Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Elogio del insulto

Los reyes de las redes, ya que son incapaces de reprimirse, podrían perder un poco de tiempo en pensar, leer y escarnecerse mejor

Fatiga pasear por las redes y encontrar a conocidos que se llaman nazis o cabrones sin serlo. El hastío surge de la repetición: choca que hombres cultos, o que, al menos, han hecho el paseíllo universitario, se ofendan con saña adolescente. Otra cosa sería que un periodista, para befarse de un cirujano, recomendara a sus pacientes tomar la extremaunción antes de pasar por la mesa de operaciones. O que ese médico maltratado acudiera al periódico en que trabaja el redactor, lo encontrara descalzo y subido a una mesa con la intención de arreglar una lámpara y, parodiando a un célebre columnista argentino, aprovechara para susurrarle: "¿Qué, preparándose para escribir?". El desprecio puede colmatarse de recursos sintácticos. Anteayer citaba a Borges, quien refiere como, en una enumeración, algunas palabras pueden quedar contaminadas por otras vecinas. Es el caso de Swift cuando dispara contra la condición humana con esta frase: "No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un ratero, de un coronel, de un tonto, de un lord, de un tahúr, de un político, de un rufián".

La injuria puede alcanzar valor estético y la política, especialmente la inglesa, anda sobrada de ejemplos. Churchill era una madre fértil… aunque prefiero recurrir hoy a Disraeli, primer ministro británico y adversario durante años de Gladstone. A la pregunta de un diputado (otras fuentes aseguran que de un periodista) sobre la diferencia entre una desgracia y una catástrofe respondió: "Si Gladstone cayera al Támesis y se ahogara, eso sería una desgracia; pero si alguien lo sacara del agua, eso sería una catástrofe". España, durante la Transición, gozó de excelentes calumniadores. Felipe no lo hacía mal. De Marcelino Oreja, ministro de Exteriores de la UCD, soltó: "Pobre don Marcelino, hace una política que, más que de Oreja, parece de oído". Pero la lengua más afilada fue la de Alfonso Guerra. Cuando Margaret Thatcher, conocida como la Dama de hierro por la dureza de sus políticas sociales, estaba en el auge de su poder, comentó que "en vez de desodorante se echa Tres en Uno". Y en la II República el nivel era insuperable. Cuentan que un contrincante trató de humillar al católico y algo atildado José María Gil Robles espetándole: "Su señoría es de los que todavía lleva calzoncillos de seda". A lo que el ministro de la Guerra contestó: "No sabía que la esposa de su señoría fuera tan indiscreta". No es necesario alcanzar semejante nivel, pero los reyes de las redes, ya que son incapaces de reprimirse, podrían perder un poco de tiempo en pensar, leer y escarnecerse mejor.

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