema ha sido cultivado por autores como Pedro Rodríguez Pacheco (Ocaso en Oromana), Antonio Colinas (Sepulcro en Tarquinia) y muy especialmente por los poetas cordobeses: Ricardo Molina (Elegía a Medina Zahara), Vicente Núñez (Ocaso en Poley y Teselas para un mosaico), José de Miguel (Insidias en las termas), José Luis Rey… A toda esta larga tradición viene hoy a sumarse el libro Sepulta plenitud de José Antonio Santano, prologado por Francisco López Barrios.

Las ruinas, desde los barrocos andaluces y luego desde Volney, han propiciado un tipo de literatura reflexiva, filosófica, que se detiene en las escatologías de la Humanidad y que abunda por ello de preguntas retóricas al silencio. Mucho de esto encontramos en Sepulta plenitud:

¿Quién vigila nuestros sueños, /esa parte de nosotros que se oculta / en la umbría seductora de la noche

y nos hace de hierro y melancólicos / al volver de la nada o el abismo, / desnudos como fuimos concebidos?

Santano resucita mediante el poder de la palabra, para el lector de hoy, un mundo que se fue, un friso de la vida romana, de sus dioses, sus costumbres, sus oficios… Finge personajes de entonces, de aquella ciudad ahora semienterrada, pero antaño llena de pálpito, como al imaginario Lucio, confidente suyo en el tiempo, o como a Silveria, la esclava, y con ello, en ciertos poemas el libro se hace narrativo, novelesco y da cumplidas muestras de los conocimientos del autor acerca de la mitología y la cultura clásicas.

Es característica de casi toda la poesía cordobesa su telurismo, su apego a la tierra y el misterioso latido que ésta posee. Tal peculiaridad es una constante en la ya larga trayectoria de José Antonio Santano (que hace dos años agrupó toda su obra poética hasta esa fecha en el volumen. Silencio).

Respecto al estilo, hallamos aquí una poesía sensorial, hedonista, celebraticia, de tradición netamente andaluza, con un léxico muy culto (betilo, cella, inermes, sillares, solsticio…) que incluye también latinismos, con una sintaxis nada fácil, de periodos largos con poemas a veces que no incluyen ni un solo punto. Sabe Santano que la poesía posee un lenguaje propio muy distinto del cotidiano. Nada pues que ver con los facilones poetas de la Experiencia.

La musicalidad, el ritmo armonioso está conseguido mediante el predominio de los versos heptasílabos y alejandrinos que llevan al lector al compás de las anáforas y los paralelismos. Sorprenden las paradojas (“Donde atruena el silencio en la palabra”), la adjetivación, las metáforas… José Antonio Santano siente que los olivos “son humanos dioses” y coloca su Sepulta plenitud, bajo la advocación de otro poeta apasionado por el mundo grecolatino: Friedrich Hölderlin.

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