Cuando escribo estas letras estoy enfadado. Las cifras apabullantes de contagios, de confinados en casa estos días tan importantes para tantos, de familias forzosamente separadas por la necesidad o por la sana precaución, no solo no consuelan, sino que indignan más. Afortunadamente, la ciencia, lo único físico en que podemos confiar, ha hecho su trabajo con una celeridad encomiable y hemos tenido la fortuna de que este toro enorme nos pille a la mayoría más protegidos que el pasado año por estas mismas fechas, cuando solo la suerte nos pudo acompañar. Ahora, aunque muchos hayamos tenido la mala suerte de tocar de cerca la tensión que el bicho manda, si se cae, normalmente, no es tan grave y mete el estropicio de la fiebre, del malestar y del aislamiento, pero es mucho menos dañino que la cuesta abajo que el covid marcaba hace nada. Pero estoy enfadado.

Mi enfado tiene que ver, en primer lugar, con la falta de previsión, que podría ser comprensible en la primera y segunda ola, pero tenerla en esta, que es la sexta, ya parece algo sangrante. Tiene que ver con la hipocresía y el cinismo que nos invade y nos contagia, ese sí que sí, cuando deciden seguir tratándonos como imbéciles esféricos, al disponer medidas de precaución que no son tales, que son insuficientes, que son una chorrada. Mi enfado se da porque han conseguido, todos, que me dé coraje poner la tele y ver a un político haciendo declaraciones sobre la pandemia, solo soflamas de lo bien que lo han hecho y lamentos menudos (con medias sonrisas falsas) de que, aunque no sepan qué vendrá ni cuándo, lo atajarán porque saldremos más fuertes, sin dejar a nadie atrás, y llenos de resiliencia, compatriotas, que somos ejemplares. Mi enfado existe porque, en verdad, el único remedio sigue residiendo en la responsabilidad y el sentido común, del que la inmensa mayoría hace gala, aunque tanto idiota nos castigue tan injustamente.

Pero mi enfado no puede valer. No lo merece mi vida, ni la de los míos. Mi enfado no puede valer porque, a pesar de todo lo amargo, me han recordado que tenemos un proyecto, (que no tiene nada que ver con lo profesional o lo fatuo, que viene a ser lo mismo) sino con lo humano, con lo vital. Y nadie ha dicho, ni nada apunta, que fuera fácil, porque no lo es, pero merece la pena, incluso cuando haya etapas oscuras que, como también me han dicho, solo son crisis que existen para atisbar la luz que no veíamos. Mi enfado no puede valer, porque en cualquier rincón hay un cuaderno, junto a un libro y una pluma, que espera ser garabateado con otra experiencia más. Mi enfado no puede durar porque la miro y sé que me dice la verdad cuando declara que la aventura solo acaba de empezar. Mi enfado no puede valer, porque hay que mandar los motivos que lo explican al pasado y desafiar al futuro. Y eso es en cuatro días. Pase lo que pase, pese a quien pese. Incluidos todos nosotros. No lo intentemos, hagámoslo. Objetivo felicidad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios