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Versos de Lorca a la salida del metro

  • La Sala Granero del museo lorquiano recoge las impresiones del poeta en diez instalaciones inspiradas en las cartas que mandó a su familia y sus poemas

Una boca del metro neoyorquino es el comienzo de Viaje a la ciudad sin sueño. Un paseo que abandona la hipótesis y se amarra claramente a los versos, las cartas y la conferencia en donde el propio García Lorca explicó, de una manera más o menos simbólica, cómo era Nueva York y qué sintió por sus calles, por su bullicio y su eterno palpitar. La Sala Granero de la casa natal del poeta -pintada de gris para simular los cimientos- ofrece al visitante una exposición que demuestra por qué Lorca pervive aún en la ciudad que nunca duerme.

La muestra, organizada por el Patronato Lorca, hace un recorrido por una serie de imágenes que son "una metáfora de aquel viaje". Alejandro Gorafe explica que Viaje a la ciudad sin sueño arranca en las escaleras de la sala, dispuestas como si fueran unas escaleras de metro, y un montaje de una foto de Lorca en la que el poeta aparece sentado y apoyado en la ventana de uno de sus vagones. Allí llegó por un desengaño amistoso con Buñuel y Dalí y un conflicto amoroso... Todo aquello. Toda su emoción. Toda su vorágine creativa, insomne y poética, aparece de alguna forma en la exposición.

De la Vega al skyline de Nueva York -una imagen que funde el origen y el destino-, al cine de aquella época -Metrópolis, Tiempos modernos, El cantor de jazz...-, o los tubos de neón -reconvertidos en la exposición en frases y reflexiones de Lorca-, Viaje a la ciudad sin sueño hace un viaje tan fiel que no olvida lo que el poeta vio durante aquel crack del 29 que sumió a la ciudad en un caos de suicidios y depresiones o lo que vio también en aquella juerga constante que sumía a la ciudad, que la convertía, en un Paisaje de la multitud que vomita.

Subraya Gorafe que se han tenido en cuenta sus versos y sus palabras. Así, en este último caso, se ha actuado en uno de los huecos destinados en la Casa Granero para guardar el trigo sustituyéndolo por chapas de botellas, "que representan la multitud: esa que vomita y esa que orina". Se homenajea también a aquella iglesia abandonada a la que Lorca nombra en su Poeta en Nueva York con unas radiografías en blanco y negro sobre las ventanas que parecen vidrieras.

Recupera la exposición la Oda al rey de Harlem en la que Lorca "expresaba su admiración por los negros, por su alegría, por su música...". Dice Gorafe que aquí ha sido 'sustituido' por un chico haciendo una pintada y la fotografía de la mirada de un joven que fue maltratado por unos porteros de discoteca. También la Oda a Walt Whitman, autor de Hojas de hierba, a quien Lorca admiraba por ser un homosexual respetado, "no comparable a los gays afeminados a los que denunciaba".

Unas diez instalaciones atrapan aquel mundo con el que Lorca se encontró en Nueva York y que inspiró una de sus obras más admiradas. En la parte central de la sala, dos columnas componen el marco de la copia de un autorretrato que Lorca se hizo rodeado de rascacielos y animales salvajes. En el centro, un maniquí con un mecanismo en la espalda simboliza la deshumanización.

La exposición termina con un ejemplar de la primera edición de Poeta en Nueva York y libros que el poeta consultó, como una guía de la ciudad. Del paisaje grisáceo, surrealista e intranquilo sale el espectador encontrándose con el mar y un horizonte. El camino que emprendería tras Nueva York hacia Cuba.

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