La columna

Juan Cañavate

jncvt2008@gmail.com

Canal Sur

Más riesgo para la infancia veo en cada programa de nuestra televisión autonómica que en todas las redes sociales juntas

La grata y trascendente noticia de que este país podrá recuperar una radio televisión pública honesta y democrática (se me saltan las lágrimas sólo de pensar en que podremos volver a ver un Informe Semanal como los de Alicia Montano) contrasta de forma cruda con el sufrimiento de soportar una radio televisión como la andaluza.

Un ente público convertido en un instrumento de coerción ideológica que, por sí solo, pone en duda la exagerada preocupación de pedagogos y sicólogos por el uso de los aparatitos electrónicos entre nuestros adolescentes. En serio ¿ven peligro en el uso del teléfono móvil y no lo ven en la programación infantil o juvenil de Canal Sur?

Más riesgo para la infancia veo en cada programa de nuestra televisión autonómica que en todas las redes sociales juntas.

De hecho, como simple medida terapéutica, la programación de Canal Sur debería estar prohibida para menores de dieciocho años y para mayores de cincuenta.

El trasfondo ideológico que segrega y transmite su programación, entre niños folclóricos y chistosos y mayores de reconcentrada ruralidad, constituye una de las mayores afrentas a la dignidad democrática de nuestra tierra. Insulta, ofende, hiere, molesta, humilla, avergüenza y refuerza la peor imagen de los andaluces, la que se suele usar desde el supremacismo mesetario, que diría mi buen amigo Antonio Rodríguez Almodóvar, cada vez que les viene en gana ofendernos y que acaba por indignarnos a todos.

Canal Sur es un ejemplo preciso de las deficiencias democráticas del Estatuto de Autonomía y de la imposibilidad del sistema político andaluz de salir de su miseria.

El que Canal Sur no haya desaparecido ya, es la evidencia precisa de que algo no funciona y de que no existen mecanismos en Andalucía para impedir un ejercicio caprichoso, autoritario e inmoral del poder, porque Canal Sur es, en sí mismo, un ejercicio estulto, impúdico y arbitrario del poder en estado puro que ha perdido además la legitimidad que le debiera otorgar el Parlamento.

Nada hay que justifique su existencia salvo el interés de los políticos que lo mantienen.

Será por eso, quizás, que el PP y el PSOE se han puesto de acuerdo en el desacuerdo necesario para no modificar, como la ley exige, el Consejo de RTVA, negando el acceso al Consejo a los nuevos partidos que entraron en el parlamento andaluz tras las últimas elecciones autonómicas. Mientras tanto, cuando la radio televisión española recuperen su dignidad, nosotros, con la nuestra, seguiremos con Juan y Medio, María del Monte y Tom Martín Benítez.

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