Creciendo con ellos

A estas alturas de la vida, los hijos se convierten en una excusa para no crecer, para quedarnos un poco más

Conforme nuestros hijos crecen, miramos con recelo lo que les rodea. Lo bueno, lo malo, lo mediocre, lo nauseabundo, lo profundo, lo descentrado, la maldad, la inocencia, el uno, el menos uno, los lobos, los corderos. Escribimos de ellos, y detrás de cada letra escondemos gran parte de nuestros miedos. El temor a que crezcan, a que les hagan daño, a lo desconocido, a entregarles una sociedad de odios y falsedades… a que los corderos se conviertan en lobos, y los lobos en más lobos aún…

Algún día aprenderemos a madurar por la sonrisa de nuestros hijos, por el gesto cómplice del niño no niño que comienzan a ser mientras sus padres apenas si nos percatamos de ello. O nos engañamos para que nunca llegue el momento. Del niño que comienza a pedir su cuota de libertad, del que nos mira y a la cara suplica que le dejemos crecer de una puñetera vez, del que teme nuestra reacción cuando nos diga que al acostarse, con la luz apagada, comienza a pensar en alguien… y a veces hasta le cuesta trabajo dormir pensando en él o en ella…

En ese aferrarnos a sus vidas, en ese mirar a sus ojos y pedirles que no crezcan, que podemos ser felices como estamos; en ese aferrarnos a sus vidas, nos damos cuenta de lo egoístas que fuimos cuando tratamos de modelarlos a nuestra imagen. Que los hijos son una banda sonora donde dos notas nunca son iguales, que cada día que pasa, escriben con mejor y más atinado pulso que nosotros… que no necesitan preguntar ni apoyarse… a fin de cuentas, a estas alturas de la vida, los hijos se convierten en una excusa, una triste y desacompasada excusa; la excusa para no crecer, para quedarnos un poco más, para agarrar esa vida que una tarde soñé en un repintado pupitre del seminario menor….

Algún día deberemos madurar y ofrecerle cuanto nuestros padres dieron al quinto de siete, que soy yo, y a la quinta también de ocho, que es Piti. Algún día, mientras seguimos durmiendo, que no soñando juntos, nos miraremos y apenas sin hablar, aplicaremos con nuestros hijos su ley de vida, el capítulo de crecer, de irse, de buscar y encontrar con quien seguir creciendo. Y ese día, el que descubramos que ya no somos tan útiles como creíamos, el de los veinte cumplidos, ese día será el día en que, con ternura, nos miraremos, y, como Bugs Bunny, nos diremos: "Eso es todo, amigos".

Hasta ahí. Esa será la tarde, el anochecer en que, Dios quiera que con nuestras manos aún juntas, nos dedicaremos a ver en una película cómo todo pasa, cómo todo se va, cómo el otoño dura los trecientos sesenta y cinco días del año, como los momentos son tediosamente iguales… pero ese día… ese día, Piti, ese día espero que los dos volvamos a soñar juntos.

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