Blasa cumple cien años

Su vida ha sido una de esas vidas sordas, calladas e invisibles sin más eco que el recuerdo de sus deudos

No todos los días uno cumple cien años. Por eso hoy, aprovechando que este periódico me deja escribir lo que me apetece, voy a dedicar las cuatrocientas palabras de esta columna a hablar de una mujer de mi pueblo que el otro día cumplió el siglo de vida: Blasa Moral Millán. A esta mujer la guerra le pilló saliendo de la infancia y como tal se comió el marrón fratricida que plantearon los unos y los otros. Se casó muy joven, pero se quedó sin marido antes de cumplir los cuarenta. Eran esos tiempos en los que las viudas arrumbaban en sus armarios todo color que no fuera el negro. Ese luto riguroso que casi hacía enterrar a las mujeres en vida. Desde entonces puso todas sus energías en sacar a sus cuatro hijos adelante. Y lo hizo con las consiguientes penurias que aparecen cuando las despensas están vacías y lo único que hay para compartir es el arraigo de una familia. Blasa apenas ha viajado y lo único que ha conocido bien son las cuatro paredes de su casa.

Personalmente, tengo un respeto reverencial a los mayores, aunque no todos los ancianos son venerables todo el tiempo. Ser mayor no convierte a nadie en bondadoso ni en entrañable si no lo ha sido antes. Pero Blasa sí ha sido honesta, honrada, íntegra y entrañable en estos cien años que lleva sobre la tierra. Su vida ha sido una de esas esas vidas sordas, calladas e invisibles sin más eco que el recuerdo de sus deudos.

En el haber de sus tragedias personales está también la pérdida de un hijo, mi buen amigo Paco, un hombre al que le sorprendió la muerte demasiado pronto. Paco Ramos era de ese tipo de personas a las que se admira sin condiciones y a la que se le echa mucho de menos cuando se va. Está de los primeros en al ranking de mejores personas que he conocido, una bonhomía que me daba constantemente lecciones de vida. La inclinación de éste por su madre Blasa era de esas querencias que hacen sentirse orgullosas a las progenitoras. Por eso creo que una mujer así solo merece el aplauso rabioso de los que le rodean. Y por eso sus hijos, sus nietos y sus bisnietos lo celebraron hace unos días en una comida en la que ella fue el centro de atención. Allí Blasa recibió la aclamación unánime del misterio de la vida.

Vaya hacia ella mi admiración y mi afecto.

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