Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Actores de un solo registro

El cataclismo ha tumbado a los contendientes. Es imprescindible una tregua. Pero ellos, erre que erre.

Todos los días, gracias a las redes, me entero de que la mayoría de la población es boba, que está manipulada y que cree en realidades imaginadas, inventadas para ellos por personajes superlistos que saben cómo engañar y aprovecharse de los tontos. Pues bien, este bloguero, que también debe de ser bobo, para no dejarse engañar, había decidido tirar a la papelera a Hegel y a Schopenhauer e inspirarse en tangos como Cambalache o en coplas como Puro teatro, para entender la realidad. A mí no me van a engañar -pensé- unos teatreros inmorales que no creen en nada de lo que predican. Pero, casualmente, volví a leer Sapiens de Harari y se me vino el chambao abajo. Este pensador está convencido que esos inmorales comediantes terminan creyéndose sus propios inventos: las realidades imaginarias que venden y con las que consiguen aglutinar a tanta gente. La CUP, por ejemplo, debe de creer realmente que es mejor conseguir la independencia, de la mano de sus proverbiales enemigos -la burguesía-, antes de acabar con las enormes desigualdades que infectan la sociedad catalana. Y que sus aliados de izquierdas, si no se muestran fervorosos independentistas, son sus actuales enemigos. Y la legión de indocumentados defensores del lo que llaman el lenguaje inclusivo deben de estar convencidos de que es mejor meter a pieza un cacofónico, antipático y caprichoso término neutro en algún artículo de alguna ley antes que conseguir avances reales en la lucha por la igualdad entre hombre y mujeres. Este error les está costando votos y apoyos. A eso se llama poner el carro delante de los bueyes. También deben de estar convencidos los actores de la tragicomedia de los indultos, de que hay que seguir enrocados, cada uno en sus imaginados y soñados guiones, antes de resolver lo más acuciante: echar a andar después del cataclismo. Saben que están todos tullidos, sin fuerzas, claudicantes, pero ahí siguen, apaleándose. Unos, esgrimiendo una Constitución que no permite un referéndum y otros exigiendo un referéndum imposible, si no se cambia aquella. No ignoran que necesitan una tregua -hasta los empresarios se la exigen- pero como actores de un solo registro, son incapaces de cambiar el gesto y el tono de sus discursos. Cada vez recuerdan más al ínclito Manuel Alexandre, intérprete de un único papel a lo largo de toda su carrera.

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