Manuel Avilés, exdirector de la Prisión de Nanclares

“La justicia en la que entra la política siempre es injusta”

  • El que fuera asesor de la Secretaría del Estado del Ministerio de Justicia e Interior presenta esta tarde su último libro, de 'Prisiones, putas y pistolas', publicado en SinFicción

“La justicia en la que entra la política siempre es injusta”

“La justicia en la que entra la política siempre es injusta”

-Cuenta en Prisiones, putas y pistolas que en los locutorios de Alcalá Meco, en enero de 1993, descubrieron que tres presos etarras -Iñaki de Juana Chaos, Esteban Nieto y Joseba Artola Ibarretxe– junto con sus dos abogados habían planeado y ordenado la muerte del director de la cárcel de Nanclares de la Oca, usted. ¿Qué siente uno cuando sabe que han pedido su cabeza?

–Es evidente que cuando oyes en la radio y lees en la prensa que están planeando matarte, el corazón te da un vuelco y tienes un sentimiento personal de zozobra. Recuerdo, de esa época, cómo Antonio Asunción y Rafael Vera me daban broncas instándome a que jamás saliera sin escolta.

–Le reforzaron la escolta, lo que supuso incluso retirarle los policías al rey Balduino. Se desplazaba en un coche blindado con otro de vigilancia detrás. ¿Cómo se vive custodiado día y noche por cuatro policías?

–Yo actuaba con prudencia, pero algunas veces me escapaba de ella. Vivir custodiado día y noche por policía y guardia civil –les estaré eternamente agradecido por cómo me cuidaron– es muy pesado, pierdes intimidad y pierdes libertad. Muchas veces no me movía por no molestarlos aunque siempre fueron educadísimos y serviciales. A mi me daban por muerto, como cuento en el libro con todos los datos que recuerdo. No lo consiguieron y eso que he ganado aunque tampoco se habría perdido gran cosa.

–¿Y su entorno?

–Mi entorno lo vivía creo que peor que yo. Tuve que dejarlo con mi novia de aquellos años –una chica espectacular a la que le perdí la pista y a la que le deseo todo lo mejor– y mi propia madre, cuando venía a Granada a verla, siempre le preguntaba a los guardias civiles ¿por qué se ponen ustedes aquí cuando viene mi Manolo? Era una mujer buena e inocente cuya frase ante cualquier comentario era: “Bueno, él sabrá lo que hace”.

–¿Qué sintió cuando se enteró del asesinato a manos de ETA de otro paisano, José Luis Portero?

–En esos años aún no habían asesinado al fiscal Portero. Cuando sucedió me dolió como el asesinato de algunos amigos: Máximo Casado, Gómez Elósegui, Joseba Goicoetxea o el propio Juan Mari Jaúregui. Mi sensación era que yo sería el próximo. Afortunadamente se lo puse difícil y no lo lograron, pero los mismos etarras que hablaban conmigo en las cárceles decía: estos no pararán hasta que “le den carrete”. Eso era el tiro por la espalda.

–¿Qué siente cuando escucha calificar a Otegui como “un hombre de paz”?

–Este es un tipo, terrorista muchos años como tantos otros, que ha evolucionado hasta posiciones políticas aunque sus fines siguen siendo idénticos. Yo lo pregunto en el libro y en los artículos que escribo: más hombres de paz son Isidro Etxabe y Jon Urrutia, que se atrevieron a llevar la contraria a la banda cuando nadie se atrevía a abrir la boca. De eso trata el libro De prisiones, putas y pistolas, de cómo dos miembros de ETA fueron capaces de alzar la voz ante una organización terrorista que no tenía problema para matar o desmembrar niños en la búsqueda de no sabemos que fines. Hablo del atentado de Fabio Moreno, en Erandio, e Irene Villa en Madrid.

–Afirma en la dedicatoria que “los inútiles, los parásitos y los hijos de puta no te los quitas ni con agua caliente”. ¿Ha visto muchos casos como el de ese director de prisiones que seguía en su puesto a pesar de los pesares y con su corte de pelotas?

–El caso del director de Madrid –que se cuenta al principio del libro– me indignó especialmente. Hoy le pido disculpas por el insulto que salió de mi boca en el año 93. Lo he tenido que poner por escrito para contar la verdad de los hechos. Por eso no podía omitir algo que hoy no diría. Antonio Asunción, que era un genio, dijo que las prisiones no podían ser meros almacenes de terroristas presos como borregos sino que eran un arma esencial en la lucha contra el terrorismo. Este señor dijo que él no era policía sino un gestor. No quería arriesgar pero sí pidió escolta porque le gustaba fardar de que la policía le abriera la puerta del coche y darse aires importantes. Yo lo insulté y me echaron de la reunión. Lo demás lo tendrán que leer en el libro. Reitero mis disculpas. No lo consideré nunca buen director pero hay que respetar las distintas posturas. Felicité a Mercedes Gallizo el día que lo cesó aunque debieron hacerlo muchos años antes. A él y a algunos de su cuadrilla, que tenga buena jubilación y sea feliz. En cuarenta años en la cárcel he visto de todo: funcionarios y directores trabajadores, honrados, sacrificados y he visto golfos de todos los pelajes. Siempre lo digo: si yo tuviera una empresa, cogería a todos los trabajadores de entre los funcionarios de prisiones, un 95% ejemplares en todos los terrenos. Hay un 5 restante que... en fin... ni para tacos de escopeta. Los pelotas, los inútiles y los oportunistas son como los pobres del evangelio: siempre estarán con nosotros.

"Antonio Asunción dijo que las prisiones no podían ser meros almacenes de terroristas presos como borregos”

–Ahí empezó a flaquear su percepción de la Justicia hasta el punto de “no creer ya en ella”. ¿Es una afirmación muy dura para alguien que ha dedicado toda su vida al mundo penitenciario, en el que se asignan en teoría castigos acordes al delito, no?

–La justicia, como todas las realidades y como todas las instituciones, depende de las personas que la gestionan. Hay jueces impecables, justos, trabajadores, imparciales...que son la inmensa mayoría. También los hay de otra pasta. La Justicia en la que entra la política siempre es injusta. Vean ahora mismo, el lío para renovar el Consejo del Poder Judicial. Todo son pulsos y discusiones para ver quién tiene más poder en el órgano de gobierno de los jueces, el que coloca los puestos clave. Eso me huele muy mal.

–Y al final, todo quedó en nada porque las escuchas se declararon ilegales. ¿Qué siente alguien que se ha sabido en el blanco, que lo ha escuchado, cuando ve que todo se disuelve en aguas jurídicas?

–Dura lex, sed lex. España es un país muy garantista. Las conversaciones de Alcalá Meco, en las que los abogados actuaban como etarras, fueron anuladas por el Supremo y, aunque oí cómo preparaban y animaban a matarme –lo oyó todo el mundo porque se difundieron muchísimo– no fueron condenados. Bien, no tengo nada que comentar. Todo el mundo lo oyó y vio la transcripción escrita en los periódicos.

–ETA ordenó su asesinato porque siendo director de la prisión de Nanclares, en 1991, grabó conversaciones de varios etarras que ponían en evidencia las disensiones de algunos presos de la banda criticaban a la cúpula por sus últimas acciones terroristas y se manifestaban en contra de los atentados indiscriminados que incluso tenían niños como víctimas. ¿Esas grabaciones sí fueron el principio del fin para ETA?

–Las grabaciones de Nanclares –las primeras a miembros de ETA rechazando atentados– supusieron un punto de inflexión importantísimo. ETA vio que perdía el ferreo control, dictatorial, inquisitorial sobre sus militantes. ETA era una organización que no admitía la libertad ni la disidencia interna –recuerden el asesinato de Yoyes, con cuyos ejecutores tuve oportunidad de hablar largo y tendido en la prisión–. Como afirmo en el subtítulo del libro fue el comienzo del desmantelamiento de la organización en la cárcel. Antonio Asunción era un genio: la dispersión –que hoy no tiene sentido porque la banda no existe– fue un golpe mortal para los planes terroristas. Ese fue el inicio de la Vía Nanclares que no era sino, facilitar que cada preso etarra decidiera por sí, y sin la presión de la banda y sus adláteres batasunos y jurídicos, que quería hacer con su vida y facilitarle la reinserción de que habla la Constitución y la Ley Penitenciaria. Lo repito muchas veces en todos los ámbitos: en el fin de ETA han contribuido la Guardia Civil y la Policía, los jueces, las medidas políticas y sociales, la política internacional...y también las Instituciones Penitenciarias, poco valoradas y muchas veces despreciadas incluso.

–Cuando ETA mató a Fabio Moreno, el gemelo de dos años, e hirió a Irene Villa, de 12, como usted tenía gemelos entró en el módulo de presos etarras y les dijo que olía “a hijo de puta”. ¿Le gusta provocar?

–Cuando los atentados de Fabio Moreno y de Irene Villa es cierto que yo estaba muy cabreado –es cierto que tengo gemelos que eran pequeños entonces y pensé que podría haber sido uno mío–. Provoqué para agitar ese mundo porque la creencia general era que los etarras pedían langostinos y cava para celebrarlo. Eso, al menos en mi cárcel, no era cierto. Provoqué, es verdad, pero no me considero un provocador ni me gusta generar problemas. Pero si hay un problema, también es verdad siempre he ido a saco a intentar arreglarlo. No siempre lo he logrado.

–El libro comienza con las notas que va tomando desde la consulta del oncólogo. ¿Cuál es el propósito que perseguía al escribirlo?

–Nunca pensé escribir este libro. Cuando se hicieron públicas las cintas de Nanclares tuve sustanciosas ofertas que ni siquiera escuché. He estado treinta años sin decir nada. Tuve la mala suerte de que Antonio Asunción –ese es el último capítulo del libro– se muriera prácticamente en mis brazos porque yo era el único que estaba a su lado cuando murió. Estuvimos hablando, yo intentaba distraerlo y ambos contábamos batallas del abuelo cebolleta y entonces se puso serio –era consciente de que el cáncer lo estaba derrotando– y me dijo: “Manuel esto lo tienes que escribir porque es la historia de España”. Yo le contesté: “¡Cojones, Antonio! No me hagas estos encargos envenenados que no estoy para problemas a estas alturas”. Le prometí que lo haria porque solo él y yo conocíamos la historia por completo. Me gusta cumplir mi palabra siempre, salvo las promesas de amor eterno porque esas realidades son cambiantes por naturaleza.

–¿Qué supuso Antonio Asunción en su carrera?

Antonio Asunción supuso un cambio importantísimo en mi vida. Nunca supe por qué me llamó. Me encargó “un muerto” muy difícil de lidiar. Estuve muchos años dedicado al terrorismo y tanto él, como Juan Alberto Belloch, mi otro ministro cuando Antonio se fue, siempre me apoyaron, jamás me dejaron tirado y Juan Alberto, hoy, sigue siendo mi amigo. Los mejores personajes que he conocido en la política –tan llena de golfos y de oportunistas– e incluso fuera de ella: dos grandes hombres.

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